Lo que me gusta de Cochabamba
Una vez leí un artículo que hacía alusión a un grafiti en una pared de la urbe boliviana, éste decía: “Esta ciudad necesita que le hagan el amor”. En esa época no pensé mucho en tal invitación, ahora vuelve a mí como el primer recuerdo para pensar que un 14 de septiembre de 1810, en las campiñas del valle se desató el afán de libertad de un pueblo, encabezado por el tarateño Esteban Arze. Un sentimiento general de sublevación corría como pólvora y fueron también las mujeres quienes hicieron carne de ese guerrillero afán, hasta morir por una causa, un ideal.
En general se remarca, porque hay que hacerlo, lo mal que funcionan las cosas en nuestra ciudad. Su morfología que ha transmutado a un ambiente de caos, contaminación, además de corrupción en las instancias políticas, pugnas de poder y en general una ciudadanía que ha perdido su centro y sus prioridades.
Aun así, la llajta, pese a cada día ser una ciudad menos amigable, tiene sus espacios paréntesis donde recuperamos o volvemos a resignificar el encuentro y la celebración. La Cochabamba que tiende puentes, persiste en ciertos lugares, en mi barrio se ubica el mercado 10 de febrero, donde hay ferias dominicales, ahí donde la gente se reúne bajo la musicalidad de huayños y cuecas, ahí donde una señora anuncia la venta de pescado casi cantando, y las vendedoras nos ofrecen el milagro de la fruta. Una pasada Jornada Socio-Cultural del Ñawpa Manka Mikhuna que celebró el legado del gran promotor cultural Wilfredo Camacho García, donde se volvió a saborear la comida de nuestros abuelos, un espacio donde los perfumes de una gastronomía elaborada por las que cocinaban para la familia, una que va más allá del lazo consanguíneo, volvieron con toda su intensidad.
La Cochabamba que me gusta, siendo intimista, es aquella donde los amigos se reúnen en torno a una mesa, recordando el legado del músico Carlos Salazar, o los palíndromos del Turi Torrico y también la poética presencia de Jorge Zabala, amigos que pese a haber partido, siguen poblando con sus ajayus, la ciudad. Una urbe que tiene a Ramón Rocha Monroy navegando las calles en su bicicleta, escritor que ejerce la poética del movimiento hace muchos años pese al creciente caos vehicular.
En esta Cochabamba construimos nuestra ciudadanía, nuestro ser y estar en el mundo, nuestras formas de libertad. Esta membresía debería llevarnos a volver a pensar en cuán importante es pensarnos desde un destino común, y ese destino está en volver a encontrarnos en un ambiente donde se pueda respirar mejor, volver a sentir la sombra de los árboles y donde se aliente la pluralidad de formas de expresión y de participación.
Y pese a lo mal que funcionan las cosas, hay quienes aún le hacen el amor a esta ciudad. Entonces, debemos volver a celebrar una fecha que nos recuerda aquello que es vital. Felicidades mayllapipis.
La autora es escritora
Columnas de CECILIA ROMERO