Argelia: democracia en la silla de ruedas
Todos los viernes, desde ya seis semanas, las calles de las ciudades de Argelia se llenan de manifestantes, sobre todo jóvenes, que pacíficamente protestan contra la repostulación por quinta vez del presidente Abdelaziz Buteflika, en las próximas elecciones. Buteflika tiene 82 años y su salud le obliga a usar en permanencia una silla de ruedas a consecuencia de un accidente cardiovascular que tuvo en 2013. Es tan debilitado por su enfermedad, que ni siquiera asiste a las ceremonias organizadas en su honor, donde su presencia es reemplazada con un retrato. Las protestas callejeras están también dirigidas contra la esclerosis del sistema de poder, que no permite renovación del equipo gobernante.
El mismo Buteflika presento finalmente su renuncia el 2 de abril bajo la presión del ejército. El general Ahmed Gaide Salah, hasta ahora un aliado incondicional del poder, oficializó su ruptura con el jefe del estado indicándole el camino de salida. La declaración del militar mencionó las legítimas reivindicaciones del pueblo y propuso apurar el retiro político de Buteflika en base al art.102 de la Constitución.
En ausencia de Buteflika, el presidente del Senado Abdelkader Bensalah asumirá el interinato con la misión de organizar las elecciones en un plazo de 90 días, lo que da poco tiempo a la oposición fragmentada de organizarse y de identificar a sus candidatos.
Buteflika tiene un pasado muy prestigioso como jefe militar en la guerra de independencia, que en 1962 Argelia conquisto de Francia a un alto costo de unos 700.000 muertos. Seguidamente a sus 26 años Buteflika ocupó el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Huari Boumediene. Nunca salió de los círculos del poder y en 1999 fue elegido por primera vez Presidente de la República, el cargo que ocupó hasta hoy. Los 20 años de presidencia han resultado en la creación de un círculo cerrado de poder corrupto y autoritario cuyo eje central constituye el poder personal del presidente y de su entorno. Ahora, la imagen del hombre viejo y deteriorado en su silla de ruedas es el símbolo de esta decadencia sistémica y humana, del ocaso del patriarca. Pero su renuncia es considerada como una victoria solo a medias, ya que las instituciones se quedaron en las manos de los fieles del antiguo régimen.
Obsesionado por el poder, Abdelaziz Buteflika se aisló en su residencia médicalizada, cortado de la realidad de su país y no pudo percibir la frustración acumulada de los argelinos, huérfanos de una visión del futuro. Su candidatura a un quinto periodo hubiera sido una humillación demasiado grande para todos. En las calles, centenares de miles de argelinos aún continúan gritando su cólera y su sed de los cambios. La caída de Buteflika vino de su propio pueblo, el pueblo excedido por lo arbitrario, por favores y privilegios, por las promesas y esperanzas no cumplidas.
Argelia merece una renovación. El futuro, enigmático y sin definición todavía, queda por ser inventado. Divididos o comprados, los movimientos de oposición no son capaces solos de sentar bases de un proceso democrático y transparente. El giro que ha dado el ejército para apoyar a las reivindicaciones populares no engaña a nadie. El ejército pretende mantener el sistema actual asegurando la estabilidad de un proceso de transición o conduciéndolo el mismo. Su rol futuro no está claro todavía. Para los manifestantes parece evidente que entregar la organización de las elecciones a los hombres del régimen de Buteflika no va garantizar que sean verdaderamente democráticas. El pueblo argelino tiene que organizarse para continuar la refundación del sistema de gobierno de su país y demostrar, en los meses venideros, una inteligencia colectiva, igual como lo hizo hasta el presente.
El autor es comunicador social
Columnas de STANISLAW CZAPLICKI