SIN VUELTAS
Tienen 14 y 12 años. Son hermanos. Ella, muy delgada, casi solo piel sobre los huesos. Él, con más carnecita entre la piel y los huesos. Están lejos de ese lugar sombrío al que se le llama casa. “Una casa disparatada” que “no tiene techo, no tiene nada”, como se escucha cantar a niños que sí tienen casas. Una casa disparatada que no tiene nada, pero en la que aun sobreviven quienes trajeron a ese par de hermanitos a este mundo.
Tal vez debiera poner como una interrogante y no como una afirmación lo que escribo en el titular. Digo eso pensando en lo que tanto se repite como una manifestación de justicia: dar el beneficio de la duda. Pero es cada vez más difícil conceder ese beneficio. Todos los días conocemos una o más denuncias y corrupción, sea a través de los medios de comunicación o en conversaciones con familiares y amigos. La mayoría , sin proceso ni castigo.
El 15 de mayo cumplirá 25 años. Dos décadas y media de una vida llena de luz. Una luz que irradia desde la boca y no desde los ojos. Su pelo largo, lacio y unos hilos dorados que le dan un brillo especial. Hoy más delgada y más madura que hace ya 11 años. Claro, cómo no. María Nazareth tenía 14 años cuando la conocí. Recuerdo haberla recibido en el estudio de Marítima, con un asombro que se transformó en admiración al escuchar su voz.
Tres cumbres judiciales y una anunciada pero no realizada, dos elecciones judiciales y una tercera frustrada, amén de un sinnúmero de foros, debates, pronunciamientos, informes e incluso normas de todo tipo no han sido suficientes para forzar (sí, forzar) el inicio de un verdadero proceso de reforma del sistema judicial en Bolivia. Mucho y nada a la vez.
Los bolivianos hemos llegado al Censo Nacional de Población y Vivienda con más dudas que certezas. Salvo los voceros del gobierno central y sus sectores afines, hoy reducidos a la fracción arcista, la mayoría desconfía de la transparencia del proceso iniciado a fines de 2022, a tropezones y sólo por la presión ejercida casi exclusivamente por Santa Cruz.
Triste espectáculo el ofrecido las últimas semanas en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Más que un espacio de deliberación, de aprobación de leyes y de fiscalización o control del Poder Ejecutivo, la ALP se ha convertido en un cuadrilátero.
El debate ha sido suplantado por golpes y la palabra, por insultos irreproducibles. Un cuadrilátero, además, con árbitros controlados por uno de los boxeadores que concentra también la atención del curador, la persona que debería auxiliar a cualquiera de los dos en combate.
No siempre llega la calma depués de la tormenta. En algunos casos, le siguen fenómenos aun más peligrosos, como los huracanes. Este es el tránsito que parecen estar recorriendo los medios de comunicación en Bolivia: de la tormenta perfecta, como la que provocó el cierre definitivo del diario Página Siete, a las huracanadas que amenazan cada vez más y con mayor fuerza no sólo a uno u otro medio, sino también a la prensa en su totalidad.
La grave y profunda crisis que enfrenta hoy la institucionalidad cruceña, expuesta de manera descarnada en la absurda confrontación entre iguales, nada menos que en la Gobernación, no puede ser atribuida exclusivamente al MAS, ya sea como culpa o como mérito, tal como insisten en hacerlo la cúpula de Creemos y otros sectores de la sociedad civil. Ya lo dijimos una vez y lo repetimos hoy: en esta crisis hay una enorme responsabilidad de los que afirman ser opositores al MAS, sea de palabra o de acción, o de ambas a la vez.
El desenlace que ha tenido el caso de César Apaza —preso político, torturado hasta casi la muerte y obligado a admitir culpas por delitos que no cometió— me ha conmovido al extremo de pensar, por un momento, que ya nada vale la pena. No lo conozco, ningún lazo familiar o de amistad me une a él. Lo descubrí como dirigente cocalero, seguí la lucha que libraba en defensa de los derechos de los afiliados a Adepcoca y, luego, el calvario judicial al que fue sometido durante los últimos 16 meses.
“La ecuación del caos es matemática pura”, dice la periodista mexicana Anabel Hernández en un artículo dedicado a identificar las causas y lecciones de la terrible crisis desatada en Ecuador.
Frase certera para señalar que no hay que ser adivina ni genio para percibir qué ha originado esa crisis, cuáles son las lecciones y los efectos que de ella se derivan. Hernández hace esa afirmación al momento de identificar al crimen organizado y al narcotráfico, y a la corrupción que de ambos se deriva, como el origen principal de la crisis ecuatoriana.