Réquiem para el cocalero
Los populistas del siglo XXI creen haber sellado victoria por tener a Luis Fernando Camacho como prisionero político. Han olvidado que el pueblo fue protagonista para expulsar al cocalero y fraudulento Evo Morales. Ese personaje que tiene adicción por el poder y por niñas de temprana edad.
Camacho no es el único que opuso resistencia para que el depravado salga huyendo entre lamentos rumbo a México. Fueron millones, todos ellos cansados del abuso y el autoritarismo de un déspota, hoy convertido en férreo opositor de su propio partido y enemigo de Luis Arce Catacora, su otrora candidato impuesto.
El gobernador secuestrado es un trofeo; una especie de válvula de escape para huir de la realidad, para ocultar la inoperancia, la corrupción y el desenfreno. El secuestro, primero, y el abuso que cometen los pacos en Santa Cruz, después, es un mensaje del cajero para advertirle al cocalero que ahora él tiene el timón de mando. Ese que durante más de una década se dedicó a vaciar las arcas del Estado, en caprichos de un semianalfabeto.
El secuestro no ha aplacado el resentimiento del ogro. Al contrario, ha acentuado su papel de opositor recalcitrante del partido del cual se considera líder espiritual. Desde esa posición, acusa al que quiere, con argumentos absurdos como que quieren atentar contra su vida, envenenándole o contratando sicarios. Su avidez por el poder lo ha convertido en un desquiciado y le está destruyendo las entrañas.
El cocalero tiene un único enemigo y es él mismo. Su paranoia le quita el sueño y su fantasía no tiene límites cuando especula que 25 “pachajchos” (¿camiones de alto tonelaje?) le están siguiendo día y noche en el Chapare. Está abatido, porque sabe que es un cadáver político. Ése es el fantasma que le persigue día y noche y le trepana la poca materia gris que le queda. Sabe que cada vez está más solo.
No acepta que hace tiempo la gente de su partido le ha dado la espalda por cobarde. Sus bases, con excepción de los cocaleros, de los cuales es todavía su dirigente, no le perdonan el haberles abandonado en el caos después de cometer un fraude monumental. Huyó en un avión mexicano, entre lágrimas de cocodrilo y usando como paño la bandera de ese país. Pese a todo eso, insiste en volver a ser presidente de Bolivia.
De momento, y atenido a su codicia por el poder, se ha convertido en un títere del castrochavismo. Su tarea es generar caos, violencia e inestabilidad en países vecinos; ahí tenemos a Perú, sin descartar a Chile y Argentina. Perú le ha vetado el ingreso a su territorio y con eso una buena oportunidad para activar la justicia internacional. En caso de ser detenido, será extraditado a Estados Unidos o a Europa, donde deberá responder por delitos de lesa humanidad, entre otros. Su juzgamiento en el exterior es la única esperanza, porque la justicia en Bolivia es inservible.
Columnas de RUBÉN CAMACHO GUZMÁN