DEBAJO DEL ALQUITRÁN
A diferencia de la gran parte de los países del mundo, Bolivia es uno, en sumo grado, bendecido. En sus entrañas —de las tres macro regiones: altiplano, valles y llanos— guarda riquezas naturales incalculables y de todo tipo. Teníamos y tenemos aún todo para ser uno de los países más prósperos, no solo de la región, sino del mundo entero. Además, con altos niveles de calidad de vida.
La agenda mediática y política es, de un modo particular, densa e intensa en estos días previos a la realización del congreso nacional del partido de gobierno, que se llevara a cabo entre el 3 y 5 de octubre próximo.
Con las reservas internacionales agotadas, la venta del oro y muchos prestamos en agenda, se avizora el fin del ciclo estatal diseñado por el régimen masista. Ese Estado fuerte y rentista administrando la riqueza y el excedente económico ya no es sostenible. Pues no hay riqueza ni excedente.
La estabilidad política es de fundamental importancia en el control, ejercicio y reproducción del poder. De acuerdo con esa importancia, lo primero que despliegan los gobernantes cuando toman el poder es, precisamente, el establecimiento de pactos y alianzas. De acuerdo con las circunstancias, estas alianzas pueden ser con otras fuerzas políticas o con sectores y/o organizaciones gravitantes de la sociedad civil. En gobiernos autoritarios, obviamente, los pactos son con los militares y fuerzas del orden, como en Nicaragua y Venezuela, por ejemplo.
En el marco de la Ley 1096 de Organizaciones Políticas, promulgada el 1 de septiembre de 2018, precisamente por el expresidente Morales, los partidos políticos y alianzas, incentivando la democracia interna y con la mayor participación posible, están obligados a realizar elecciones primarias vinculantes para definir los candidatos del binomio presidencial.
En términos generales, las proyecciones electorales se esbozan sobre los datos que arrojan las encuestas de opinión, algunas de ellas serías, otras poco profesionales. En Bolivia, sobre todo, a partir de las elecciones de diciembre de 2005, casi ninguna encuestadora se aproximó al resultado final de las urnas. Hubo, en algunos casos, diferencias significativas. En la última, de 2020, por ejemplo, los resultados de ninguna de ellas se aproximaron al 55% de la votación que obtuvo Arce Catacora.
Lo que sostengo aquí, en el presente artículo, es, como denuncia el título, que esos dos eventos políticos han cambiado y rediseñado el mapa político del país, con un sin número de derivas totalmente impensadas e inesperadas.
Es importante reflexionar en estas fechas cuando, con mucho fervor y devoción, se recuerda la fundación de nuestra tan maltratada Bolivia. Si bien hemos sido bendecidos por Dios —tenemos todo— en riquezas y recursos naturales, el infortunio se ensañó con nosotros. Hemos tenido los peores gobernantes.
Recorriendo la historia, no encuentro un solo gobierno, un solo presidente, rescatable. En esas vueltas que da la política, todos ellos, de derecha o izquierda, nunca tuvieron una visión integral de país, ni un proyecto societal.
Con un breve interregno, el Movimiento Al Socialismo, partido cultor del mentado “proceso de cambio”, cumplirá hoy 15 años en el ejercicio del poder. En este tiempo, nítidamente, se pueden advertir cuatro fases: auge, decadencia, perversión y desmoronamiento. Sobre las dos últimas fases, estriba la presente columna.
Ante la incapacidad e infinita estupidez de los políticos tradicionales de sepultar al Movimiento al Socialismo en las urnas, no obstante el actual e histórico “voto duro antimasista”, que alcanza a los dos tercios del electorado; corresponderá al ciudadano, la obligación patriótica de defender en las urnas lo que se ganó en las calles, luego de esa heroica resistencia y lucha de 21 días.