
DEBAJO DEL ALQUITRÁN
Las urnas, en procesos electorales, se convierten en el escenario central de la disputa por el poder. En ese escenario, las encuestas se constituyen en importantes herramientas para medir las preferencias electorales en momentos previos al proceso. A los políticos les ayudan a tomar decisiones, modificar estrategias y corregir errores. A los electores, a decidir su voto.
En los últimos tiempos, dos cosas han sido funestas y han provocado terribles e irreparables daños al país. Me refiero a la reelección y a los bloqueos. Ambos problemas, por la magnitud de los daños ocasionados, necesitan ser eliminados, ya sea a través de una reforma parcial de la constitución o leyes exprofesas que los prohíban definitivamente.
La frase, que seguramente será añadida a la lista de Evadas, le pertenece al enfermo de poder que eternamente quiere ser candidato. La expreso en la evaluación del último bloqueo de carreteras que protagonizo en octubre del año pasado, cuando reclamaba a sus bases, obligadas a bloquear, por exigir apoyo logístico y viáticos para movilizarse.
El afán reeleccionista, provocada por la enfermedad del poder, que adolece el expresidente Morales, ha causado enormes daños al país, en todo orden. Si tomamos en cuenta todo lo que ha provocado esa enfermedad, desde el incumplimiento de los resultados del 21F, hasta las últimas protestas, marchas y bloqueos; el daño es de gran magnitud.
Cuando el país esperaba que, a partir del 19 de mayo, fecha límite de inscripción de candidatos, se iba a ingresar a la fase de revisión de requisitos; se ingresó más bien a una insólita fase de maniobras y artimañas legales, con las que se pretenden eliminar, en mesa, a los adversarios potenciales, cancelando sus siglas.
Con un título muy parecido, “El 21F tiene ondas sísmicas de largo alcance”, el 3 de julio del 2018, dos años y medio después de la consulta popular del 21 de febrero del 2016, publique una columna que daba cuenta de esta suerte de maldición que persigue a Evo Morales en su destino, desde aquella fatídica fecha.
Estas “ondas sísmicas” lo persiguen hasta hoy. Y, parece que no tendrán fin, hasta el día de su sepultura política. Es como si el grito “Bolivia dice NO”, valga la redundancia y la tautología, se repitiera recurrentemente.
En efecto, su estupidez es descomunal. Son corresponsables también, del desastre que ha significado estos 20 años del régimen masista.
Me refiero a esa “fósil” oposición tradicional. Son necios al extremo. Pueden tropezar mil veces con la misma piedra, incapaces de asimilar las lecciones y experiencias de sus errores. El resultado de las anteriores cuatro elecciones, dejaron grandes enseñanzas. Empero, como son muy limitados pedagógicamente, insisto, son incapaces de aprender de los errores del pasado.
Luego del cierre del registro de alianzas y la comunicación formal sobre la participación de las organizaciones políticas en las elecciones generales del próximo 17 de agosto, cinco alianzas procedieron con el registro formal y 11 partidos comunicaron su participación.
El escenario electoral se configurará definitivamente recién el próximo 6 de junio, fecha en la que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) publicará oficialmente la lista de candidatos habilitados.
En secuencia, ambos episodios, tienen muchas coincidencias y son parte de estrategias y decisiones políticas en momentos muy delicados de crisis. De crisis política, esencialmente, donde el Estado, en manos de “la clase fundamental” —en lenguaje gramsciano— pasa a convertirse en aparato de coerción y control.
La ruptura del bloque de unidad, que abandona la promesa de conformar una gran alianza en base a un candidato único, para “salvar” a Bolivia, después de dos décadas del régimen masista que acabo destruyendo el país, devela que, más allá de toda esa retórica y cacofonía del discurso de unidad, en el fondo, no quieren a Bolivia. Solo la ambicionan para sus mezquinos fines.
Quisiera, antes de continuar, confrontar mi afirmación de que, Bolivia está destrozada, con otras percepciones y opiniones.