Entre pitos y pititas
El informe del primer año de gobierno del presidente Luis Arce se desarrolló entre pitos y pititas. Los pitos opositores no dejaron de escucharse durante toda la intervención del mandatario y los pititas volvieron a las calles del país a librar una desigual batalla con las fuerzas policiales y grupos del MAS conformados para desactivar los bloqueos en diferentes puntos.
No hubo novedades en el texto del informe. La misma comparación de datos entre dos períodos completamente distintos: entre la obvia anormalidad que la pandemia provocó a nivel nacional y global, y los que corresponden a la etapa de recuperación también mundial y local.
El Gobierno construyó la línea de base de su gestión sobre las ruinas que dejó la crisis sanitaria en la salud y la economía a fines del año 2019. Si el punto de partida es la recesión provocada por la Covid-19, todo lo demás puede ser ganancia. Si las recaudaciones cayeron mientras se mantuvo la cuarentena rígida, es lógico que se incrementen cuando la gente volvió a las calles y el consumo se normalizó paulatinamente.
Si hubo una disminución de la inversión extranjera directa en los tiempos en que el planeta suspendió sus actividades, no es extraño que los montos sean mayores cuando las condiciones mejoran. Lo mismo sucedió con las exportaciones de todas las materias primas. La pandemia no fue un tiempo de compras y de ventas, y por lo tanto esa época crítica no puede ser considerada para ninguna referencia en esa materia.
No se puede comparar tampoco las cifras de vacunación y del número de pruebas de detección de la Covid-19, entre la época en que no existían vacunas para inmunización masiva en ningún país y las pruebas de diagnóstica escaseaban en todo el mundo, con lo ocurrido meses más tarde, cuando el mundo estaba mucho mejor organizado para combatir la pandemia y distribuir entre todos las vacunas.
Pero el informe obedeció a esa lógica y adoleció de esa falla. Fue escrito para el aplauso efímero de los simpatizantes y parlamentarios oficialistas, pero careció de la sinceridad indispensable para poder presentar una realidad más cierta de la situación del país.
Se sabe que no todo son buenas noticias o datos favorables y que hay muchos temas complejos que resolver. La mención de los desafíos que tiene el país hubiera dado un poco más de equilibrio al mensaje y, al presidente una cualidad de estadista que no ha mostrado en todo el año que lleva al mando del país.
Una vez más, Arce redujo todo a un problema de supuestas izquierdas y derecha, donde la derecha —“incapaz”, “golpista” y “neoliberal”— es responsable de todos los problemas y la izquierda, representada por el gobierno populista es la generadora de todas las soluciones.
A excepción de algunos datos, que fueron resultado del paso del tiempo, no hubo nada nuevo en el mensaje, comparado con el discurso inaugural de hace un año. Se mantuvo la misma línea de confrontación y venganza, agravada por una “coreografía” oficial de fondo donde policías y vándalos perseguían a movilizados en los puntos de bloqueo y la barra de adherentes hostigaba a los asambleístas de oposición dentro del hemiciclo y en la propia plaza Murillo.
Arce no deja de ser el presidente de los masistas y de los que votaron por él, pero ha olvidado por completo a los otros, a los que descalifica e insulta todo el tiempo, y contra los que ha gestado una estrategia de hostilidad y persecución.
El presidente ha resignado la posibilidad de encabezar un gobierno de ruptura con las prácticas que deterioraron la imagen de su antecesor, Evo Morales, y ha optado más bien por enganchar el vagón de su gobierno al tren de un cuestionado proceso de cambio que mantiene al país dividido y en tensión.
El paro total en Santa Cruz y parcial en otras ciudades del país contra las leyes de Ganancias Ilícitas y del Plan de Desarrollo Económico y Social, así como los ruidosos silbatazos en la Asamblea, días después de que se consumara una maniobra para limitar la participación opositora en la directiva de la Cámara de Diputados, reflejan un preocupante clima que hace improbable la reconciliación y acentúa la sensación de estar ante un gobierno autoritario.
El informe del primer año de gestión muestra que para el Gobierno y el presidente la división interna no es un factor que influya negativamente en la marcha del país y que, por el contrario la imposición es la fórmula elegida para avanzar en la aprobación de leyes y otras normas, donde la opinión de los otros —que no son pocos y que también son bolivianos— queda excluida.
Informar entre pitos y pititas seguramente fue muy incómodo para el presidente Luis Arce. Es más, la irritación y el nerviosismo que lo llevaron a reiterar la muletilla verbal de “derecha incapaz” una vez y otra en su intervención, reflejan hasta qué punto tampoco es sencillo gobernar así.
Con cuatro años de gestión por delante Arce tiene la oportunidad de gestar su propio proceso de cambio o entregarse a una peligrosa inercia. Por lo hecho en el primer año, parecería que la decisión ya está tomada.
El autor es periodista y analista
Columnas de HERNÁN TERRAZAS E.