¿Funcionarios o profesores?
(...) se vuelve cuesta arriba enfrentar los cambios en las universidades con una planta docente, administrativa y estudiantil, que se han funcionarizado más como una clientela política que como un verdadero corpus académico de enseñantes y aprendices
Platón lucidamente se preguntaba: ¿Cómo cambiar la sociedad si los actores y los instrumentos del cambio son individuos vivientes en los cuales se encarna precisamente lo que debe ser cambiado?
En esa perspectiva sabemos que, la funcionarización del profesor y del administrativo, y la permanencia estudiantil supone un pacto con el establishment universitario, esta situación aumenta el escepticismo para pensar la reforma de la educación superior como un acto institucional organizado de sus actores, o una política planificada bajo un marco de negociación de poderes racionales, que señale que los profesores, los administrativos, o los estudiantes mejor capacitados, tengan que conducir los cambios; o bien, que estos emanen de una ruptura y acción propia de la institución como un proceso auto-crítico y/o auto-reflexivo, o como un acto consciente que desafíe y supere las contradicciones de la misma.
El funcionario se mueve en el marco de las políticas de la institución, y de interacción con sus intereses y creencias (ethos); esta relación hace la cultura y la gestión, y éstas pueden ser comprendidas en la intimidad de su lógica y en una franca relación con los cambios externos o de aquellos que le dan sentido, y que globalmente provienen de la sociedad.
Una segunda comprensión de la funcionarización es que ésta ha forjado un orden de cosas. En otras palabras, este orden de cosas significa conservarse a sí mismo con el basamento material y simbólico de su propio lenguaje. Por antonomasia, este lenguaje se opone a la crítica de sí mismo, es una especie de falsa conciencia aceptada y defendida como su corpus legítimo, como la cuna que cobija su origen, su historia, y contra la cual el funcionario no ejerce normalmente el arma de la crítica.
La prehistoria del funcionario universitario, provino muchas veces de un ámbito crítico y reflexivo, o de actitudes de “resistencia contra las involuciones sociopolíticas y frente a los recortes de las libertades”, pero al mismo tiempo, estos actos posibilitan el funcionamiento de mecanismos de control y de administración que terminan por atentar la libertad de las ideas o la condición de nuestra autonomía. En esta paradoja, el funcionario reproduce su condición institucional, su habitus producido por la interiorización de una arbitrariedad cultural que se perpetúa como la arbitrariedad de sus creencias propias (Cf. Bourdieu & Passeron, 1970).
En ese contexto, se reproduce la matriz conservadora y contradictoria del funcionario, su actitud intelectual se vuelve fácilmente anti intelectual, su espíritu crítico se muta en irreflexivo, en la medida que asume la institución para sí y de la cual se vale para reproducirse y para perpetuarse. O dicho al modo de Bourdieu & Passeron (1970: 27-28):
“Cada sistema de enseñanza institucionalizada debe las características específicas de su estructura y de su funcionamiento al hecho de que debe producir y reproducir, a través de los medios propios de la institución, las condiciones institucionales cuya existencia y persistencia son necesarias tanto para el ejercicio de sus funciones propias... como para la reproducción de una arbitrariedad cultural... cuya reproducción contribuye a la reproducción de las relaciones entre los grupos y las clases”.
De ahí que se vuelve cuesta arriba enfrentar los cambios en las universidades con una planta docente, administrativa y estudiantil, que se han funcionarizado más como una clientela política que como un verdadero corpus académico de enseñantes y aprendices. De hecho esta resistencia al cambio, --incluso en un escenario tan auspicioso como el congreso institucional--, no se explica precisamente por el rechazo a los nuevos desafíos que plantea el conocimiento actual, sino porque el cambio podría implicar la remoción de los viejos privilegios, de los beneficios tácitos y explícitos que las corporaciones y los grupos de poder no están dispuestos a ceder. Ergo, cambiar la universidad supondría trabajar la mutación de las relaciones de poder del ámbito gremial y político a relaciones de poder circunscritos más a ámbitos académicos y científicos.
N. del E.- A partir de hoy, cada miércoles, y eventualmente otros días de la semana, bajo el rótulo “PENSAR LA UNIVERSIDAD”, publicaremos artículos de opinión, análisis y reflexión sobre la crisis en que está sumida la Universidad Mayor de San Simón. Invitamos a docentes, estudiantes y ciudadanía a participar en el urgente debate sobre el presente y futuro de la UMSS.