"Corazón de perro", una sátira de la época soviética, convertida en ópera
LONDRES |
Mijaíl Bulgákov (1891-1940) es conocido sobre todo por su magistral novela "El maestro y Margarita", pero la National Opera House londinense ha puesto ahora en escena una ópera del ruso Alexander Raskátov basada en su sátira de la sociedad soviética titulada "Corazón de Perro".
La historia que cuenta "Corazón de perro" no puede ser más disparatada: el profesor Filipp Filippovich Preobrazhensky, un científico que investiga el rejuvenecimiento humano, encuentra en medio de una nevada a un perro vagabundo al que adopta y decide implantar los testículos y la glándula pituitaria de un difunto.
La intervención no conduce, sin embargo, al rejuvenecimiento del animal sino que le humaniza: el can empieza a caminar sobre las patas traseras y va finalmente adoptando aspecto humano al punto que exige a su "padre" que le dé documentos de identidad sin los cuales no le reconocerán como persona en la nueva sociedad.
Shgarikov, que así se llama la nueva criatura, no dejará atrás sus instintos caninos como el de perseguir a todos los gatos que se le ponen delante.
Integrado en la nueva sociedad, es nombrado al frente del departamento encargado de limpiar a la ciudad de animales vagabundos, pero su comportamiento salvaje lleva a un auténtico caos en el piso del científico, que, junto a su ayudante, decide operarle de nuevo para devolverle a su anterior condición.
No hace falta mucha imaginación para ver en la obra de Bulgakov una crítica de los intentos soviéticos de crear al "hombre nuevo", lo cual explica el que las autoridades prohibieran la novela, escrita en 1925, y que no se publicara en Rusia hasta 1987, es decir 47 años después de la muerte de su autor.
"Corazón de perro" tiene en cualquier caso varios niveles de lectura y aun presentando al profesor como víctima del nuevo régimen, no deja de criticar también su egoísmo de miembro de la alta burguesía al negarse a compartir su espacioso piso con otras personas, y puede verse al mismo tiempo como una crítica a los intentos de los científicos de jugar a ser Dios.
Un compatriota de Bulgákov, aunque miembro de una generación muy posterior, Alexander Raskatov, ha puesto música, con ayuda de un libreto de Cesare Mazzonis, a tan surrealista sátira.
Nacido en Moscú en 1953, sólo días después de la muerte de Stalin, Raskatov tiene gran experiencia en la música de su país al haber orquestado las "Canciones y Danzas de la Muerte" de Mussorgsky, completado la novena Sinfonía de Alfred Schnittke a petición de su viuda y hecho arreglos de obras de Prokofiev y Shostakovich.
En esta ópera, que sigue la tradición de otras rusas del género absurdo como "La Nariz", de Shostakovich, basada en el famoso cuento de Gogol, o "Vida con un Idiota", de Schnittke, las línea vocales, más que cantadas, son declamadas.
El perro, por ejemplo, tiene dos voces: una, más parecida a ladridos, la pone una soprano (Elena Vassilieva), que utiliza un megáfono, mientras que la otra, más amable, es la de un contratenor.
De Schnittke, Raskatov toma la técnica del collage y de las "seudo-citas" de otros compositores, en este caso, lo mismo Bach (La Pasión de San Mateo) que Verdi (Aida) o la música litúrgica rusa, así como canciones populares rusas en un caricaturesco pastiche dominado por los instrumentos de viento y percusión.
Pero la ópera debe mucho en este caso a la imaginativa y dinámica puesta en escena de Simon McBurney, director de la compañía británica de teatro experimental Complicité, que se vale de todos los medios técnicos, incluidas proyecciones de vídeos e imágenes de archivo de la época soviética y la estética de Agitprop de los años veinte y treinta.
La aparición del perro mecánico, inspirado en una escultura de un perro famélico de Giacometti, en medio de una gran nevada, y el modo en que los técnicos del teatro le acompañan, agachados, en sus continuos movimientos por el escenario, es realmente impresionante.
Como lo es su paulatina transformación en un humano, primero mediante lo que parece un transplante de cabeza, al que seguirá su sustitución por un actor/cantante.
Resulta difícil destacar a unos intérpretes sobre otros en una obra que es sobre todo coral. Baste citar al contratenor Andrew Watts (como una de las voces del perro Sharik), al tenor Peter Hoare (su alter ego humano, Sharikov), al profesor Proebrazhensky, a la soprano Nancy Allen Lundy, divertidísima como la criada del científico, o a Sophie Desmars, también soprano, como la novia de Sharikov.
Y Garry Walker dirige con inteligencia a una orquesta cuyo principal cometido parece ser puntuar las estridentes líneas vocales de este gran ejemplo de teatro musical, que sólo en la segunda parte parece perder algo de fuelle.