Puntada a puntada: el arte de bordar a mano la memoria del folklore boliviano
Escenas de bailes típicos, campesinos en movimiento, rostros expresivos y vestimentas coloridas, bordados a mano con un nivel de detalle tan preciso que cuesta creer que no hayan sido pintados, conforman la obra viva de Emilia Céspedes Argote, una mujer que a sus 75 años lleva medio siglo bordando la identidad boliviana, puntada a puntada.
“Nací en Catavi el 5 de enero de 1950”, señala. El arte de bordar lo inició a los 14 años, como parte de una clase obligatoria en el Instituto Técnico de Artes Manuales Plásticas de Catavi, de la Comibol. Mientras otras chicas aspiraban a aprender corte y confección, ella encontró fascinación en las flores que nacían del hilo y la aguja. “Al principio fue un poco complicado. Cuesta encajar la puntada, combinar los colores, pero me encantó este arte y empecé a explorar la puntada del matiz y los diferentes puntos que tiene el bordado, encajando los colores puntada a puntada hasta lograr lo de ahora”, dice.
Con los años, el bordado pasó de ser un oficio aprendido a convertirse en una forma de expresión. Guiada por su hermano mayor, el artista plástico Víctor Céspedes, desarrolló un estilo único. “Con voluntad, esfuerzo y dedicación diaria se logran expresar sentimientos e ideas que se plasman en el arte. Creo que yo lo logré con el don que Dios me dio bordando puntada a puntada combinando los colores de los hilos y mechillas para cada diseño”, señala.
La mayoría de sus cuadros nacen en la quietud de su casa, con la música de compañía. Con un bastidor con pedestal, agujas, tijeritas, lanas delgadas y popelina, Emilia construye escenas que parecen respirar. “El tiempo no lo mido. Me dedico entera a esto porque me gusta. Cuando estoy triste, el bordado también se vuelve triste. Pero cuando estoy feliz, me sale lindo”, explica, revelando cómo sus emociones se filtran entre las fibras.
Recuerda, con cariño, que su hermano, quien lamentablemente falleció hace cinco años, le decía: “A ver si puedes hacer este diseño”. Me desafiaba. Cada cuadro tenía más movimiento, más expresión, más color. Él me dio mucha enseñanza”.
A los 22 años, bordó su primer cuadro artístico: un campesino bailando. Le tomó un mes y desde entonces, cada obra es un proceso largo y meticuloso, en el que el color, la sombra, el movimiento y la textura se equilibran con intuición, técnica y bastante imaginación.
La mayoría de los diseños de sus cuadros fueron trazados por su hermano, de quien su legado vive en cada aguja que Emilia toma. “Me dejó muchos diseños. Yo sé que donde está, me sigue apoyando”, expresa con nostalgia.
TRANSMITIENDO SUS CONOCIMIENTOS
Desde hace años, enseña lo básico en escuelas, colegios e institutos. “A todas las personas que he enseñado no hemos logrado llegar al nivel artístico del bordado a mano. Sólo se quedan con lo básico, los mantelitos, las florecitas. Para hacer arte, hay que tener voluntad, dedicación diaria, amor”, afirma.
Emilia clasifica su enseñanza en tres niveles: el básico (flores y hojas), el aplicado (figuras folklóricas) y el alto relieve. “Yo les enseñó a empezar con las primeras puntaditas, con los nombres de cada punto, con el matiz de colores. Luego vamos subiendo. Hay que crear, observar, descubrir cómo lograr los poritos del rostro, las luces, las sombras”, indica.
Pero lo que más la inspira es su gente. “Veía a nuestros campesinos de Potosí, de Chayanta, cuando venían a hacer compras. Sus ropas, su vestimenta, eso me ha gustado desde el principio. Me inspira el folklore, el tinku, la cueca. Me gusta mantener lo clásico, la originalidad que tenían nuestros campesinos”, subraya.
Sus cuadros no solo se exhiben en Cochabamba, también cruzaron fronteras. “Antes de la pandemia vendía bastante. Turistas y religiosas los llevaban al exterior. Tengo obras en Argentina, España, pero después de la pandemia, todo cambió”, recuerda. Aun así, no ha dejado de bordar. Su tercera exposición en la Casa de la Cultura de Cochabamba es testimonio de su resistencia creativa.
Emilia no sólo borda imágenes; borda memorias manteniendo viva la cultura boliviana. “El arte del bordado no es conocido como se debería. En tanto tiempo no he logrado difundirlo como yo quisiera. Quiero que lo aprendan también las jóvenes, pero ahora no hay mucho interés”, lamenta.
PROCESO
Para el bordado a mano existen al menos una veintena de puntos y una amplia gama de colores de los materiales, solo con la imaginación de cada persona se pueden plasman cuadros extraordinarios. Por ejemplo, Emilia crea pieles casi reales, con luces y sombras y una técnica denominada arenilla.
“Los fondos oscuros resaltan más. El negro, el verde oscuro, el guindo; cada color de fondo me obliga a adaptar nuevos tonos en las figuras”, explica sobre el fondo que utiliza en sus cuadros.
Emilia Céspedes no pinta, pero sus hilos escriben historias. No habla en voz alta, pero sus cuadros cantan. “Que no se pierda nuestro folklore, nuestras costumbres, nuestra música. Bolivia es riquísima en color, en vestimenta. Somos ricos en folklore y no quiero que eso se pierda ni que lo cambien. A la juventud le diría que se interesen por el arte, que busquen expresar algo propio”, dice.
Hace poco presentó su tercera exposición en el salón de exposición Mario Unzueta, de la Casa de la Cultura de Cochabamba, con 30 cuadros, entre ellos: “Siempre juntos”, “Al ritmo del bombo”, “Bailecito”, “Riña de gallos”, “Tinku”. Cada cuadro es único, con texturas diversas, colores vivos y manteniendo la vestimenta tradicional y la cultura de Bolivia.
“Estoy feliz. A la gente le gusta, se admira. Y yo también me admiro a veces. Digo: ‘Qué lindo’. Quiero seguir difundiendo este arte. Mi próxima meta es hacer una nueva exposición con otros diseños”, comenta.
Aunque la tecnología avanza y facilita algunas tareas, Emilia espera que el bordado a mano perdure, ya que tener una prenda a mano tiene mucho más valor y significado que una prenda comprada. “Espero que sigan con nuestro arte y costumbres. Bolivia es maravillosa”, finaliza.