La guerra prevista para el 6 de agosto de 1975
Entre 1975 y 1978 el destino jugó sus cartas en favor de la paz en el cono sur de Sudamérica en dos oportunidades. Las cuentas regresivas para que se diesen las órdenes de ataque se hallaban en marcha. De no mediar esos hechos fortuitos, se habrían desatado conflagraciones propias de la era moderna. Un alcance y un poder de fuego sin precedentes habrían, sin duda, cambiado el destino del subcontinente y alterado el tablero geopolítico planetario. Bolivia se hallaba muy cerca del ojo de aquella tormenta bélica.
Como se sabe, tras la Guerra del Pacífico (1879-1884) Chile dejó a Bolivia sin salida al océano Pacífico y le cercenó cerca de 120 mil kilómetros cuadrados (el departamento del Litoral). Mientras tanto, Perú perdió la provincia de Tarapacá (65.413 kilómetros cuadrados), pero además sufrió la humillación de ver ocupada, Lima, su capital, durante tres años.
Estas consecuencias alimentaron durante décadas las ansias de reivindicación y revancha en ambos países. En Perú, por ejemplo, las promociones de oficiales militares, cuando egresaban, juraban: “Recuperar la provincia cautiva antes de los 100 años de la usurpación”. En Bolivia, las formaciones militares concluían sus ejercicios gritando: “¡Viva Bolivia hacia el mar…!” o “¡Viva Bolivia, muera Chile!”.
Sin embargo, cuatro años antes de la reavivada beligerancia de 1975 primaban las buenas intenciones. Hasta se empezó a bosquejar una armoniosa cura de las profundas heridas que había dejado la guerra de 1879. En 1971, por una coincidencia sin precedentes, regímenes izquierdistas gobernaban a los tres países: el general Juan José Torres presidía Bolivia; el médico Salvador Allende, Chile, y el general Juan Velasco Alvarado, Perú.
Diversos testimonios, como los transcritos por escritores como Néstor Taboada Terán, Juan Pereira Fiorilo y Jorge Magacich, revelan que Allende empezó a alentar una solución a la mediterraneidad boliviana. Otros testimonios, como los del diplomático chileno José Rodríguez Elizondo, destacan una profunda amistad que cultivaron Allende y el presidente peruano.
Las ideas de un comodato, un corredor en Arica, un área trinacional y otras ya empezaron a ser analizadas a partir de ese tiempo. Pero sólo Velasco, entre 1968 y 1975, logró estabilizar su régimen, gobernar durante siete años e imponer nacionalizaciones de áreas estratégicas de la economía peruana. Estas medidas las respaldaron, por ejemplo, países como Cuba y Rusia. El gobierno de Torres apenas duró 10 meses y tres semanas (octubre de 1970 a agosto de 1971), antes de ser derrocado por el golpe ultraderechista de Hugo Banzer. Allende lideró, durante 2 años y 10 meses, una tormentosa administración colmada de sabotajes y presiones que derivaron en la asonada encabezada por el general Augusto Pinochet. Aquel régimen socialista cayó el 11 de septiembre de 1973, y entonces las tensiones entre Perú y Chile se multiplicaron.
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Resurge la tensión
Las diferencias entre los gobiernos de Velasco y Pinochet se acentuaron. El Gobierno peruano realizó una masiva compra de material bélico soviético. “Compraron cerca de 300 tanques T-54 y T-55, también artillería, fusilería y aviones Sukhoi 22, igualmente habían adquirido cazas franceses Mirage V y fragatas Lupo de Italia”, explica el analista de defensa Samuel Montaño. Chile contaba con aviones ingleses algo desfasados Hawker Hunter y había logrado comprar cazas F-5E y A-37 de Estados Unidos. Pero la crisis política y económica que había afectado a ese país freno su modernización militar y Perú lo superaba en ese ámbito por primera vez en su historia”.
Alvarado y un núcleo duro de militares peruanos vieron más oportuna que nunca la decisión de atacar Chile y procedieron a realizar los planes del caso. El ideal de Velasco, en su aspiración nacionalista, era tomar hasta Santiago. Exmilitares del entorno de aquel presidente relataron con detalles aquella intención. Es el caso del excapitán del Ejército Peruano Eloy Villacrez, miembro de la Dirección de Asuntos Estratégicos del Ministerio de Guerra del Perú. El exoficial fue entrevistado por el programa Informe Especial de Televisión Nacional de Chile en 2018.
“Él (Velasco) quería eso y lo podíamos haber hecho —afirmó Villacrez—. Habíamos realizado una detallada labor de inteligencia. Sabíamos hasta los nombres de los tenientes que manejaban las secciones de las unidades de Chile. Sus efectivos, potencial bélico, dónde estaban ubicados (…) Su capacidad operativa, qué armas tenían, dónde se habían desplazado. ¡Todo!”.
Aniversario en guerra
Los estrategas peruanos llegaron a fijar el día D de la nueva Guerra del Pacífico: era el miércoles 6 de agosto de 1975. Pese al sueño de Velasco Alvarado, el plan concreto implicaba invadir Arica, capturar Iquique y hasta se medía la posibilidad de tomar Antofagasta. El plan de operaciones había sido codificado bajo el apelativo de “negro”. “Negro 1” implicaba la invasión de Arica; “Negro 2”, la captura de Iquique, y “Negro 3”, la toma de Antofagasta. “Negro 3 era la toma de Antofagasta y entregarla a Bolivia”, especificó Villacrez.
