La identidad cochala
Hace varios años que reescribo un artículo dedicado a las fiestas septembrinas, las del mes aniversario de Cochabamba, bajo el sugestivo título de “El laberinto de la vanidad”. Es una adaptación simplona del famoso ensayo de Octavio Paz sobre el élan mexicano: “El laberinto de la soledad”. Por supuesto que no pretendo especular sobre el ajayu cochala, y menos alcanzar la talla del estilo reflexivo del autor del “Ogro filantrópico”. Es una simple sumatoria de especulaciones sobre la identidad cochabambina. Una identidad anatematizada por los demás, por los que no son cochalas, obvio, y que se traduce en comentarios crueles e irónicos que pretenden esbozar la psicología del ser nacido en este valle. Como ese chiste que dice: “si te encuentras con un cochabambino y te pregunta cómo estás; no le digas que estás bien, porque le brotará la envidia; tampoco le respondas que estás mal, porque se alegrará; es mejor que le digas: más o menos…”.
No escribo sobre esa faceta subjetiva constituida por creencias y prejuicios, propias y ajenas, sino de un desplazamiento en la simbología local, aquella que resume la historia o la anula, transformándola, y que es el basamento de la identidad regional. Me refiero a la creciente pérdida de la importancia de la imagen y memoria de Las Heroínas de la Coronilla como ícono de la cochabambinidad —las “valerosas cochabambinas” que enfrentaron al ejército colonial en la Colina de San Sebastián— y que hasta los años ochenta del siglo pasado adornaban las tarjetas postales. Es más, por ese acontecimiento histórico se conmemora en nuestro país el día de la madre en esa fecha final de mayo y no de acuerdo al calendario convencional. Y esas mujeres reciben honores del ejército argentino cuando izan su bandera mientras una diana inaugura el lunes de cada semana. Y por esa razón, bordeando el barrio de San Telmo, existe una calle denominada Cochabamba, y por sus aceras camina la Maga, entrañable personaje de “Rayuela”, la estupenda novela de Julio Cortázar. Y por tal motivo, alguien compuso, antaño, una ópera sobre ese hecho histórico pero solamente una vez se escenificó en alguna ciudad de Europa o en Buenos Aires. No lo recuerdo, pero esa historia me contó Gabriel Servetto, historiador de raza argentino que vivió en la llajta y, actualmente, es cónsul general de Argentina en México.
Resulta que ese monumento a Las Heroínas de la Coronilla —y su historia— han sido relegados por El Cristo de la Concordia como imagen de la urbe cochala, como ícono turístico de Cochabamba. Una estatua construida en los años ochenta en la cima del cerro de San Pedro —¡y diez centímetros más grande que El Cristo del Corcovado!, afirma de manera rotunda y orgullosa más de un llajtamasi— y que abraza, es un decir, la ciudad contaminada, nos representa. Como escribió un gran historiador: “las tradiciones se inventan”. Nosotros acotaríamos: “las tradiciones se transmutan, también”.
No deja de ser paradójico que, en esta época de reivindicación de los derechos de las mujeres y de la equidad de género, se haya producido la creciente depauperación simbólica de las estatuas de La Coronilla que representan la valerosa conducta de las mujeres en los albores del nacimiento del país. Al fragor de la batalla, nada menos. Y tiene un sabor irónico el hecho de que haya sido desplazada por una imagen religiosa, más aún ahora que las relaciones entre Estado e iglesias están bajo el manto del pluralismo religioso, y ya no del catolicismo predominante en la institucionalidad estatal. En este caso, ¿será posible retornar al pasado? Considero que es posible, y además deseable y necesario, para restituir la identidad cochabambina con base histórica y no con la futilidad de la chicha y el chicharrón. No estoy contra la gastronomía, pero qué bien nos caería la recuperación de una pizca de memoria histórica.
El autor es sociólogo, investigador CESU-UMSS
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