DEBAJO DEL ALQUITRÁN
En varias oportunidades habíamos enfatizado que, cuando los problemas de la política y sus soluciones no fluyen y no son procesados por los canales institucionales, la política se traslada a las calles.
Las calles, entonces, toman un protagonismo de primer orden, pues la política se define en las calles. En ese escenario, de acuerdo con los recursos de fuerza y violencia, se imponen salidas y soluciones.
La disputa por la candidatura, al interior del Movimiento Al Socialismo (MAS), tiene muchas batallas y varios capítulos.
A principios de año, cuando analizábamos los posibles escenarios políticos, había una coincidencia en torno a que el tema iba a cobrar una importancia de primer orden en la agenda política de 2024. En ese sentido, la denominada “marcha para salvar Bolivia” que parece ser la última batalla, concita la atención incluso de la prensa internacional, por el eventual desenlace que podría producir.
En aquella tarea, en la mayor parte de los casos un tanto mecánica y dicotómica, de buscar causas y responsables del mayor ecocidio y desastre ecológico producido en Bolivia, hay muchos puntos de vista.
En mi anterior columna, había adjudicado esa ignominiosa responsabilidad al expresidente Morales, al régimen y su partido. Los datos son elocuentes. Con el discurso del “vivir bien” se convirtieron en los más perversos depredadores de la Madre Tierra.
Los incendios de cada año en esta época, crudamente, nos reflejan esa maldad y condición estúpida del hombre. Entre los seres vivos, el hombre, pese a su condición “racional”, es el más necio del planeta.
Esa maldad y estupidez confluyen en el actual gobierno. Nunca en la historia de Bolivia ha existido un régimen, un gobierno y un partido, que, con tanta brutalidad, haya tratado a la naturaleza, a la Madre Tierra. Es una barbarie lo que han hecho con las selvas, los bosques, los ríos y con esa inmensa fauna, entre aves, reptiles y mamíferos.
Textualmente, el expresidente Morales, a fines de noviembre de 2014, señaló: “Nuestro vicepresidente (Álvaro García Linera) dice que ahora ya no deciden los ‘Chicago boys’, sino los ‘Chuquiago boys’. Yo digo: ahora aquí ya no mandan los gringos, aquí mandan los indios”.
El anuncio sobre la fecha de las próximas elecciones presidenciales —17 de agosto 2025—, levanta la bandera de la carrera electoral, en un contexto no sólo de grave crisis económica, sino también de aguda crisis democrática, institucional, ética y moral. El panorama, respecto a un cambio sustancial en la política que recupere la ilusión de los bolivianos, es sombrío.
La grave crisis económica —que fácilmente podría convertirse en una hecatombe— que atraviesa hoy el país, es resultado directo del despilfarro y borrachera, en el manejo y la administración del mayor excedente económico que tuvo la historia de Bolivia. Los graves problemas, que por fin fueron reconocidos, tienen origen en la colosal orgía, por decir lo menos, que hicieron con el excedente. Dilapidaron impunemente.
La disputa por la sigla y la candidatura, en el Movimiento al Socialismo (MAS), que no encontraba salidas en las vías formales, preveía batallas finales en las calles. Los dirigentes del ala radical, hasta el propio Evo Morales, en muchas oportunidades amenazaron con convulsionar el país. La advertencia de un diputado evista, en sentido de que “Bolivia perderá la paz y la tranquilidad si Evo no es candidato”, refleja ese conflictivo escenario.
Cerca del 6 de agosto, más allá del homenaje a esos falsos héroes y falsos patriotas que la historia oficial vanagloria como los artífices del nacimiento de esta singular República, es imprescindible una rigurosa evaluación de lo que han hecho con Bolivia en estos 199 años.
El miedo, desde siempre, ha sido una eficaz herramienta del poder. Su utilización es clásica, sobre todo, en regímenes autoritarios. En política, es un instrumento frecuentemente apelado para lograr control, obediencia y dominación. El miedo, como emoción compleja, que se expresa en varias facetas, impacta significativamente en la vida de los hombres.