Innovar o morir: la aflicción de lo político
La legitimidad del armado institucional que sostuvo las democracias de América Latina por más de tres décadas, se desdibuja.
Vemos que los mecanismos tradicionales de la política se volvieron superfluos. Así las elecciones no lograron dirimir la lucha contra la impunidad en Guatemala, la agenda de paz en Colombia, ni las demandas de igualdad de la diversidad de mujeres y disidencias sexuales. En Bolivia, la fragilidad del sistema político-electoral, permitió abusos de poder tanto del anterior como del nuevo gobierno, atizando la polarización en lugar de resolverla. Lo electoral, como forma de mediación del conflicto y de ejercicio de la participación, es un mecanismo agónico.
Existe una sensación de que las instituciones y las reglas de juego se encuentran cooptadas por intereses más allá de lo ciudadano. Es por ello que los conflictos de 2019, reflotan como un intento de la ciudadanía de recuperar el control y la representatividad.
Al menos cuatro fenómenos marcan un punto de impasse que obligan a replantear la hoja de ruta:
Primero, la capacidad de intermediación política. Los dispositivos institucionales que hemos forjado a lo largo de varios siglos, dejaron de hacernos algún sentido. Hoy sólo 14% de la población en la región confía en los partidos políticos y más del 80% cree que las autoridades gobiernan para una minoría poderosa (Latinobarómetro, 2018).
La segunda es la demanda por derechos de la marea verde feminista. Hay una desigualdad imperante que no solo se observa en salarios y oportunidades para las mujeres, sino también en violencias múltiples que funcionan como dispositivos disuasivos para su participación.
Tercero, la incapacidad del modelo económico para generar desarrollo sostenible. La mención del hambre como categoría política en Argentina, por ejemplo, es síntoma del fracaso de las políticas de derrame neoliberales. Las migraciones masivas y el crecimiento urbano en precariedad, son un efecto de la destrucción del espacio habitable. La crisis ambiental es el epítome de una producción industrial inviable.
Finalmente, está la paradoja del solucionismo tecnológico. Se esperaba que las tecnologías empoderen a la ciudadanía. No obstante, hoy éstas son usadas para controlar, vigilar y manipular. Simulan que tomamos decisiones cuando en realidad seguimos lo que dicta un algoritmo. Sesgan la opinión pública a través de burbujas de sentido y fabricación de tendencias.
¿Hay salida?
Requerimos reimaginar la institucionalidad desde su esencia. Esto implica, al menos, buscar cambiar las reglas de juego para dar oportunidades a esas otras voces, centrar a la ciudadanía en la toma de decisiones y generar nuevos acuerdos políticos.
Es necesario brindar herramientas y capacidades a sectores excluidos, para que puedan participar en el espacio cívico y fortalecer su incidencia. Requerimos trabajar sobre las múltiples violencias y desigualdades que se convierten en obstáculos insalvables. También implica cambiar la cultura de la gestión pública y abrir los gobiernos para su reencuentro con la ciudadanía.
En definitiva, nuevas democracias no equivalen a sólo a nuevos mecanismos de la política. En la situación actual, es necesario renegociar la capacidad de autonomía ciudadana y colectiva para lograr instituciones más representativas. Eso es, de algún modo, innovar la política.
El autor es politólogo y director programático de la organización Asuntos del Sur
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