Ante un primitivismo execrable
Podía haberme estado refiriendo a Paul Gauguin cuando hago uso del término del epígrafe, en una lógica absolutamente placentera que te invita a mirar el posimpresionismo al que accedí gracias a mi padre, arquitecto y pintor impresionista de casa. Guardo de él algunas obras con un significado que va más allá del estilo artístico y que sobrepasa lo sentimental y espiritual. Es vida pura, diría.
En contrapartida, el tema que traigo ahora reviste una gravedad e importancia tal, que no he encontrado nada más cerca, para graficarlo, que acudir al uso de vocablos que de alguna manera se acerquen a manifestaciones sociales propias de sociedades primitivas o al menos inherentes a ellas.
Ningún vejamen se acerca más al primitivismo y la barbarie, que aquel que hemos conocido y que fuera perpetrado por dos policías en contra de la integridad física de una mujer que fue enterrada dentro un barril, solo por reclamar pensión alimenticia en favor de un bebé de once meses. El caso tiene connotaciones más dramáticas, porque los asesinos tienen una característica y formación especial que técnicamente los hace diferentes, son policías, es decir, son los llamados en términos constitucionales, a defender la sociedad.
Dos temas que me parecen centrales. El primero, los casos de feminicidio han ido en aumento y ese es un dato no menor. Las causas pueden ser diversas, lo que aquí importa es la presencia del Estado en términos institucionales a efecto de que cumpla con su rol garantista de la seguridad y la vida de las personas.
Podrán existir teorías respecto a cuál es el método más expedito para lograr que aquello ocurra. Habrá quienes pidan sanciones más drásticas y procesos sumarísimos para los que cometen este tipo de delitos con el propósito que purguen largas penas en cárceles; otros optarán por políticas preventivas y educacionales que terminen por generar una conciencia ciudadana ante actos de violencia machista en contra de las mujeres con el fin de alcanzar su erradicación. Existirán también otras sugerencias y caminos. En todo caso, lo importante es que Estado y sociedad civil vayan de la mano ante hechos que, siendo inaceptables, son propios de sociedades primitivas.
Al ser así, la retórica ya no cabe ante una víctima más, porque de lo contrario, nos acostumbraremos a una rutina que comienza con el sentido pésame y termina con el consuelo, disipado después por el paso del tiempo. Eso ya no sirve. El segundo, pasa por el rol de la Policía en términos institucionales y del policía en términos de gestión.
Lo menos que uno se imagina es que el asesino sea un policía. Estudió para conservar el orden público y proteger a la sociedad y vida de las personas, no para segarla. Ante este hecho, lo que corresponde es adoptar un profundo proceso moralizador al interior de dicha institución, a fin de minimizar la concurrencia de actos de semejante naturaleza y connotación. Por tanto, indigna a una sociedad no bárbara y no primitiva, que el detentador de la fuerza pública, cuya misión entre otras, no es otra que la de velar por el cumplimiento de la ley, sea, a través de sus integrantes, el que la incumpla, violente y transgreda.
Termino aquí: Estamos transitando peligrosamente estadios primitivos en una suerte de descomposición social donde el bien jurídico que por excelencia debe ser el más protegido y respetado –la vida– es, en los hechos, el menos considerado. En ese camino, el vil ataque hacia la integridad de la mujer, como es el caso que hoy toco a raíz del episodio supra, marca un referente e hito insoslayable en la tarea común que debemos asumir como sociedad civil para exigir la presencia del Estado y no solo de su retórica, y para adoptar acciones ciudadanas contundentes ante el maltrato y vejación a raíz de la orfandad que hoy se hace palpable en esta materia. Ni una víctima más, debe ser el objetivo de toda sociedad civilizada.
El autor es abogado
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