País de magos
“Convertir truchas en sardinas para enlatarlas y exportarlas”, esa es la propuesta de un candidato del partido oficialista que pretende convertirse en gobernador de La Paz; creo que responde al nombre de Franklin Flores. Quien tenga un mínimo de sentido común, pensará que se trata de una broma de mal gusto. Pero aquí la cosa va en serio.
Esa es la clase de políticos que se gasta Bolivia: son de lujo; entiéndase la sorna. Si uno pudiera hacer un sortilegio y convertirlos, a todos, en mini croquetas para alimentar esas truchas convertibles en sardinas, sería un negocio redondo y ecológicamente sostenible. Se trataría de un producto, 100% nacional, abundante y renovable en el que la cadena trófica alimentaria funcionaría a la perfección.
Se trataría de un producto con valor agregado para exportación, y China podría convertirse en el mercado ideal donde comercializar esas truchas convertidas en sardinas enlatadas, y alimentadas con mini croquetas. En ese país se consume de todo. No les importa el origen. Mientras más exótico el producto, mejor. Ejemplos sobran para referirse a los caprichos culinarios de los chinos.
Desde que han ingresado a América Latina, se dedican a depredar todo lo que se les cruza en el camino. Por ejemplo: consumen testículos de jaguar para satisfacer sus apetitos sexuales y les arrancan los colmillos para usarlos como amuletos. Lo importante para ellos es llenar la panza, y mucho mejor si el bocado está vivo mientras cruza el umbral que conecta la garganta con el intestino.
Razones para dedicarse a ese negocio sobrarían: Primero, Bolivia, sería finalmente un ejemplo a nivel mundial, “es lo que siempre se anhela”, y lo sería, nada menos que, en temas de reciclaje y cadenas tróficas. Segundo, con las ganancias se podría llenar las arcas que –según el extesorero del cocalero y ahora presidente, Luis Arce– la Jeanine Áñez dejó vacías.
La esperanza es lo último que se muere, reza por ahí un adagio popular. Las truchas convertidas en sardinas, alimentadas con mini croquetas y enlatadas, serían el descubrimiento del siglo; mucho más que la vacuna rusa contra la pandemia; esa que en Bolivia se transporta en carro pollero. Una gran idea para salvar la inutilidad del tesorero del cocalero, que hasta ahora no acierta una sola y vive de lamentos, cargando su guitarra y su voz desafinada, amenizando fiestas de campaña en boliches de mala muerte.
Con pujanza y perseverancia, hasta se podría pensar en ampliar el mercado. Para ello el jefe de marketing sería David Choquehuanca, quien, con su discurso pachamamero, podría abrir el mercado en los países que conforman la patria grande. Quizás ahí tenga algún protagonismo.
Después de su discurso, Choquehuanca se ha hecho chinka y ha ido mutando, hasta convertirse en cómplice del abuso que comete el Gobierno del cuál es vicepresidente. Un Gobierno corrupto que indulta a delincuentes del régimen del cocalero; y sentencia a dos años de cárcel a aquellos que denuncian actos de corrupción, como es el caso del Tata Quispe.
El autor es instructor de adultos
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN