El golpe y la masacre de Todos Santos
Un día como ayer, el 1 de noviembre de 1979 se producía en el país uno de los más ominosos golpes de Estado: el protagonizado por el entonces coronel Alberto Natusch Busch, que derrocó al presidente interino Wálter Guevara Arze y que tuvo en vilo al país por 16 largos días.
Desde donde se analice ese golpe fue un golpe contra la historia y tuvo el propósito de prorrogar a las Fuerzas Armadas, a como dé lugar y a cualquier costo, en el ejercicio del poder.
Sustentada por importantes dirigentes disidentes de los principales partidos de entonces (MNR, MNRI, PRIN), el apoyo de la dirigencia de ADN, y en medio del intrigante silencio de algunas organizaciones y partidos de izquierda, la efímera dictadura intentó presentar un programa “progresista” (probablemente ahora se calificaría como “populista”) que, obviamente, pocos creyeron, porque en las calles dieron muestras de claros signos dictatoriales.
La resistencia ciudadana al golpe militar fue inmediata y tuvo un elevado costo humano –dos centenares de muertos y medio millar de heridos–, pero obligó al sistema político a encontrar una salida democrática que permitiera mantener la institucionalidad recuperada meses antes.
Un factor de unidad que permitió enfrentar a los golpistas y finalmente derrotarlos fue que esta su acción fue realizada horas después de que la Asamblea General de la OEA, realizada en La Paz, aprobara una resolución gestada por el Gobierno de entonces por la que reconocían la demanda marítima boliviana, como un asunto de interés de y para la región.
Recordar estos acontecimientos 41 años después es un deber cívico de primera importancia, pues nos permite, por un lado, reconocer como principio el valor del sistema democrático que nos permite elegir a nuestras autoridades en forma libre y conforme a las reglas previamente establecidas. Por el otro, que este sistema debe ser permanentemente cuidado, administrado y respetado de manera que sea siempre posible impedir que de nuevo asolen al país dictaduras de cualquier tendencia porque, al final, difieren en su justificación ideológica, pero tienen en común poner al país a al servicio de quienes las conducen.
En esa perspectiva, el golpe del 1 de noviembre de 1979, y su conclusión ayudó, paradojas de la historia, a generalizar la comprensión ciudadana de que más allá de visiones ideológicas lo importante era crear un régimen de libertades que permita elegir a las autoridades y programas, y vivir en paz, y que eso se llamaba democracia, execrada por los radicalismos de derecha e izquierda que, tres años después –cuando se consolidó la democracia que perdura hasta hoy– no tuvieron más que recluirse o reciclarse.