Escribir historia
Por largos siglos, la historia, junto con la filosofía y las ciencias exactas, era la principal ciencia social cultivada por las civilizaciones antiguas. Actualmente, la historia estudia el pasado de la humanidad mediante el razonamiento inductivo, que permite medir la probabilidad de los argumentos y la posibilidad de que una conclusión histórica sea acertada cuando sus premisas que contienen datos particulares o individuales, son verdaderas.
‘Historia magistra vitae est’ decían los romanos para recalcar el papel rector de la historia en aprehender la realidad. Según este concepto el conocimiento de la historia permite entender y anticipar el presente a través de la interpretación del pasado. Los fundamentos de cualquier emprendimiento se anclan en el pasado y aprovechan las enseñanzas que provienen de los aciertos y de los errores de los antepasados. El método de analizar los fenómenos sociales presentes a partir de sus antecedentes era y sigue siendo uno de los principales enfoques metodológicos de cualquier debate humano.
Contar la historia no es lo mismo que analizarla. El marxismo dialéctico ha propuesto un método de análisis confrontando la tesis y su antítesis, ya no en forma lineal e histórica, pero como una espiral que se mueve entre estos dos polos expresando así el progreso social. El materialismo histórico, más apropiado para el análisis de los fenómenos sociales y económicos, enfoca a la historia en términos de las relaciones de producción, que los hombres establecen entre sí en una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. Por el desarrollo de las fuerzas productivas se entiende en primer lugar el desarrollo del proletariado en contraposición a la historia ‘aristocrática’ de los reyes, presidentes, batallas militares y de la vida social de las clases sociales altas.
La historia del desarrollo económico y social de Bolivia es el tema de estudio de William Lofstrom, un historiador estadounidense de nacimiento y chuquisaqueño de corazón, que desde ya casi medio siglo escribe y publica libros sobre la historia de nuestro país. Su último libro “Los albores de la República en el valle de Cinti” cuenta la historia de una sociedad relacionada con la diversa actividad económica y productiva en torno a los viñedos, durante el periodo colonial y los primeros años de la República, sistemas sociales de control de la tierra y de la producción agrícola y sus relaciones comerciales y de parentesco con cercanas ciudades de La Plata (Sucre) y Potosí. La producción de vino y su desarrollo tecnológico, historias de las familias de sus protagonistas, dueños de las viñas de Camargo y de sus asalariados, son evidentemente la historia de las fuerzas productivas de la economía boliviana de aquel entonces. Entenderlas es entender cómo se formó la economía boliviana de esta región del país, en términos de producción y de las fuerzas productivas.
Es una contribución valiosa --dice Pedro Querejazu, el presidente de la Academia Boliviana de la Historia-- al conocimiento del sur del país, pero es más que una contribución. Lofstrom escribe la historia de Bolivia no sólo como una acumulación del conocimiento sobre su país de adopción, sino como una interpretación para entender su significado. Su enfoque es tradicional, su método inductivo, es de explicar que nos enseñan los archivos históricos de Sucre sobre nuestros antepasados como agentes económicos y también a que parecían nuestros abuelos y abuelas, que a veces podemos ver en las fotos de familia color sepia. Es un gran aporte de un gran historiador de Bolivia.
El autor es comunicador.
Columnas de STANISLAW CZAPLICKI