Catalina T. Arnold: “La contaminación hay que combatirla dentro y fuera de uno mismo”

Economía creativa Evolución en Cochabamba
Publicado el 16/01/2023 a las 1h18
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“Ecología corporal”, “ecología íntima”, “ecología real”, diversas definiciones para una tendencia que demanda a los ambientalistas un grado adicional de coherencia. En Bolivia, han empezado también a surgir militantes de estas corrientes, quienes recuerdan que, al ser parte de la naturaleza, la lucha por defender a la Madre Tierra debería también realizarse en uno mismo. La activista Catalina T. Arnold aseguró a OH! que dicho proceso no sólo es llanamente posible, sino que además trae inesperados beneficios.

—Hay diversas organizaciones, fundaciones e instituciones que realizan una destacada labor denunciando la destrucción del medioambiente y también lanzando proyectos renovadores. ¿Qué observaciones tienen ustedes al respecto de esa labor y sus ejecutores?

—Sin duda, muchos de ellos prestan un gran servicio, ya sea con la información que aportan y también con muy valiosos proyectos en diferentes áreas. Algunos lo hacen claramente de corazón y vocación, y son los que más se acercan a lo nuestro en varios casos. Otros parecen hacerlos sólo por algo así como una moda. Pero no falta otro gran sector que simplemente lo hace básicamente por dinero y figuración, sino por cosas peores. Por eso, pensamos nosotros, es frecuente ver a “ecologistas” o “medioambientalistas” que limitan su actividad, por muy sacrificada que sea, al aspecto exterior.

Luchan a favor de los animales, de los bosques, del agua, etc. y suelen dar muy buenas batallas a quienes están destrozando este planeta. Sin embargo, si bien esas luchas son luchas que todos deberíamos apoyar, hay un nivel más cercano que debía realizarse paralelamente. Eso se nota muy claramente en varios aspectos en nuestro país y la mayoría de los países latinoamericanos. La contaminación hay que combatirla adentro y afuera de uno mismo.

—¿Puede darme algunos ejemplos?

—Mucha gente piensa, por ejemplo, que se debe reducir radicalmente el uso de bolsas y artículos plásticos. El dato general que todos tenemos es que este material tarda décadas y hasta siglos en degradarse y va generando montañas de desechos o islas gigantescas flotando en mares y lagos. Sin embargo, en el momento de ir a un supermercado, restaurantes, snacks, kioscos, etc. esa preocupación pasa a segundo plano. La resignación prima como si se dijese: “Por el momento no puedo evitarlo y, finalmente, no me hace mucho daño”.

Sin embargo, la gran mayoría de los envases, botellas, ciertas bolsas, etc. y otros artículos de tienen los llamados ftalatos que les dan diversas propiedades, en especial, la flexibilidad. Los ftalatos son agregados de muchos productos plásticos que, según diversas y cada vez mayores investigaciones, causan desde daños glandulares hasta diversos tipos de cáncer en las personas. Son una amenaza muy fuerte para los bebés. Sin embargo, aquí hay una fiebre de plástico que asombra. Los supermercados nos dan hasta tres empaques de bolsas para algunos productos.

Muchos restaurantes y cafeterías prefieren vender todo en envases y con instrumentos de plástico para evitar gastar agua y vajillas. Hay una invasión de productos que van desde juguetes hasta tanques de agua que en otros países están prohibidos y aquí llegaron como objetos de segunda mano y hasta donaciones, incluso ropa. ¿A cuántos en el país les importa eso? Y, sin embargo, todo lo que acabo de decir es información que abunda.

—A partir de ese ejemplo, presumo que hay muchos factores más que son ignorados por el común de las personas. Pienso en metales, tóxicos, condimentos, radiaciones, etc. ¿Es así?

—Es así, pero eso no significa que uno viva como cazando fantasmas y en paranoia, sino que descubra los niveles de amenaza, los priorice y los sepa reducir o eliminar. La contaminación, digamos, “micro”, está en todo. El consumismo ha derivado en una invasión de la que se ha tomado muy poca consciencia. Hay compuestos muy peligrosos que hasta seducen a las personas. Hace unos meses, el médico mexicano Javier Hernández Cobarrubias, muy destacado en su país y más allá, explicaba la peligrosidad de esos aromas a “cosas nuevas”.

