Panteón: La historia de la ciudad
Marta Angélica Camacho, viuda de Sajama, tiene 62 años y ha nacido en el cementerio. “Cuando tenía ocho años navegábamos en batea, en la qhocha, ahí donde ahora están los caballos (el monumento a Esteban Arze)”, cuenta esta señora que vende comida, todos los días, desde el fin de la mañana en la plaza del Cementerio General.
“Yo he pasado mi vida, mi infancia, adolescencia y edad adulta en el cementerio. Cuando chicos, jugábamos con mis hermanos y con los niños de los otros cementerios. Es un lugar tranquilo, yo no me siento mal, me siento más tranquila que en mi propia casa, que tengo en la calle Cabildo. Ahora mis nietos juegan en el cementerio, en la noche, juegan oculta-oculta”, dice esta señora cuyos recuerdos retrasan la historia del último medio siglo del Cementerio General de Cochabamba, fundado hace 192 años, en 1926, cuando se clausuraron los enterratorios de las iglesias y se estableció que los cadáveres debían ser enterrados allí.
Desde entonces, esa necrópolis ha acogido unos dos millones de cuerpos, según las estimaciones de su administración, en función del número de sitios que ha ido variando en el tiempo con la construcción de cuarteles de nichos y de mausoleos y las sucesivas ampliaciones del terreno que hoy es de 16 manzanos.
“El cementerio es el lugar donde se concentra la historia de la ciudad, de los habitantes de la historia de una ciudad”, dice el arquitecto René Lavayén, autor del libro “El Cementerio General de la ciudad de Cochabamba”, presentado hace pocas semanas y que cuenta la historia detallada de esta institución “que ilustra, como pocos documentos, el transcurrir de la historia de la ciudad”.
NECRÓPOLIS
Y la ciudad está realmente retratada en este panteón. Las tumbas y mausoleos más antiguos son de piedra maciza y con diseños neoclásicos o art nouveau, sobrios y solemnes. Aquellos que guardan los despojos de los miembros de algún gremio, corporación o sociedad tienen una arquitectura que refleja bien la época de su edificación, lo mismo que los cuarteles de nichos.
Y luego están los mausoleos privados construidos desde fines de siglo XX: diseños, materiales y colores variopintos se suceden en un orden a veces poco comprensible. Los más recientes brillan con los diseños de azulejos, porcelanatos y otros revestimientos originalmente concebidos para pisos.
Igual que la mancha urbana que se extiende en todas las direcciones, las sepulturas se han trepado a la falda de la colina y todo el entorno. En el extremo oeste, el último angelorio, como denominan al área donde yacen los cadáveres de bebés y niños, recuerda sin equívoco la periferia urbana. Construcciones hechas con material reciclado, cruces de fortuna e inscripciones sin apellido o sin fecha se suceden casi de manera caótica. En el muro mismo, un nombre de pila u otros seguidos de un apellido conservan la memoria de personas cuya vida tuvo algún significado para quienes los escribieron con una brocha y pintura negra o blanca.
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ALMAS OLVIDADAS
En el sector norte, adyacente al Cementerio Árabe, está el sector más frecuentado los días lunes. Es un terreno de forma irregular, grande como dos canchas de básquet, donde antes estaban las fosas comunes (ahora ya no existen y los difuntos sin familia ni amigos yacen en un nicho). Ahora, sirve para depositar los ataúdes y restos que son desalojados de los nichos luego del periodo de cinco años y nadie los reclama. Esos restos son quemados a cielo abierto y las cenizas enterradas en el mismo lugar.
Alrededor, numerosas hornacinas con cruces y flores, y nombres escritos en el muro conservan la memoria de personas desaparecidas, “que se han ido a alguna parte y nunca más han vuelto y tampoco han dado noticias”, explica una señora que mantienen su nombre en reserva, “porque soy muy conocida”, explica.
Ella está sentada con su hija, su hermana menor y una bebé de pecho. Las tres adultas mastican hojas de coca y fuman. “Vengo aquí todos los lunes, desde hace 15 años”, dice la señora. “Traigo flores y velas, porque las almas se alimentan del olor de las flores y las velas son para ellas el cariño familiar”, explica.
LAS COLONIAS
La señora tiene una historia muy distinta de la de Angélica Camacho. “Soy nacida en 1952, nací en el Cementerio Alemán. Mis abuelos eran los porteros y vivían ahí y mi mamá vivía con sus papás”, cuenta ella.
El Cementerio Alemán —establecido en la parte norte, aledaña de la colina— tenía ya medio siglo cuando esta señora nació. En 1902, los alemanes consiguen que el Concejo Municipal les ceda “un terreno que hasta entonces había sido el cementerio de los laicos, de los que no creen en Dios y de los asesinos y suicidas. Ellos no podían ser sepultados en el camposanto. Como, seguramente, ese terreno era muy poco o nada usado y el área total se había ampliado un año antes, el Concejo se los cede”, explica Lavayén.
Todas las tumbas de este cementerio están en el suelo y todo él es un jardín limpísimo, florido, sereno. Wilstermann, Dillmann, Von Borries, Hölscher, Marcus, Lässing, Haass… los apellidos de ciudadanos alemanes y sus descendientes yacen en este camposanto de extrema sobriedad.
Luego de la colonia alemana, fue la croata que establece su propio cementerio y lo inauguran un domingo de septiembre de 1936. Sólo cuatro tumbas en el suelo existen allí. El resto está en los nichos de los tres bloques que rodean un jardín central.
La colonia israelita fue la tercera en establecer su cementerio privado, ocurrió en 1944. Ubicado en el extremo sur de la necrópolis, está presidido de un monumento funerario en memoria de los judíos muertos en los campos de exterminio nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Igual que en el cementerio germano, aquí, todos los sepulcros están en el suelo. Una mitad del terreno está ocupada por las tumbas de hombres y la otra mitad, por las de mujeres.
La colonia árabe fue la última en inaugurar su panteón, en 1960, al lado del alemán, pero con una personalidad muy distinta que evoca, de alguna manera, las tierras del Medio Oriente, de donde son originarios los difuntos que reposan allá. Medialunas islámicas y cruces cristianas presiden algunos mausoleos. Una capilla católica ocupa un lugar central. Hay pocas tumbas en el suelo, pero muchos árboles, algunos de especies frutales: naranjos, limoneros, olivos… “Todo el año dan fruto”, dice la portera refiriéndose a los cítricos.
Sí, los limoneros están plenos de frutos, maduros, perfumados.