Tiene 11 años, pero bien puede pasar por una niña de 10 o nueve, por su figura frágil. Hasta que comienza a hablar. La voz suavecita, mirada dulce y sonrisa fácil esconde una ingenua madurez que de pronto nos sorprende a Carmiña y a mí. “No, no voy a quedarme con el cambio... se lo voy a dar a mi mamá, porque ella me da de comer todos los días, me compra mis cuadernos para ir al colegio”, nos dice agradecida y sin dejar de sonreír. Antes de que siquiera termine la frase, la que repite “¡gracias!” soy yo. 

Arrancar diciendo que llegamos otra vez a un 6 de Agosto con sabor a poco, o a susto, con escasas razones o motivaciones para celebrar un aniversario más de la independencia de Bolivia, puede llevarnos a ser encasillados como pesimistas y aguafiestas. ¡Cómo pues se les ocurre decir semejante barbaridad, nada menos que en un día de fiesta!, exclamarán algunos, echando mano de las bondades y maravillas que posee Bolivia, creyéndolas suficientes para rebatir la afirmación de que hay poco qué celebrar en esta fecha patria.