La política en Bolivia, polvo de vejación
¿“Es ésta la región más transparente del aire?
¿Qué habéis hecho, entonces, de mi alto valle metafísico?
¿Por qué se empaña, por qué se amarillece?
Corren sobre él como fuegos fatuos los remolinillos de tierra. Caen sobre él los mantos de sepia, que roban profundidad al paisaje y precipitan en un solo plano espectral lejanías y cercanías, dando a sus rasgos y colores la irrealidad de una calcomanía grotesca, de una estampa vieja artificial, de una hoja prematuramente marchita. Mordemos con asco las arenillas. Y el polvo se agarra en la garganta, nos tapa la respiración con las manos. Quiere asfixiarnos y quiere estrangularnos (...)”.
Este fragmento, pertenece a la parte inicial del ensayo Palinodia del polvo, escrito en 1940 por el mexicano Alfonso Reyes, una suma melancólica que, utilizando al polvo como metáfora, pretende señalar una profunda angustia del hombre por el hombre.
En mi opinión, esta primera reflexión de Reyes también podría estar ligada a múltiples interpretaciones: el polvo es un referente general que se traduce en molestia, opacidad, deterioro, angustia, asfixia, desesperanza y una paulatina decrepitud en la esencia de la ética y la justicia.
Reyes sentencia y, al mismo tiempo, presagia un futuro que se va resquebrajando a medida que avanza el presente, un camino de la nada que devora a su paso el devenir y la inocencia, los sojuzga y los aniquila. Esa inocencia que ya no nos es común.
La palinodia de Reyes apunta a esa rectificación pública de una sociedad lánguida, atrapada en una gigantesca nube de polvo, también, claro está, en una inmensa metáfora –política, social y cultural.
Es la “venganza y venganza del polvo, lo más bajo del mundo”, dice. ¿Qué es lo más bajo del mundo? La traición a uno mismo, a sus principios, a las formas más elementales de entender la ética y la transparencia, es la actitud necia de un Caín que asesina diariamente sin piedad.
Pero también es el descreimiento cotidiano de la humanidad, es la desesperanza más desoladora de ya no creer en la palabra dicha y en la acción hecha. Un escepticismo que nace de la impotencia y se refugia en cada acción del hombre.
“(…) ¡Oh desecadores de lagos, taladores de bosques! ¡Cercenadores de pulmones, rompedores de espejos mágicos!(…)”.
¡Oh desecadores de esperanzas, taladores de la ética y de la justicia!
¡Cercenadores de la verdad y la libertad!
¡Rompedores de la unidad, de la solidaridad y del bien común!
Yo vivo en la región menos transparente. Una región en donde día a día el polvo de la corrupción esculpe monstruos de dos cabezas. Una región en donde las manos gigantes de esos monstruos pudren la ética y los sueños. Es una región en la que el futuro es una gigantesca muralla que no permite pasar, en ella nos estrellamos minuto a minuto; otros, más osados, mueren en el intento.
La región menos transparente, es esa en la que siempre resucitan los fuegos fatuos. Tiene como gobierno a los inservibles, a los corruptos, a los que vomitan mierda en el día y fuego en la noche. Son antropófagos, se comen a sus habitantes y, con ellos, sus sueños, y sus esperanzas.
“Cien pueblos apedrearon este valle”, dice tu poeta. Pasen y compren: todo está cuidadosamente envuelto en polvo”.
La región menos transparente está forrada de injusticias y mentiras, en ella soplan aires que sofocan, como la tierra que entra por la garganta, raspa las entrañas y deja sin voz y sin palabras.
En la región menos transparente, gobiernan los sedientos de venganza, perros que babean el resentimiento. Enfermos de poder que disparan contra la libertad.
En esta región, mandan los aprendices de dictadores, matones y charlatanes, es una región opaca, pero su opacidad está fabricada, no es invencible.
En este lugar ya no existen estrellas fugaces, ya no, porque son muchos los deseos de sus habitantes: deseos de verdad, de transparencia, bienestar y progreso.
La política en Bolivia muerde polvo de vejación, estafa y coerción. Acaso, como sentencia Alfonso Reyes, “el polvo sea el alfa y el omega”, pero en este caso, lo es de un país en donde el tiempo y su Gobierno obligan a sus habitantes a acumular bosta (donde antes se plantaban flores) para enturbiar las verdades.
Acaso el polvo sea el tiempo histórico. Pero no ese polvo que ciega y amordaza, sino ese tiempo halagüeño que en algún instante de la vida pedimos como deseo a esa estrella fugaz del pasado, ése que lucha por convivir con el espacio más transparente, cierto y soberano.
Tiempo y espacio, cohabitando una región en donde la libertad, la verdad y el estado de bienestar claman su eje central y piden el destierro de la estafa, la mentira, la corrupción y el azote de la antidemocracia.
“Y cuando ya seamos hormigas —el Estado perfecto— discurriremos por las avenidas de conos hechos de briznas y de tamo, orgullosos de acumular los tristes residuos y pelusas; incapaces de la unidad, sumandos huérfanos de la suma; incapaces del individuo, incapaces de arte y espíritu”.
Esta reflexión de Alfonso Reyes es también la amenaza de la nada, del vacío que se va apoderando día a día de las conciencias de los hombres.
Yo vivo en la región menos transparente, donde esa nada es también una constante imposición para que no exista reflexión y crítica. Donde confluye una mediocridad convertida en aire; se respira y se hace polvo de muerte y de fatalidad.
La historia de Bolivia es polvo de vejación. Adolorida y maltratada.
Esta región menos transparente estuvo y está gobernada por hombres que arrojan arenillas a los ojos y a la garganta para asfixiar y estrangular. Día a día, la coerción y los atentados a las libertades son advertencias que se van consolidando como normales.
En Bolivia, los signos inequívocos de la decadencia de liderazgo siembran el escepticismo y la congoja.
Y así, esta región menos transparente se va quejando de su dolor y nada más. Los azotes diarios de la mala clase política animal son recibidos sin pudor ni escándalo. La nada cotidiana es el alimento de los políticos inservibles que sirven, paradójicamente y sin enfado, a sus amos que les dan palmaditas en la espalda y les obligan a lamer la mano y hasta el trasero o sencillamente a amarrar guatos.
Columnas de RUDDY ORELLANA V.