Bolivia y sus recurrentes elefantes blancos
En un siglo, el Estado boliviano ha vivido tres bonanzas económicas, cada una dejó como constancia elefantes blancos de todo tamaño. ¿Qué se entiende por elefante blanco? “Es una obra pública de construcción, mantenimiento o instalación de bienes inmuebles, con un impacto negativo para la comunidad por haber quedado abandonada o inconclusa. Además, sus costos superan los beneficios de su funcionamiento, no es utilizada o su uso es diferente a aquel para el que fue creada”. Esa, la definición que realizan diversos organismos anticorrupción.
La metáfora responde a la extravagancia del rey tailandés Bhumibol Adulyadej. Aquel monarca criaba decenas de estos paquidermos a un costo elevado pese a que no prestaban ningún servicio. No se trataba de un mandatario extravagante y desubicado acerca de la realidad social de su pueblo. Había estudiado en Estados Unidos y Suiza, gobernó aquel país asiático hasta 2016 y acumuló una fortuna personal valuada en 35 mil millones de dólares.
En las pomposas ceremonias que caracterizaron el funeral de Bhumibol ocho elefantes blancos rodearon el féretro asombrando a miles de turistas e invitados. En sus 50 años de reinado, no pudo erradicar los notables bolsones de pobreza extrema que hieren a Tailandia. Según datos de las agencias de Naciones Unidas, aquel día del opulento funeral, 30 millones de tailandeses eran pobres y 7 millones pasaban hambre. Los elefantes blancos pasaron a ser de símbolo nacional a figura internacional de injusticia y corrupción, tal cual, tres veces ya, pasó en Bolivia.
Elefantes liberales
En nuestro país, de los primeros elefantes blancos quedaron sus esqueletos de acero y cemento; algunos, abandonados; otros, adaptados para diversos usos. Poco antes de cumplir un siglo de existencia, Bolivia había empezado a recibir importantes ingresos económicos. Según el economista Carlos Schlink en el libro “Un Siglo de Economía en Bolivia”, alrededor de 1904, el auge industrial en EEUU y Europa demandaba ingentes cantidades de goma, estaño y otros minerales. En Bolivia, algunos años antes había declinado la era de la plata, pero la infraestructura minera se adaptó rápidamente al nuevo escenario. Además, se descubrieron extraordinarias vetas y los ingresos nacionales empezaron a multiplicarse aceleradamente, especialmente los correspondientes a los empresarios mineros.
Es más, Bolivia recibió las indemnizaciones correspondientes a los acuerdos posteriores a las guerras del Acre y del Pacífico por parte de Brasil y Chile.
“El dinero recibido de Brasil y Chile permitió al liberalismo un importante trabajo de modernización de las principales ciudades, particularmente La Paz -cita Schlink-. Se comenzaron vías férreas como La Paz-Beni, Viacha-Oruro, Oruro-Cochabamba, Oruro-Potosí y Potosí-Tupiza, un proceso vital de vertebración del territorio occidental. El país se adecuó al patrón oro y se crearon nuevos bancos. Comenzó una etapa de bonanza económica apoyada por el auge gomero y estañífero (…)”.
La economía boliviana llegó a depender de los tres grandes grupos productores de estaño, que recuerda la historia como “Los Barones del Estaño”: Simón I. Patiño, Mauricio Hochschild y Carlos Víctor Aramayo. Se convirtieron en el poder detrás del trono que funcionalmente ocuparon los partidos Liberal y Republicano. “Las diversas políticas de desarrollo, financieras, fiscales y monetarias se orientaron con la finalidad de facilitar la acumulación de riquezas al sector minero -dice Schilink-. Cuando las políticas no actuaban directamente para favorecer al sector, debían limitarse a funciones subalternas; transformando al Estado en un instrumento del sector privado minero”.
La principal empresa productora de estaño fue la Patiño Mines & Enterprises Consolidated, Inc, de Delaware. Simón I. Patiño llegó a ser considerado uno de los tres hombres más ricos del mundo. Su empresa llegó a controlar no sólo la producción de estaño en Bolivia, sino también las de los otros tres principales productores de estaño en el mundo: Malasia, Birmania y Tailandia. Sí, la Tailandia de Bhumibol Adulyadej.
