CARTUCHOS DE HARINA
Ana María Romero narraba en una columna de los años 90: “conocí a Marcelo Quiroga en los 60 en casa de mi padre, Gonzalo Romero. Solían reunirse junto a José Ortiz Mercado para charlar y luego partir hacia el Congreso (…). Esos nóveles diputados decían que mi viejo les transmitió sus secretos sobre la práctica parlamentaria sin egoísmo. Él los consideraba sus mejores discípulos. Ellos, su maestro. Aunque la política los llevó por rumbos distintos, no afectó esa amistad que se mantuvo inalterable y que, con el tiempo, terminé compartiendo”.
Me ha sido tentador recaer en la lectura de Carl Schmitt, pese a su aire pecaminoso. es que Schmitt decía, citando al decimonónico español Donoso Cortés cuando critica el parlamentarismo, que “resulta característico del liberalismo burgués no tomar una decisión (…) sino tratar de entablar una discusión”. Sería, así, una “clase discutidora” que “pretende eludir la decisión”. “una clase que relega toda actividad política al discurso en la prensa y el Parlamento no es capaz de hacer frente a una época de luchas sociales”.
Será porque el distanciamiento físico impide evaluar la picardía ajena, pero últimamente tomo en serio los proyectos de ley. Hablo, por ejemplo, del que busca regular el estado de excepción conforme a nuestra frondosa Constitución.
En enero, Honduras declaró organización terrorista a Hezbolá, la millonaria estructura político-castrense libanesa chiita, apoyada por Irán y Siria, cuyas acciones están entre la licitud y su antónimo. Lo que Honduras haga no interesa aquí, habituados –me incluyo– a mirarnos el ombligo. Finalmente, la de Honduras pudo ser otra genuflexión por causa de Washington.
En algo lleva la delantera el MAS, pese a que se desnucó en 2019 y a que tiene en contra a la mayoría del país. El MAS es aún diestro con los símbolos y la calle, y ha reasumido la iniciativa. Pandemia al margen, el MAS nos mantiene carburando si acaso habrá elecciones en agosto o cuándo combustionará el país.
A nadie se la ha ocurrido aún, pero cualquier día la gestualidad andina nos llevará a otra Constituyente. Aunque, como decía Linares: “no son los Congresos los destinados a regenerar a un pueblo”. El caso es que no se precisa una Constituyente ni, espero, un dictador, pero sí recobrar el sentido común, quizá con una simple reforma.
Si todavía leyéramos a Montesquieu con convicción, la república como forma de gobierno dependería de la virtud de los ciudadanos, así como el despotismo se afirma en el miedo. Y eso que Montesquieu no creía en la gansada de que en una república todos son virtuosos, sino que simplemente funcionaría mejor cuanto más extendida esté la virtud.
Instigado por Rafo Archondo, vi Algo quema, documental de Mauricio Ovando, nieto del expresidente. Con atrayentes imágenes inéditas, el documental es un mea culpa casi luterano, por excesivo, a raíz de las andanzas del abuelo.