
CARTUCHOS DE HARINA
Salió rajando al Brasil el presidente argentino Albertico Fernández para sacarse foto con el vencedor Lula, y engrosar su lista de videos en Twitter. En ellos, Fernández despliega su generoso sentido del tacto con otros mandatarios y autoridades -John Kerry se salvó una vez, al paso, de los toqueteos-. Además, Albertico trae la mirada extasiada por sus interlocutores de izquierda, sobre todo varones (con algo de homofobia, Alan García diría que él no se fijaba en hombres).
Hace 19 años un sistema político y económico cayó, en parte porque se quedó sin aliados. Como receta inversa, el sistema levantado a partir de 2006 se basa en cooptar aliados sociales, de modo que ya casi no caben los intereses de todos (pienso en las recientes protestas de los mineros de Colquiri y Huanuni, por ejemplo). El aparato corporativo nacional fue conectado al Estado, con la esperanza de que deje de resistirlo y más bien lo consolide. El excedente del gas permitió, además, sumar esos aliados sociales.
Cualquiera atribuiría a Felipe Quispe sostener que el porvenir de Bolivia es ser la nación de la raza (los aymaras) “más enérgica, más fuerte, más apta para la civilización y más fácil para asimilarse a los grandes conocimientos del progreso humano”.
La guerra de las Malvinas tuvo lugar hace cuarenta años. En Bolivia, García Meza había dado paso a una junta y luego a Torrelio, a cargo de otra dictadura. El comandante de la Fuerza Aérea, Natalio Morales Mosquera, insinuaba que Bolivia podía aportar aviones a favor de la Argentina, para ser rápidamente desmentido.
El título de esta columna podría leerse por error con pesimismo arguediano, para de ahí rematar, aburrido y plañidero, en los males de nuestra historia, sin reparar en que tenemos también momentos de luz. Por esto último, precisamente, La Odisea “boliviana” me induce al optimismo.
Ocurre que, movido por los dones y deberes que me da una paternidad tardía, llevo ya unos meses (sí, vamos lento) leyendo La Odisea en voz alta casi cada noche, pero sin mirarme al espejo ni perfilar una incipiente carrera teatral.
Para no ser contreras ni desdeñar la producción nacional, el último domingo vi un retazo del programa Coordenada Sur (CS) del canal de TV Abya Yala. Ese programa es dirigido por el frenético exministro JRQ y el argentino Andrés Sal.lari (¿se escribe así o es el código de un cuerpo oficial de inteligencia?), otrora corresponsal del canal iraní HispanTV en Bolivia.
Dos muertes me han apenado. Primero, la de don Mario Ríos Gastelú, periodista al que no conocí, pero leía yo de jovencito en la página cultural diaria (no en el suplemento literario que dirigiera Monseñor Quirós) del periódico Presencia, a fines de los años 80.
No sé de un jefe en funciones de una agencia de inteligencia nacional que publique un libro; menos uno de memorias, género raro aquí debido a nuestro pudor endémico. Es el caso, en cambio, del actual director de la CIA, William J. Burns, un descendiente de irlandeses católicos que sirvió por tres décadas en el servicio exterior.
Hace más de tres lustros renació en Bolivia la fiebre constituyente. El ecuatoriano Luis Verdesoto la observó como parte de la gestualidad andina, predispuesta a refundar a través de nuevas constituciones. Y eso que entonces aún no confirmábamos que lo andino llega hasta Santiago de Chile, a pesar del mapa. Por la Constituyente chilena, ahora sabemos: el mapa no miente.
Hace medio siglo renunció el presidente de Estados Unidos Richard Nixon. Su sello fue casi mefistofélico por esa mezcla de iniquidad y brillo, a medio camino entre el don y la maldición.