VUELTA
Como cada cinco años, la historia se repite con los protagonistas de siempre. Apenas uno que otro nuevo en medio de los rostros ya conocidos. Si alguien pensaba que había llegado la hora de una nueva generación de políticos, se quedó con las ganas.
La pregunta es, sin embargo, ¿por qué, si la demanda más o menos generalizada era de renovación, no surgió alguien con ese perfil o, si lo hizo, por qué no consiguió convencer a la gente y ubicarse en el radar de las preferencias con alguna posibilidad de éxito?
En la novela por entregas del MAS, el capítulo del fin de semana sumó a dos personajes: un presidente con aires de triunfador compartiendo anuncios alentadores con los empresarios del sector productivo cruceño y un Evo Morales en repliegue, pero con la intención de mostrarse, a pesar de los fallos constitucionales y de los “antecedentes” personales, como el líder de un bloque popular que parece haber perdido el libreto.
El que impuso el apodo de “El Jefazo” fue el periodista argentino Martín Sivak, quien con ese título —El Jefazo— publicó en 2008 la que se supone es la biografía más completa del expresidente, Evo Morales. Como todo esfuerzo biográfico que se emprende cuando el personaje todavía está vivo, Sivak arriesgó a que el tiempo se encargara de corregir e incluso editar, sin su autorización, no pocas páginas en las que el autor posiblemente transitó por la elegía antes que por un acercamiento crítico a la vida de un personaje público que siempre fue polémico.
De cumplirse el objetivo de Evo Morales, sería el primer procesado por el delito de estupro en negociar su caso con la mediación de instancias internacionales. Por increíble que parezca, la propia Corte Interamericana de Derechos Humanos aboga por una salida dialogada al conflicto que tiene en vilo a una parte del país desde hace casi 20 días.
Sea un atentado real o no contra Evo Morales, o un operativo fallido, las cosas cambiaron mucho a partir de ayer (domingo). En primer lugar, se habla menos de las denuncias de estupro contra el expresidente y más de las circunstancias en las que su vehículo recibió varios impactos de bala mientras se trasladaba de su casa a las instalaciones de una radio cocalera.
No es fácil pronosticar cuáles pueden ser los desenlaces posibles de la crisis social que tiene paralizados a los departamentos más poblados del país. La pulseta entre un líder que quiere evadir la justicia y un presidente hasta ahora incapaz de disponer su detención amenaza con convertirse en un conflicto determinante para el futuro –si lo tiene– del gobierno.
Hay varias oposiciones. La que involucra a expresidentes o a los aspirantes más conocidos, la de los supuestamente nuevos que suma también a exautoridades de gobierno y algunas figuras regionales, la solitaria de Manfred Reyes Villa y la de otros, francamente intrascendentes que, para decirlo rápido y con respeto, hacen bulto.
Se puede tocar fondo políticamente y es normal porque los ciclos son temporales. Si damos un vistazo rápido a lo que pasó en Bolivia y el mundo nos daremos cuenta de que todo está sujeto a la caducidad, por más que sus protagonistas en muchos casos hayan querido aferrarse al pasamanos siempre resbaladizo de la historia.
Los cambios de discurso a propósito de los incendios forestales que consumen millones de hectáreas de bosques en el oriente resultan ya una burla del gobierno. Después de cuatro semanas o más de reclamos, finalmente el presidente decidió aprobar la declaratoria de desastre que podría servir para gestionar mayor apoyo internacional.
Aunque ya se ha dicho, vale la pena repetirlo. Las marchas y contramarchas, los cada vez más frecuentes discursos dominicales del presidente —el último ya sin tanto efecto— tienen que ver sólo con la disputa por la candidatura del MAS para las elecciones de 2025: o Luis Arce o Evo Morales, esa es la cuestión.