Después de dos aluviones, en 2018 y 2020, la familias de la Taquiña aún viven en vilo con el temor de que un día el río se lleve sus casas otra vez o, peor aún, más vidas. Y es que, a seis meses del último desastre, los trabajos son mínimos frente a la gran amenaza: el deslizamiento del Linkupata.