CUCHUMUELA lo más bello está oculto
Norman Chinchilla
Los mejores encantos de Cuchumuela están escondidos. Y acceder a ellos exige esfuerzo. Este municipio de la provincia Punata –a 66 kilómetros al sudeste de Cochabamba– es conocido sobre todo por el niño de Sikimira, cuya imagen, que está en su iglesia, tiene poco más de dos centímetros y hace milagros de toda dimensión como puede constatarse en las placas de agradecimiento de los favorecidos.
Pero es en las afueras del pueblo donde se encuentran lugares casi salvajes, accidentados, de una belleza sorprendente. Como Kinsa Qhucha, a unos ocho kilómetros del pueblo, en dirección este. Allí están los bosques de pinos donde se multiplican los champiñones, uno de los orgullos del lugar y fuente de ingresos para muchos cuchumueleños.
Para llegar a Kinsa Qhucha hay que pasar por Chullcu Mayu , a donde se llega por un camino de tierra que asciende, serpenteando, por esa serranía donde la vegetación va cambiando paulatinamente mientras el aire se torna más frío, el cielo más azul, como es natural a 3.600 metros sobre el nivel del mar.
A un costado de ese camino, nos sale al encuentro un puente colgante, metáfora de vida y movimiento; tan pronto se llega al lado opuesto, nos vemos en la imperiosa necesidad del retorno, un retorno que se confunde con la partida. En el camino tambaleante, nos detenemos para admirar el paisaje, aferrándonos desde las alturas a la plataforma colgante que nos obliga a apresurar el paso y encontrar la seguridad de lo firme y estable.
Al frente, al borde del camino, dos cruces nos observan. “Este camino es un poco peligroso hay curvas traicioneras”, dice Gustavo Maldonado, funcionario municipal, sin cuya asistencia este paseo sería imposible.
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BOSQUE DE PINOS
Y para llegar al bosque de pinos, donde los champiñones abundan, y a las cascadas de Kinsa Qhucha hay que caminar, de bajada, unos 40 minutos.
El bosque está en la pendiente de una inmensa quebrada y se extiende en un área de ocho hectáreas. Allí, en el suelo, entre las abundantes agujas que caen de los pinos están los champiñones, húmedos y brillantes de un color que varía entre el amarillo pastel y el marrón claro, se los encuentra agrupados o solitarios, los más grandes tienen un píleo, o sombrero, de unos 10 centímetros de diámetro. Los lugareños, de ojos entrenados, los distinguen sin necesidad de escarbar entre las agujas que cubren el suelo.
Con ellos, se prepara una diversidad de platos como el chicharrón de champiñón, pique de champiñón entre otros. La municipalidad organiza ferias gracias a las cuales el visitante puede conocer este singular destino de viaje y degustar de los platos típicos del lugar.
Bajando hacia el fondo de la quebrada, hacia Kinsa Qhucha, se deja atrás el bosque y comienza una extensa ladera rocosa de suave declive y de impactantes colores. La roca, aquí, se exhibe en una amplia gama de amarillos, grises, anaranjados, ocres… la vegetación ocupa las grietas y los ángulos de esa especia de agrestes y heterogéneas graderías. Alrededor, se divisa algunos bosquecillos de pinos, otros, los menos, de eucaliptos, arbustos de verdes variados, plantitas de flores diminutas y de brillantes colores: amarillo, anaranjado, rosado intenso.
Al frente al otro lado de la quebrada, que poco a poco se hace más estrecha, la montaña se eleva en un declive casi vertical y cubierta de vegetación, arbustos leñosos se aferran al muro de piedra, colorados de flores.
Siguiendo un sendero apenas perceptible entre la vegetación, se llega al fondo de la quebrada, al río cuyo murmullo anuncia unas aguas aún no visibles. Grandes peñascos de formas angulares, poco puntiagudas enmarcan el cauce.
Una cascada canta la despreocupada caída de las inagotables aguas en una poza de forma ovalada, de unos 10 metros de largo por cuatro en su parte más ancha, unos cinco metros abajo, pegada al farallón y rodeada de rocas inmensas que parecen formar una gran cubeta.
El impulso de zambullirse en la transparente poza se neutraliza al tocar el agua con las manos: es fría, muy fría. Tan fría como límpida y cristalina, el agua, fluye en algunos lugares por una especie de amplios toboganes excavados en la roca, liza como loza, a la que el río ha dado esa forma en decenas de miles de años.
Más abajo, hay otras dos pozas de menores dimensiones y con caídas de agua menos espectaculares.
El sol de la mañana se eleva en el cielo de un azul brillante, limpio, el aire comienza a entibiarse y las aves, poco numerosas, dejan escuchar sus voces en medio del canto incesante del agua.
LO FANTÁSTICO
Los ojos pasean su mirada por ese paisaje casi rudo, de pronto, al borde del agua, sobre la roca brillante de humedad, una pequeña mancha de un maravilloso verde deja de ser una mancha al acercarse: es una rana de ojos dorados de suaves y largos dedos que terminan en yemas abultadas y casi blancas, perpendiculares a la línea donde se unen sus piernas, y sus muslos unas finísimas líneas, de un amarillo vivo, parecen decorar la piel rutilante del animalito. Inmóvil como la roca donde está posado, ignorándonos.
Ese asombroso encuentro que muestra lo salvaje del lugar, se repetirá –una vez con otra especie de rana, ésta gris claro con lunares marrones y negruzcos– otras con especímenes iguales al primero. Un estudio sobre el lugar asegura que existen unas 20 variedades. Pequeñas y medianas de vivos tonos se mimetizan mientras dormitan o se exponen a los rayos solares que intensifican los dorados, verdes y grises de sus luminosas y húmedas pieles. Para descubrirlas, se requiere paciencia, atención y la curiosa calma de la mirada que sabe apreciar los pequeños detalles, aquellos que producen grandes asombros. En Cuchumuela, lo pequeño, lo oculto es fantástico.
MAGIA ESCONDIDA
En Cuchumuela, las diversas fuentes de agua son parajes de disfrute, donde se puede reposar en tranquilidad, ya sea tomando un baño de agua o de sol recostándose en las pulidas y lisas piedras que asemejan plataformas ideales para el relax y el ensueño.
Toda la escena nos envuelve mientras contemplamos el agua que fluye en continua danza y canto emulando el paso del tiempo y el regalo de la vida.
Nos detenemos en las caídas de agua, aquí son variadas, desde las cortas hasta las largas que permiten experimentar la fuerza del agua gracias a los pulidos canales que asemejan toboganes pétreos, las risas son constantes, el cuerpo goza y el tiempo transcurre velozmente.
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VIAJE
Cada lugar ofrenda un mensaje, una enseñanza. Cuchumuela destaca por sus bellezas escondidas, ocultas entre las piedras o en las fuentes de agua que fluyen al fondo de profundas quebradas.
Para llegar, primero se va a Punata y allí se toman vehículos de la calle Juan Manuel Sánchez esquina Potosí. Gustavo Maldonado (Cel. 76925900) es un excelente guía.