Un árbol caído
De vez en cuando me gusta recorrer la galería de fotos en mi teléfono, rememorando momentos. Así fue como llegué a una imagen que me trajo recuerdos de mayo pasado: Santa Cruz, Hotel Terramía, Convención Árabe. Caminaba lentamente junto a mis primos queridos, Juan Carlos y Nenita, disfrutando del aire puro y admirando la naturaleza. Nenita, deteniéndose, me mostró un majestuoso árbol que, aunque caído, seguía verde y vigoroso. Estaba en lo que alguna vez fue un lago, con su tronco robusto y lleno de vida. En algún punto de su historia, algo lo derribó, pero sanó, cicatrizó y continuó creciendo, sólo que en una nueva dirección, ya no crecía hacia arriba. En ese momento, sólo aprecié su majestuosidad; hoy veo la enseñanza que ocultaba.
La escritura tiene su magia, no cuestiona lo escrito, sólo plasma lo que sentimos: dolores, deseos, frustraciones o alegrías. Observando la imagen, me sumergí en mis pensamientos mientras tomaba café frente al parque, que además me ofrecía al vivo hermosos y frondosos árboles que motivaban aún más el momento, en eso, mi amiga Erika Hopp. me saludó: “Hola, Jean, ¿inspirándote? Justo acabo de leer tu última columna”. Tenía razón. Junto a la foto, había una libreta y un lapicero; registraba mis pensamientos, buscando el mensaje velado en ese paisaje.
No pretendo entrar en interpretaciones profundas, pero quiero explorar lo que podría simbolizar un árbol caído. Aunque en este caso, sólo lo aparentaba.
Una opción sería verlo como el fin de un ciclo o la pérdida de algo valioso. ¿Te has sentido alguna vez así, devastado y en el suelo? Otra interpretación podría ser un cambio inminente, una oportunidad de renacer. Aun si el árbol hubiese estado realmente caído, seguiría nutriendo el suelo y transformándose. Me pregunto, ¿quién no se ha visto transformado por la adversidad? ¿Quién no ha cambiado después de una traición, decepción o dolor? Estas emociones, para bien o para mal, nos transforman.
Con la mirada fija en el horizonte, reflexioné sobre lo que este árbol podría enseñarnos sobre la vulnerabilidad. Un ser tan majestuoso puede sucumbir ante la adversidad, recordándonos lo frágiles que podemos ser. Incluso las familias que parecen más fuertes pueden caer ante tormentas inesperadas: una enfermedad, una quiebra o un desamor. Aquí entra la necesidad de humildad para aquellos que se creen inmunes o la dejaron en el diccionario.
Seguí buscando significados. El árbol también podía simbolizar la desconexión de nuestras raíces. ¿Cuántos de nosotros perdemos lo esencial por cosas efímeras? Quizás este árbol nos invita a reconectar con lo fundamental. Como dijo el profeta Jeremías: “Así dice el Señor: Deténganse en los caminos y miren; pregunten por los senderos antiguos, cuál es el buen camino, y anden por él, y hallarán descanso para sus almas”. ¡Qué simple! Si volvemos a los caminos correctos, encontramos paz para nuestras almas. Quizás viviríamos con menos ansiedad, culpa y estrés… (a esto se llama “volver a las sendas antiguas”).
Finalmente, me di cuenta de algo crucial: aunque parecía caído, el árbol seguía firme en la tierra, sus raíces aún lo nutrían. Me mostró que, a pesar de las circunstancias, es posible persistir. Quizás es una buena lección para esos momentos en los que sentimos que no podemos más.
Sea como sea, aquel árbol no estaba realmente caído. Sólo lo aparentaba. Sus raíces lo mantenían vivo, y mientras había vida, había esperanza.
La reflexión fue tan profunda que decidí poner la foto de ese árbol como fondo de pantalla en mi celular. Así, cada vez que lo vea, por lo menos por un tiempo, me recuerde la capacidad de resistir y renacer, incluso cuando todo parece perdido.