Tres modelos de democracia liberal
Es generalizada y hasta casi unánime la opinión de que la “democracia liberal”, como teoría y práctica sobre la forma de establecer gobiernos y adoptar decisiones colectivas, es un producto del siglo XIX. Esto no supone sostener que antes, en el apogeo de las ciudades-estado griegas y en las postrimerías del siglo XVIII –en concomitancia con las revoluciones francesa y estadounidense– no existiesen teorías o modelos teóricos sobre la democracia, como sistema político diferente u opuesto a la monarquía y a la aristocracia. A estos últimos, C.B. Macpherson –reconocido catedrático de ciencia política en la universidad de Toronto– los califica como precursores del modelo de democracia liberal.
Se considera, según el profesor canadiense, que la “democracia liberal” –en especial como modelo descriptivo y explicativo de su puesta en práctica y justificativo de su implantación– es un sistema político propio de una “sociedad capitalista de mercado”. Por consiguiente, dados los cambios producidos en esta, sobre todo por efecto del modelo de “Estado de bienestar” ampliamente difundido, no es aventurado presumir que, al menos en su forma actual, esté por desaparecer o de transformarse profundamente. Entretanto esto ocurra, muchos pensadores liberales se cuidan de recordarnos que por “democracia liberal” se entiende también “una sociedad en la cual todos sus miembros tienen igual libertad para realizar sus capacidades”.
C.B. MacPherson subraya que lo que singulariza a la “democracia liberal” con relación a los modelos precursores –en particular los de Jean Jacques Rousseau y Tomas Jefferson– es que fue la respuesta al intento de proponer un sistema político para una sociedad dividida en “clases”. Los precursores, en cambio, fueron propuestos como regímenes para una sociedad sin clases o con una sola clase. En este caso, puntualiza el autor canadiense, se entiende la “clase” en términos de propiedad, vale decir que “una clase está formada por quienes tienen las mismas relaciones de propiedad o no propiedad de tierras productivas y/o capital”.
Bajo este supuesto, desde el inicio del siglo XIX, y en forma sucesiva, se han desarrollado tres modelos de democracia liberal, que C.B.MacPherson denomina democracia como protección, como desarrollo y como equilibrio. En el primero se postula que no hay otra cosa mejor que un sistema democrático de gobierno para “proteger a los gobernados contra la opresión por el Gobierno”. En el segundo se entiende la democracia como “medio de desarrollo individual de la propia personalidad” de los individuos que integran una sociedad. En el tercero, a la luz del funcionamiento real del sistema democrático, se describe y se justifica como como sistema idóneo para hacer frente a la “competencia entre élites” por el poder que es inherente a todo proceso político.
Este último modelo –también denominado pluralista– es el que prevalece en nuestros días. Se atribuye al economista austríaco Joseph Schumpeter el diseño más preciso del mismo. Según la teoría y la práctica, la democracia no es más que un “mecanismo para elegir y autorizar gobiernos” y consiste en una “competencia entre dos o más grupos auto-elegidos (élites) y organizados en partidos políticos, a ver quién consigue los votos que les darán derecho a gobernar”.
Esta competencia es equiparable a la que se da en el mercado entre vendedores y compradores. Los políticos ofrecen “bienes” políticos y los electores los demandan. Debido a que aquellos son pocos, el mercado está dominado por un “oligopolio” que condiciona las demandas al reducir las opciones de los electores.
El autor es exviceministro de Relaciones Exteriores
Columnas de ALBERTO ZELADA CASTEDO