Mucha gente entra a un automóvil nuevecito y le encanta el olor de los asientos o las superficies. Hernández mostraba que son emanaciones cancerígenas. Tiene un texto que se llama “Mundo tóxico”, muy recomendable. Pero, hay más, mucho de lo que usamos para la limpieza personal y de nuestros hogares contienen contaminantes que hacen daño al organismo y han empezado a ser prohibidos en diversos países. Ahí están los conocidos casos del talco Johnson, los champús Dove o diversas marcas de dentífricos con flúor y otros químicos. La gente los compraba con preferencia y resultaron ser muy dañinos para la salud.

Pero también hay otros elementos para los que pareciera que nos tapamos los ojos. En nuestro país, hay a veces casas, negocios y hasta mercados populares que huelen a hipoclorito de sodio, la popular “lavandina”. Es un tóxico capaz de crear daños irreversibles en diversos sistemas del cuerpo. Cuando hubo la cuarentena parecía que la ciudad olía a lavandina. No dudo de que algunas personas hayan sido víctimas antes del hipoclorito de sodio que del virus. Pero hay una cultura de meterle químicos a todo y para todo. En los jardines hoy abunda el temible glifosato, en las piscinas hay propietarios que optan por colmar el agua con cloro. Eso llega a ser criminal.

—Seguramente, hay mucho que decir en relación a la alimentación. ¿Optan ustedes por el veganismo o el vegetarianismo en esto de una ecología integral?

—Como le señalaba, frente a la dimensión del daño que sufrimos todos, lo importante es frenar las agresiones más graves primero. No son pocas y el problema es que no se ha valorado su gravedad. Al pensar en la alimentación, entramos en una combinación de todos los elementos que son contaminados hoy: el agua, el aire, la tierra y la energía del sol hacen parte de todo. Lo que más debíamos advertir en ese sentido es la búsqueda de una alimentación lo menos artificiosa posible.

Le doy otro ejemplo: el sabor de las comidas tiene detrás de sí hoy toda una ciencia, pero no de las buenas. Hay comidas y golosinas que han sido trabajadas en base a químicos que inflaman las papilas gustativas y estimulan el olfato. Un caso superconocido: el glutamato monosódico o ají panca o ajinomoto y cosas así. No pasa que haya caseritas que cocinen ultradelicioso o algún snack que haya descubierto la sazón del siglo; simplemente, estimulan nuestras papilas con irritantes de nivel cancerígeno. Y sólo he mencionado el caso más clásico. En la comida chatarra y las golosinas industriales que llegan desde el exterior hay toneladas de venenos cuyo mercado son, especialmente, nuestros hijos.

—¿Qué me dice de los medicamentos y fármacos?

—Prefiero no entrar en honduras en ese tema, pero recuerdo que son también parte de un gran negocio. A nivel macro, ya se ha denunciado cómo esta industria también resulta altamente contaminante a título de la salud. Igualmente se ha denunciado las cadenas de dependencia que algunos médicos inescrupulosos crean y los efectos secundarios de diversos medicamentos. Personalmente, opto por lo mínimo necesario y urgente.

En casa tenemos un par de médicos que, poco a poco, han congeniado con nuestros postulados y aceptado que hay mayores y menores excesos en esta rama.

—¿Cómo han abordado el tema de la pandemia de Covid-19?

—Desde nuestro punto de vista, nos ha sorprendido cómo las autoridades lanzaron medidas que en varios casos resultaban directamente contraproducentes. Por ejemplo, son bien conocidos los efectos benéficos del sol sobre el sistema inmunitario y la asimilación de vitamina D. Sin embargo, se obligó a cientos de miles de personas a permanecer encerradas y aterrorizadas sin sol y con miedo. El miedo baja las defensas, afecta a la saturación de oxígeno y entonces crea todo un ambiente mórbido.

Lo propio con lo ya dicho en relación a la lavandina y otros productos como el amonio cuaternario, que hasta te lo refregaban en los ojos. No se promovieron dietas ni rutinas sanas. No se abrieron espacios para que la gente acceda a una generosa asimilación de oxígeno respirando profundamente. Todo eran tres medidas lanzadas y obedecidas de manera mecánica y ciega. He ahí la importancia de velar por nuestra propia e inmediata ecología interior. Falta amarnos a nosotros mismos para amar de veras a la naturaleza

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