Villegas nos abrió los ojos
Óscar Villegas, actual director técnico de la Selección Boliviana, nos dio una lección que no deberíamos olvidar: durante años nos ilusionamos con técnicos extranjeros, pensando que ellos traerían la fórmula mágica para clasificar a los mundiales, pero lo único que dejaron fue frustraciones y se fueron con bolsillos llenos de dólares. Mientras tanto, en casa siempre tuvimos gente más honesta, más comprometida y con verdadera capacidad de trabajo.
La historia es clara
El primer gran engaño fue Xavier Azkargorta. Se vendió como un “salvador” del fútbol boliviano y se ganó un lugar en la memoria colectiva gracias a la clasificación al Mundial de 1994. Sin embargo, muy pocos recuerdan que esa clasificación no se debió a su genialidad, sino a las circunstancias. Empatamos con Ecuador, cuyos jugadores estaban en huelga por falta de pagos, y ese resultado nos dio el pase. Bolivia no clasificó porque jugaba mejor, sino porque los rivales atravesaban sus propios problemas. Además, clasificamos de casualidad y no duramos más que un partido: fuimos eliminados rápidamente. A pesar de ese pobre papel, el Gobierno le otorgó una medalla al español, un premio totalmente equivocado que debería ser retirado y devuelto, porque nunca correspondió porque nunca fue entrenador. Azkargorta aprovechó ese momento histórico y lo convirtió en fama personal. Después, cuando se fue a Chile, lo despidieron en poco tiempo al descubrir su incapacidad. En China, México y otras selecciones también fracasó. Nunca brilló fuera de Bolivia, y aun así aquí construyó un mito falso que muchos todavía repiten.
El siguiente capítulo lo escribió el venezolano César Farías. Vino con un discurso agresivo, prometiendo revolucionar la Selección. Hablaba de disciplina, de cambiar la mentalidad, de lograr el tan ansiado boleto a un Mundial. La realidad fue otra: un fracaso tras otro. Bolivia siguió perdiendo, y lo único que se acumuló fueron los dólares en su cuenta. Se fue al exterior y tampoco logró éxitos. Nos dejó promesas vacías, malos recuerdos y un grupo de jugadores desmoralizados.
Luego llegó un argentino cuyo nombre ni vale la pena mencionar. Fue contratado casi como una apuesta desesperada. Prometió cambios profundos, habló de un “proceso”, aseguró que estaba construyendo el camino al Mundial. ¿El resultado? Derrotas y más derrotas. Nada distinto a lo que ya habíamos vivido. Su gestión fue tan mediocre que hasta la misma afición terminó por rechazarlo. La federación no tuvo más remedio que despedirlo, pero como en los otros casos, se llevó un buen monto en dólares sin haber aportado absolutamente nada.
Y entonces aparece Óscar Villegas, un técnico boliviano, sin tanto discurso, sin tanta promesa vacía. Con un sueldo seguramente menor al de los extranjeros, empezó a trabajar en silencio, con realismo y con conocimiento de nuestra idiosincrasia. No inventó cuentos: trabajó con lo que había y le sacó provecho. Hoy, nos tiene a un paso de un Mundial, algo que parecía impensable después de tantas frustraciones.
Lo que Óscar Villegas logró va más allá de los resultados deportivos. Nos abrió los ojos. Nos mostró que el problema no es traer gente de afuera ni gastar millones de dólares en técnicos de renombre internacional. El problema es que nunca confiamos en lo nuestro.
Bolivia necesita entrenadores que conozcan la realidad del jugador boliviano, que sepan de sus limitaciones, de sus virtudes, de las dificultades que atraviesa para formarse. Un extranjero viene, cobra, promete y se va. En cambio, un boliviano se queda, se compromete y lucha, porque también está defendiendo su propia identidad.
El fútbol, como la vida misma, nos enseña que la verdadera riqueza está en valorar lo que producimos, en reconocer a quienes, como Óscar Villegas, no necesitan discursos grandilocuentes, sino trabajo honesto y resultados.Bolivia tiene talento. Solo falta creer en él.
Columnas de Constantino Klaric