CARTUCHOS DE HARINA
Cualquiera atribuiría a Felipe Quispe sostener que el porvenir de Bolivia es ser la nación de la raza (los aymaras) “más enérgica, más fuerte, más apta para la civilización y más fácil para asimilarse a los grandes conocimientos del progreso humano”.
La guerra de las Malvinas tuvo lugar hace cuarenta años. En Bolivia, García Meza había dado paso a una junta y luego a Torrelio, a cargo de otra dictadura. El comandante de la Fuerza Aérea, Natalio Morales Mosquera, insinuaba que Bolivia podía aportar aviones a favor de la Argentina, para ser rápidamente desmentido.
El título de esta columna podría leerse por error con pesimismo arguediano, para de ahí rematar, aburrido y plañidero, en los males de nuestra historia, sin reparar en que tenemos también momentos de luz. Por esto último, precisamente, La Odisea “boliviana” me induce al optimismo.
Ocurre que, movido por los dones y deberes que me da una paternidad tardía, llevo ya unos meses (sí, vamos lento) leyendo La Odisea en voz alta casi cada noche, pero sin mirarme al espejo ni perfilar una incipiente carrera teatral.
Para no ser contreras ni desdeñar la producción nacional, el último domingo vi un retazo del programa Coordenada Sur (CS) del canal de TV Abya Yala. Ese programa es dirigido por el frenético exministro JRQ y el argentino Andrés Sal.lari (¿se escribe así o es el código de un cuerpo oficial de inteligencia?), otrora corresponsal del canal iraní HispanTV en Bolivia.
Dos muertes me han apenado. Primero, la de don Mario Ríos Gastelú, periodista al que no conocí, pero leía yo de jovencito en la página cultural diaria (no en el suplemento literario que dirigiera Monseñor Quirós) del periódico Presencia, a fines de los años 80.
No sé de un jefe en funciones de una agencia de inteligencia nacional que publique un libro; menos uno de memorias, género raro aquí debido a nuestro pudor endémico. Es el caso, en cambio, del actual director de la CIA, William J. Burns, un descendiente de irlandeses católicos que sirvió por tres décadas en el servicio exterior.
Hace más de tres lustros renació en Bolivia la fiebre constituyente. El ecuatoriano Luis Verdesoto la observó como parte de la gestualidad andina, predispuesta a refundar a través de nuevas constituciones. Y eso que entonces aún no confirmábamos que lo andino llega hasta Santiago de Chile, a pesar del mapa. Por la Constituyente chilena, ahora sabemos: el mapa no miente.
Hace medio siglo renunció el presidente de Estados Unidos Richard Nixon. Su sello fue casi mefistofélico por esa mezcla de iniquidad y brillo, a medio camino entre el don y la maldición.
Si no fuera por la ideología o el peso de la dirigencia sindical y social, hasta el MAS debería clamar por inversión extranjera. En buena parte, el país vive de la efectuada hace lustros en los rubros tradicionales (hidrocarburos, minería, agro).
La inversión hidrocaburífera y minera ha dejado un buen trozo de renta, pero al costo de no crear nuevas fuentes de riqueza. La prueba es que no hay proyectos de magnitud. Y, entre los que carga este Estado, el litio lleva siquiera una década en nada, mientras Huanuni se llena de jucus (vean en Google).
La discusión sobre el mestizaje y cuán indio es el país renueva la tentación de atornillarse en 1952. Y eso me suena a presumir o que no han pasado 70 años o que el proyecto del mestizaje, alimentado por su precedente mexicano, no fue desafiado ya antes del MAS, por ejemplo desde el indianismo y el katarismo.