Entre el Donald y el Evo
El presidente estadounidense Donald Trump, al decidir que su país deje el Acuerdo de París, ha causado un revuelo mundial. Demasiado en mi percepción.
Recordemos que desde que dio su primer discurso como candidato estaba claro que un personaje de esa talla, que no cree en el cambio climático, no iba a ser el paladín de esta causa.
El mundo estaba preparado para este “sopapo ambiental” y si bien las reacciones han sido contrarias a esta decisión, los países miembros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (Cmnucc) no estaban desprevenidos. No todos por lo menos.
Desmenucemos un poco el impacto de esta “jugada”: La realidad es que es mejor que Estados Unidos haya decidido salir del Acuerdo de París (lo que podrá hacer recién dentro de cuatro años).
En un mundo ideal, la potencia del Norte se haría cargo de su responsabilidad histórica, disminuiría su emisión de contaminantes y convertiría su industria en verde y renovable; entraría en el tren de la industrialización sostenible que ya ha partido en el que se han subido casi todas las partes de la Cmnucc desde que decidieron el Acuerdo de París, y la amenaza de un planeta con temperaturas por encima de lo soportable para la humanidad sería menor.
Pero no vivimos en un mundo ideal. Y Estados Unidos, bajo el mando de Trump, es todo menos un país consciente de que habitamos un mismo planeta. Pero esto lo supimos desde un principio. Y mal que mal es mucho mejor tener a un torpe antiecologista de frente, que a muchos solapados detrás de mandatos supuestamente verdes.
Con Estados Unidos dentro del Acuerdo de París, se hubiesen sucedido una serie de reuniones infructuosas, sesiones interminables para aprobar los reglamentos y delegados estadounidenses bloqueando cada cláusula en un frustrante debate sin ningún fruto.
Estados Unidos no está. Pues hay que seguir adelante. Y para ello es fundamental que los líderes que se dicen ambientalistas y defensores de los derechos de la Madre Tierra, dejen los discursos y pongan manos a la obra. No es solo firmar el Acuerdo de París y mirar hacia otro lado. Si bien este acuerdo no es obligatorio, el que lo ratifica tiene el deber moral de cumplirlo. Y Bolivia lo ha ratificado.
Sin embargo, en absoluta contramarcha, Evo Morales acaba de autorizar se amplíe el plazo para la aplicación de la Ley de Regularización de Desmontes (Nº 337) en beneficio del sector agropecuario de la Amazonia, el oriente y la zona del chaco del país. En el papel suena como que se está ampliando el plazo para que quienes tienen tierras “en rojo” puedan “regularizar los desmontes sin autorización y así continuar coadyuvando en la seguridad soberanía alimentaria del país y el cuidado de la Madre Tierra”.
En los hechos, se da carta libre, nuevamente y esta vez hasta finales de año, para que la deforestación continúe, favoreciendo a los empresarios de la soya. No deja de llamar la atención cómo se han convertido los terratenientes agropecuarios en los niños mimados de este gobierno. Y tampoco hay que olvidar que el Tesoro General hace buena plata con este negocio de los desmontes, cuyo plazo se ha ampliado ya en tres ocasiones.
Muchos dirán que la contaminación que proviene de Bolivia es mínima, comparada con otros países, pero no es cierto. Y otros que es necesaria la industrialización del país en detrimento de los bosques: también es mentira.
Bolivia tiene emisiones de gases de efecto invernadero per cápita comparables a países de Europa: 93 millones de toneladas anuales para 2000-2010 y somos el país con menor desarrollo humano en Sudamérica. Solo hay tres países del mundo con más deforestación per cápita que Bolivia: Botswana, Paraguay, y Namibia, según un estudio del Instituto de Estudios Avanzados en Desarrollo (INESAD).
Evo Morales ha dicho hace poco que Estados Unidos, por su decisión de abandonar el Acuerdo de París, es el “enemigo de la Madre Tierra”. Obvio, sí… ¿Pero cómo andamos por casa Sr. Presidente?
La autora es es periodista ambiental
Columnas de Mónica Oblitas Zamora