En la descripción de los operativos cientos de tanques y vehículos blindados rozarían recurrentemente territorio boliviano para luego penetrar en Chile. El área de operaciones se abría desde la zona del mar hasta la del altiplano. La cuarta división blindada del Ejército de Perú iba a partir desde Puno y empezaría a tomar las zonas de Putre y Parinacota, colindantes con el boliviano parque Sajama. Luego, tras dejar tropas de ocupación en aquellas zonas, se orientarían hacia Arica.
Los estrategas peruanos preveían que los primeros enfrentamientos serios se desarrollarían en la quebrada de Camarones, a casi 100 kilómetros al sur de Arica. Mientras, la estrategia chilena preveía otro escenario de confrontación y buena parte de los elementos que lo apuntalarían permanecen aún hoy en la zona fronteriza. “Previendo aquella invasión los chilenos sembraron miles de minas antitanques y antipersonales a lo largo de las fronteras con Perú y Bolivia —recuerda Samuel Montaño—. Sólo en el lado boliviano se instalaron 196.700 minas y al menos otras 80 mil en el entorno de Arica. Además, se construyeron decenas de refugios, trincheras y casamatas donde se destacaron miles de soldados. Movilizaron también equipo pesado para modificar la topografía de la zona, lo que dificultaría el paso de los tanques peruanos”.
Adicionalmente, según Rodríguez Elizondo, los militares chilenos no pensaban replegarse hasta la quebrada de Camarones. La orden de los comandantes de las Fuerzas Armadas era: “Defender Arica casa por casa”. Aquella defensa implicaría enfrentar tanto a las tropas que acompañarían a los blindados como a los paracaidistas de élite que saltarían sobre la ciudad.
Tensión extracontinental
A medida que la tensión crecía, los países del entorno y más allá se veían forzados a definir su posición y surgieron varias encrucijadas. Cuba se hallaba decidida a respaldar a Perú para aplastar lo que Fidel Castro había denominado como “el foco fascista que había surgido en Chile”. Los gobiernos de EEUU e Inglaterra estaban presionados interna y externamente a no respaldar a Pinochet. Las graves violaciones a los derechos humanos en los que había incurrido le habían creado un virtual aislamiento internacional. Además, temían agravar la creciente y peligrosa tensión mundial generada por la Guerra Fría frente a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Argentina tenía su propia previsión de guerra contra Chile, pero esperaba un laudo arbitral por el que Inglaterra definiría la soberanía del canal de Beagle. Mientras aquel fallo no llegase, no podía romper la tregua diplomática a la que se había sometido. Bolivia debía contrapesar la centenaria causa reivindicacionista frente al sesgo izquierdista que tenía el gobierno peruano. Frente a la inminente emergencia buscó potenciar sus empobrecidas Fuerzas Armadas. Según cita Montaño, Banzer logró que Venezuela le donase una escuadrilla de nueve aviones caza Sabre F-86 y cuatro bombarderos B-25. Recibió también pequeños carros blindados M1-Stuart y piezas de artillería que le donó Argentina.
La posibilidad de un 6 de agosto cuyo regalo inesperado resulte la añorada ciudad de Antofagasta impulsó al gobierno chileno a buscar la neutralización de Bolivia. “Llegó un oficio de Pinochet a la Cancillería diciendo que se buscara un método para neutralizar a Bolivia por seis meses —develó a Informe Especial el exembajador de Chile en Perú Demetrio Infante—. Ello porque Perú había recibido los tanques T-55 y nosotros no teníamos nada en esa materia y estábamos muy desprotegidos”. El plan de neutralización se tradujo en la oferta chilena de un corredor en la frontera con Perú, al norte de Arica, y el célebre abrazo de Charaña entre Banzer y Pinochet.
Encrucijada boliviana
Samuel Montaño refuerza aquella movida estratégica y, citando textos de excomandantes militares chilenos, señala que en Charaña se priorizaron dos temas: la coordinación represiva antiizquierdista del plan Cóndor y el repliegue boliviano. Añade que Banzer incluso llegó a desmilitarizar los escasos destacamentos que había en la frontera con Chile. En 2008, el reconocido político, abogado y periodista Víctor Zannier develó que Pinochet tentó a Banzer con una generosa alianza militar antiperuana. Montaño amplía y señala que también hubo la advertencia de que una inclinación hacia Perú podría costarle al país la pérdida de vastas zonas potosinas, especialmente en el área de los salares.
El abrazo de Charaña entre los dictadores Banzer y Pinochet se produjo el 8 de febrero de 1975. La cuenta regresiva para el ataque peruano estaba prácticamente en marcha, pero la del destino también. Meses antes, la salud de Velasco Alvarado se había empezado a resentir al extremo de ser necesaria la amputación de una de sus piernas debido a un aneurisma. Su debilidad física empezó a mermar su poder político y crear fisuras en el régimen. Se desataron problemas sociales y las prioridades internas empezaron a poner en duda los planes de guerra internacional. El 29 de agosto de 1975, un golpe de Estado depuso a Velasco y la presidencia fue asumida por el general Francisco Morales Bermúdez.
Los sectores guerreristas e izquierdistas fueron paulatinamente neutralizados. Tres años más tarde el desconocimiento del fallo británico y la decisión de tomar el estrecho de Beagle reavivó los tambores de guerra desde el lado argentino. Los militares peruanos y bolivianos volvieron a entrar en alerta. La junta militar de Argentina había dado la orden de ataque en la madrugada del 22 de diciembre, pero un violento temporal en el mar austral forzó a postergar aquella ofensiva. Horas más tarde el Vaticano, presionado por EEUU, se ofreció a mediar. Y se inició una era de distensión que dura ya casi medio siglo.