Las bicicletas de La Paz
Hace unos treinta años, en la época de oro de las telenovelas brasileñas, una de esas, que fue de las mejores, estaba ambientada en una pequeña ciudad del interior, que tenía algunos ancestros ingleses, y un alcalde un tanto loco, que decidió que para darle carácter a la ciudad, siguiendo la relativa ancestralidad británica de muchos de sus habitantes, el tráfico debía regirse por las normas de las islas británicas, vale decir, manejando todos conservando la izquierda, la propuesta era absurda, porque nadie tenía auto con volante a la derecha, y porque en el resto del Brasil, se maneja de otra manera. Los guionistas ponían así en evidencia los absurdos de los caprichos de las autoridades de turno.
Algo tan absurdo como ese despropósito de manejar al estilo inglés, nos está pasando en La Paz, con la idea de querer implementar un circuito de ciclovías para mejorar el tráfico de la ciudad, empezando por la cada día más congestionada zona sur. No estamos imitando a los ingleses, pero posiblemente sí a la comunidad europea, de hecho, este plan, huele un poco a cooperación extranjera, lo digo porque el año antepasado hubo un escándalo de dimensiones mayores por el financiamiento de una ciclovía en Lima, por parte de Alemania, (la opinión pública alemana, se escandalizó al enterarse que dinero de los contribuyentes estaba yendo a financiar una ciclovía en la capital de los reyes a orillas del Pacifico, y el financiamiento fue suspendido).
A mí me encantan las bicicletas, aprendí a montar una en el jardín de la casa de mis padres, pero nunca me aventuré por las calles de La Paz. La primera vez que fui a Oruro, visitamos a una familia amiga que tenía una fábrica de galletas, y vi como en el patio que había a la entrada de la fábrica, parqueaban decenas de bicicletas de los trabajadores, en mi primera visita a Cochabamba, hace más de cincuenta años, también pasamos por la fábrica Manaco en el camino entre Quillacollo y la ciudad, y ahí vi delante de esta unos cientos de bicicletas parqueadas, me fascinó.
También en mi primer viaje a Europa, en Munich, mis anfitriones me prestaron una bicicleta, tanto para moverme por el centro, como por las afueras, por la bella zona de Grünwald. No, no, tengo nada contra las bicis, hace un par de años vi la nueva movida que hay en las noches de Santa Cruz, donde cientos de personas van a la plaza principal cuando cae la noche y se puede pedalear libre del abrazador calor diurno de la capital oriental. Todo eso es bello, y envidiable, pero no reproducible en La Paz, en primera instancia porque todas las ciudades que he mencionado son planas, lo que no sucede con la “ínclita”.
Montar bicicleta en La Paz implica mayores esfuerzos, o mayor capital, digamos para usar una bici con cambios, y con un pequeño motor eléctrico, pero hay algo más, y es que precisamente debido a lo peculiar de la geografía de la hoyada en la que la ciudad ha sido construida, tampoco tenemos calles anchas, y eso hace que tomar espacios de las calles y avenidas para una ciclovía, (que pocos o nadie utilizarán) pueda ser verdaderamente perjudicial para un tráfico más fluido.
La Paz nunca fue una ciudad en la que se usó la bicicleta como modo de transporte, y las autoridades ediles debieron haberse preguntado si eso era un tema de imbecilidad congénita, de flojera absoluta, o si más bien era el resultado de la experiencia, de conocer el medio, de tener que adaptarse al mismo.
Tengo amigos que aman el ciclismo, y que usan sus bicicletas también para movilizarse por esta ciudad, pero son casos excepcionales, extraordinariamente excepcionales. Las cuestas, la altura, no ayudan, son, diría yo, un obstáculo casi infranqueable.
Lo que me preocupa en este proyecto es tratar de entender la lógica del alcalde y sus colaboradores: implementar un plan que bajo ninguna circunstancia es prioritario para nuestra ciudad, o para los barrios de la zona sur, y que aunque no fuera oneroso, aunque sea parte de un regalo, no mejorará la calidad de vida de los vecinos. La Paz tiene muchas prioridades antes que hacerse de una ciclovía, que tiene por lo demás un retrogusto fitzcarraldeano. Es difícil entender el entusiasmo por un proyecto así, un trabajo de periodismo de investigación ayudaría a comprender este plan.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