Viaje: Prisioneros de las imágenes en las ruinas de Baalbek
Hace muchos años perseguí un ovni en el altiplano orureño, es decir lo que suponíamos era una nave interespacial. Esa noche de vientos calientes, algo raro a más de 3 mil metros sobre el nivel del mar, el cielo se iluminó con destellos de luces variadas que luego las volví a ver, pero, no en algún cielo sino en el écran de un cine, “Encuentros en la tercera fase”, la emblemática película de Steven Spielberg, me convenció de que aquella persecución que terminó en el cráter de un lejana colina de la cordillera no fue en vano, aunque jamás comprobamos que las luces de la noche pasada eran uno o dos ovnis o eran simple reflejo de la aurora austral porque la boreal se da en el Polo Norte que está más lejos de Oruro.
Mi aproximación a los ovnis duró poco, pero en ese poco leí que en 1959 el bielorruso Matest M. Agrest había lanzado la hipótesis de la que la Tierra fue visitada por seres venidos del espacio exterior, su artículo “Astronautas de la antigüedad” señala a la Biblia como fuente. Curiosamente para Agrest, la Gran Terraza en Baalbek (Líbano) fue una pista de aterrizaje de los seres venidos de otras galaxias.
Es entonces que leí la palabra Baalbek, al cabo del tiempo se me olvidó, pero la memoria tiene sus prodigios, almacena todo y el rato menos pensado emerge a la superficie del recuerdo.
Estábamos en un auto alquilado, Gabriel Afram, colega periodista, asirio, traductor, autor de diccionarios, exseminarista (iglesia ortodoxa) y políglota y yo, cuando escucho en sueco: ¡Nos jodimos, estamos en Baalbek!
Antes que le pregunte porqué estábamos jodidos, nos detuvieron unos milicianos de Hezbolá, un ejército chiita financiado por Irán que operaban y lo siguen haciendo en el Líbano. Pero en aquel viaje estaban agrupados en el valle del Becá y no eran tiempos de paz, a pesar de que la guerra había pasado, las tensiones seguían presentes, además Siria tenía tropas y los israelitas atacaban en respuesta a los hostigamientos desde el sur del Líbano. De hecho, este viaje terminó en un sótano del hotel Brasil en la zona cristiana debido a un intenso bombardeo de la aviación israelita.
Llegamos a las ruinas de Baalbek huyendo de unos asaltantes que nos había seguido por la ruta que une Líbano con Siria luego que nos vieron cambiar dólares en efectivo, pues, en ese entonces no había tarjetas de crédito. La huida terminó frente a los Hezbolá.
Nos metieron en un cuarto oscuro y decomisaron nuestras grabadoras y la cámara fotográfica de mi propiedad. Gabriel, que era quien domina el árabe, debía decir la verdad: “Estamos de viaje a Siria en afanes periodísticos”. Era obvia la pregunta y ¿por qué por esta ruta? Volver a decir la verdad, nos perseguían para robarnos (era un supuesto) y al desviar de camino llegamos hasta aquí por casualidad.
Como yo estaba callado parado en una esquina del cuarto, el interrogador preguntó por mí. Gabriel se volvió y escuché la palabra Bolivia. Luego me contó que dijo ¡Ah!, él es mi jefe y es de Bolivia. El miliciano de Hezbolá vino hacia mí y muy cerca de mi rostro dijo: ¡Bolivia! ¡Bolivia! Y salió para volver con otro dos que parecían o jefes o superiores. Y me señalaron, repitiendo el nombre del país.
Al fin salió de la boca de uno de los recién llegados la palabra clave: Che, Che Guevara (pronunció incluida la u) y dijo algo en árabe. Gabriel más tranquilo y seguro de sí mismo, me tradujo: “Quieren que les cuentes del Che”.
El resto fue una historia corta de la guerrilla del Che en Bolivia, pero en boca de Gabriel se convirtió en larga. Años más tarde, en mi despedida de la Radio, me confesó que nunca tradujo lo que dije, tampoco me dijo qué les contó. Lo cierto es que los Hezbola nos invitaron a visitar las ruinas de Baalbek y de esa manera conocí la gran terraza que según el bielorruso Agres era la pista de aterrizaje de los Ovnis de antes de la Biblia.
Cuando partimos a Siria, mis interrogadores me dieron unas palmadas diciendo a manera de despedida Che … che … Bolivia …
Hoy sigo siendo un viajero, de los simples, poco encerrado en mí mismo, más bien susceptible de transformarme al contacto con el otro, pero nunca de adentrarme en la experiencia profunda, no hay tiempo. No recuerdo quién dijo que los viajeros somos espías, tenemos acceso al contacto rápido y furtivo de los espías.
“Desconfía de los relatos de viajeros”, decía Saadi en Goletân. No ven nada. Creemos ver, pero sólo atisbamos y a veces nos enceguecemos con sólo los reflejos. Es que somos prisioneros de las imágenes.
3-_pag_4-_carlos_molina_decker.jpg