Y, a semejanza del monarca asiático, buena parte de aquellos capitales fueron destinados a obras que, en el mejor de los casos, quedaron como ornamentos. Varias casonas construidas por arquitectos europeos fueron edificadas en La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Tarija, algunas nunca fueron habitadas. En el auge mundial de los trenes se quiso mal emular la vertebración nacional. La vía férrea La Paz-Beni, por ejemplo, nunca llegó a estrenarse. Sesenta kilómetros de rieles y durmientes fueron paulatinamente recogidos, inclusive, hasta los años 70. Hoy, buena parte del trazo les sirve a intrépidos practicantes de bicimontaña.
Dignos de un filme
El proyecto de tren Potosí – Tarija sólo alcanzó, ya en 1950, a instalar la prevista como futura estación de trenes. La demanda, que incluyó movilizaciones ciudadanas, tuvo proyectos hasta los años 80.
Tampoco pudo emprenderse la ferrovía Cochabamba – Santa Cruz. El ferrocarril Sucre – Potosí resultó crónicamente deficitario. Sólo los trenes relacionados a la exportación de minerales fueron concluidos en ese tiempo. Pero, además, los procesos de construcción resultaron insufribles.
“Si se hiciera una película sobre la construcción de los ferrocarriles en Bolivia, uno quedaría totalmente indignado -dice el historiador Alexis Pérez-. Resultó repugnante cómo se manejó la cosa pública, los contratos de deuda, la construcción y la instalación de esos ferrocarriles. Seguramente, sería un éxito, pero los espectadores, sin duda, quedarían conmocionados por cómo se manejó la cosa pública”.
Los proyectos ferroviarios en aquella primera bonanza boliviana se basaron en contratos con el National City Bank y Speyer así como con créditos de la Banco J.P. Morgan. En total, se utilizaron más de 12 millones de libras esterlinas (equivalentes hoy a 500 millones de dólares) sólo en los proyectos ferroviarios. Paralelamente, la banca privada, que en ese tiempo monopolizaba el sector financiero fue denunciada recurrentemente por especulación y negociados oscuros en el manejo de aquellas divisas.
Al concluir aquella etapa, Bolivia contaba con ostentosas haciendas y palacetes vacíos, y varias líneas férreas inconclusas. También destacaba por ser cuna de uno de los mayores millonarios del planeta.
En Sucre y La Paz, algunas plazas y paseos lucían réplicas de los monumentos y parques europeos. Paralelamente, el 80 por ciento de la población vivía en condiciones pobreza. Gran parte de ella se hallaba marcada por la sobreexplotación y el racismo en el campo y las minas.
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Elefantes militares
La bonanza empezó a decaer a mediados de los años 20 y con ello llegaron décadas de vacas flacas. En 1929, sobrevino la Gran Depresión Mundial; en 1932, la Guerra del Chaco, y en 1952, la Revolución Nacional. El país mantuvo su perfil económico de mero productor de materias primas, básicamente de minerales más una incipiente producción de petróleo y gas. Justamente, esos dos productos empezaron a subir aceleradamente sus cotizaciones a principios de los años 70. El nuevo auge industrial y tecnológico en Asia y Europa impulsaba a los minerales, especialmente al estaño. La crisis en Oriente Medio disparó los precios del petróleo. En Bolivia, se había iniciado la dictadura de Hugo Banzer.
En ese tiempo, entre 1971 y 1975, el estaño subió su cotización de 1,5 a 5 dólares por libra fina. El barril de petróleo subió de 2,5 a 15 dólares. Aquel gobierno militar multiplicó sus proyectos en progresión geométrica. Pero también sus fracasos: ni la Fábrica Nacional de Vidrios, ni la Fábrica Nacional de Papel, pese a haber sido instaladas en El Alto y Tarija, respectivamente, llegaron a funcionar. La Fábrica Nacional de Pilas “Rayo” no completó ni el año de vida. La Empresa Nacional Automotriz sólo ensambló siete vehículos.
Eso sí, sus “generales gerentes” construyeron palacetes y gozaron indisimuladamente de diversas fortunas.“Proliferaron igualmente obras deportivas que quedaron en semiabandono -describe Álvaro Alarcón, en el artículo “Cuadrado como su apellido”-. Un caso singular resultó la piscina “olímpica” de Alto Obrajes, en La Paz. Fue construida para la celebración de los Juegos Bolivarianos. Se la estrenó sin ventanas de vidrio y con un sistema de atemperación improvisado. Los atletas extranjeros protestaban mientras andaban temblando de frío. Funcionó, con suerte, 20 días entre 1976 y 1977. Luego fue abandonada durante 20 años. En 1980, los ventanales “Rayban” que habían llegado, por fin, fueron repartidos entre varios coroneles de Ejército que los instalaron en sus casas”.
