
BITÁCORA DEL BÚHO
La frase que da título a esta columna se la atribuye al gran Groucho Marx, no se sabe exactamente si la dijo, pero personalmente quiero creer que él fue el autor de tan brillante máxima, y la defenderé contra viento y marea.
Ya me imagino a Groucho; puro en mano, cejas pobladas, bigote rectangular, ojos bien abiertos y lentes diminutos, en plena negociación política: “Camaradas del partido y la oposición; como les dije, estos son mis principios, pero si no les gustan, tengo otros. La decisión es vuestra”.
A los movimientos populares, ha dicho el pensador Michel Foucault, siempre se les ha presentado como producidos por el hambre, los impuestos, el desempleo; nunca como una lucha por el poder, como si las masas pudieran soñar con comer bien, pero no con ejercer el poder.
“¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido”, cavilaba Dorotea en “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo.
Juan Preciado se encuentra ante un pueblo deshabitado, lleno de fantasmas, con olor a muerte que, al final, provoca la suya producto del terror y del desconcierto. Comala podría ser la nada, pero también todo. Un lugar irreal pero terriblemente real, donde habitan muertos vivientes, devorados, día a día, por la desilusión. Un pueblo que muere por sí mismo y que no lo mata nadie. Un lugar que se deja ir, se deja morir.
“Abril es el mes más cruel, hace brotar lilas en la tierra muerta, mezcla memoria y deseo, remueve lentas raíces con lluvia primaveral”.
T. S. Eliot poetiza una dualidad inexorable que es misteriosa y evidente al mismo tiempo: vida y muerte, nacimiento y deceso. Pero, simultáneamente, esta dicotomía es desafiada por otra, una que nos hace recaer en la evidencia de nuestra humanidad: memoria y deseo. Memoria, para cobijar la esencia de lo vivido. Deseo, para evocar esa historia que no se borra y se reconforta cada vez que la invocamos.
¿Recuerdas haber escrito en tu Diario: “la libertad es poder decir que dos más dos son cuatro?”. -Sí -dijo Winston. O’Brien levantó la mano izquierda y le preguntó- ¿Cuántos dedos hay aquí, Winston? -Cuatro.
¿Y si el Partido dice que son cinco? (“1984”, George Orwell).
Hay una gran frase del fallecido escritor cubano Eliseo Alberto que me seduce por su contenido nostálgico: “Los hombres de las islas siempre somos náufragos, siempre estamos mirando el horizonte”.
La política populista es el arte de poner a buen recaudo lo que le corresponde por derecho al ciudadano, una vez en el poder, esos derechos son suministrados a cuenta gotas, entonces el gobierno se convierte en proveedor y buen tipo que ‘soluciona’, sistemáticamente, las necesidades sociales de acuerdo al temple y decisiones que le plazcan tomar al mandamás.
Este 21 de febrero se cumplen ocho años desde que los bolivianos votamos en el referéndum constitucional en el que se le dijo “No” a la reelección de Evo Morales. Una lucha inclaudicable que se consolidó como un clamor ciudadano en defensa del voto democrático y la alternancia en el poder.
“El populismo es la democracia de los ignorantes. A veces sirve para sublevar contra problemas reales, pero no para solucionarlos. Busca revancha, pero no reforma”, sentencia el filósofo y escritor español, Fernando Savater.
La palabra bloquear significa interceptar, obstruir, cerrar el paso, impedir el tránsito vehicular o peatonal, como es el caso de Bolivia desde hace mucho tiempo.
El bloqueo detiene, impide, restringe y coarta, siempre.
El filósofo y lingüista Tzvetan Todorov fue un tenaz fiscalizador de la democracia occidental.
Lo ubicaba en ese tiempo histórico en el que se debe ser honesto y crítico para identificar los males que aquejan a esta humanidad que ahora, más que nunca, necesita una brújula para la conciencia, la reflexión y el humanismo. Neoconservadurismos, fanatismos, populismos, misoginia y muros sociales, son ingredientes que mezclan la masa y van deteriorando la cuestionada política y democracia occidental.
En estos tiempos de urgencias democráticas y de lucha constante por ser librepensante, ya no interesa si eres de derecha o de izquierda o, como sostenía José Ortega y Gasset: “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejia moral”.