CARTUCHOS DE HARINA
Manuel Rodríguez Cuadros fue embajador de Alan García, destinado a La Paz en 2010 para recomponer relaciones. En ese tiempo, Evo acusaba que el juicio peruano a Chile impediría una eventual salida marítima boliviana por el norte chileno (luego, no oímos más esa especie y Perú ganó el litigio a Chile). En Santiago estaban por eso encantados con Evo. La demanda boliviana en ciernes no había aún recibido el impulso de la suspicacia de Evo por Piñera, agravada por el incidente de la detención del general Sanabria.
Las relaciones con el primer mundo toman otro cariz en la izquierda regional en el poder y, tal vez de rebote, aquí. Comenzó Argentina, cuyo Gobierno es luz, faro y guía de las acciones nacionales, como tantas veces en nuestra historia, no siempre para bien. No voy a ser descortés poniendo ejemplos odiosos, pudiendo recordar otros.
Las elecciones para la constituyente chilena casi coincidieron con el acercamiento boliviano-chileno desatado el 23 de marzo por Bolivia. El primer reflejo chileno fue algo descuidado, reconducido luego para tomar la oportunidad de la distensión. Ambas cancillerías han traducido ese ánimo en una lista que no incluye los puntos más peliagudos: el Silala y el marítimo.
En una convención del Partido Republicano, el centrista rival de Obama y senador Mitt Romney es abucheado por la base trumpista. Días después, la hija de Dick Cheney (antes campeón neocon y cerebro gris-vicepresidente de George W. Bush,) le recuerda a su partido que quien alegue que la elección de 2020 fue “un robo” está divulgando una gran mentira. Acto seguido, el trumpismo procesa la remoción de Liz Cheney como cabeza de su bancada de representantes.
En la trama de los supuestos requerimientos del exministro Characayo en sus paseos de relax nocturno y en sudadera por El Prado de La Paz, ciertos dirigentes de los “interculturales” (nombre con el que los adictos a los eufemismos rebautizaron a los colonizadores) rechazaron las alusiones ministeriales por la detención del exministro de Desarrollo Rural y Tierras. Según esas alusiones, en la denuncia contra el exministro se señala que 200.000 dólares de las presuntas coimas iban para el bolsillo de algunos dirigentes.
Puede sonar pecaminoso, pero la muerte del teólogo suizo Hans Küng me salvó de escribir de las disputas nacionales y sus engolados actores. Y no fue por el renombre de aquel influyente disidente católico, némesis mediático de Joseph Ratzinger (amamos mucho esas caricaturas de un héroe contra un villano, cuando la realidad es más bien polifónica), sino porque su partida a los 93 años me hizo retomar sus memorias.
Álvaro García Linera e Íñigo Errejón escribieron el ensayo Qué horizonte: Hegemonía, Estado y revolución democrática, publicado en diciembre de 2019. El título pudo ser más rimbombante, pero los autores sintieron en un punto una admirable modestia que los contuvo.
No me interesa el libro sino su prólogo. Es de don José Luis Villacañas Berlanga, filósofo seguramente estudiado, con un nombre colorido (de personaje de una odisea etílica, si me permiten la incorrección).
Mi papá es de la edad de Mick Jagger. Es de buen ajayu, pero no se contorsiona como el líder de los Stones ni toma clases de kick-boxing. Londres ofrece esa opción, no Huajchilla, donde mi padre vive. Lo digo sanamente; no vaya uno a herir alguna sensibilidad a flor de piel de esa localidad.
Ninguna relación de vecindad da para beatificar a nadie. Al punto que bien se podría parafrasear el desencanto derivado de otro tipo de relaciones. En materias de barrio, se diría: nadie es un personaje ejemplar para su vecino.
El hechizo de la guitarra de don Luis Arce no logró, no obstante, conquistar mi destemplado y receloso oído. Empero, haciendo de la necesidad virtud, pensé en el sentido común popular que eligió a este Arce (que no es el de la avenida) en lugar de a Carlos Mesa, el “Pico de oro” hasta una fase previa a la actual (hace unos 100 años, otro político, Domingo Ramírez, merecía ese apodo por su oratoria).