Los sin bonanza
La bonanza empezó a decaer en 1977. La dictadura había optado además por adquirir una deuda externa sin precedentes (de 500 millones a 2.500 millones de dólares). Según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), entre 1971 y 1977, se había dispuesto de un flujo financiero 100 veces superior al que había llegado a Bolivia en 25 años. En 1977, los indicadores sociales reflejaban el efecto de los elefantes blancos y otros malos manejos en Bolivia.
“(En 1977), en términos nacionales el ingreso per cápita es de 30 dólares al mes -dice Marcelo Quiroga Santa Cruz en Derechos Humanos y Liberación Nacional-. Y en el campo, donde vive el 66 por ciento de la población, el ingreso mensual es de solamente 8 dólares. Parecería imposible sobrevivir con menos y, sin embargo, la política del Gobierno se propone reducir aún más el nivel de las remuneraciones reales. Las del sector fabril se redujeron entre 1971 y 1976, en un 25 por ciento. El subempleo de la fuerza laboral alcanza el 30 por ciento”.
Tras aquella bonanza, llegó la crisis de la deuda externa. Durante casi 30 años, el país fue afectado, primero, por el traumático tiempo de la hiperinflación (1982 -1985). Luego, llegaron los tiempos del ajuste neoliberal con su ola de desempleo y subempleo.
Elefante símbolo
Un caso casi sin par entre dos bonanzas resultó la planta para la Fundición de Plomo y Plata de Karachipampa, ubicada a 7 kilómetros de Potosí. Se la proyectó a fines del gobierno Banzer y empezó a ser construida en los siguientes gobiernos militares, sin que se llegue a visos de estreno. Se “invirtieron” cerca de 200 millones de dólares de aquel tiempo (entre 1977 y 1982) el complejo metalúrgico que nunca funcionó. Debido a la devaluación, hoy se calcula que aquella suma equivale a cerca de 800 millones de la divisa estadounidense. En filas castrenses, una promoción de coroneles recibió el mote de “los karachipampas”.
Una colosal infraestructura prevista para procesar 51 mil toneladas de mineral sigue erigida en la zona. Durante el gobierno de la Unión Democrática y Popular, se sumaron algunos millones a otro intento de estreno. Y en el primer Gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) el proyecto fue relanzado y al menos otros 20 millones de dólares se volvieron a invertir. Pero la planta siguió sin funcionar en medio de la tercera bonanza que asomó al país. Como es sabido, al MAS le cupo gobernar cuando los precios de los dos principales rubros de exportación volvieron a repuntar.
El barril de petróleo subió de 25 a picos de 140 dólares entre 2005 y 2014, y la libra de estaño saltó de 1 a 10 dólares. Adicionalmente, le fue condonada la deuda externa. Pero, como en una macabra recurrencia, los casos de elefantes blancos volvieron a repetirse, y en abundancia. Sólo entre los frustrados proyectos de la industrialización de litio, industrialización de gas, la sede de Unasur y la fábrica de azúcar de san Buenaventura se suma cerca de 4.000 millones de dólares. Denuncias muy conocidas y recurrentemente recordadas, entre varias otras.
A semejanza de los extravagantes honores que recibió Bhumibol Adulyadej, un museo vacío rinde homenaje al presidente Evo Morales en su pueblo. Costó siete millones de dólares y se halla cerca de poblados signados por la pobreza. Mientras tanto, los indicadores sociales del país marcan, por ejemplo, que el 88 por ciento de la población laboral trabaja en la economía informal.
La nueva época de vacas flacas asomo en 2016 en medio de una deuda externa multiplicada por cinco desde 2005 y una baja de las exportaciones principales. Luego, la pandemia covid-19 golpeó adicionalmente a la economía de todo el planeta. Y surgen inquietantes preguntas hacia el futuro: ¿Habrá una siguiente bonanza? ¿Será obra de la recurrente fortuna? ¿Se la dilapidará corruptamente? ¿Quedarán de esa memoria otros grotescos elefantes blancos?