Hacia el retorno de la sensatez en Cataluña
Casi un mes ha transcurrido desde que el domingo 1 de octubre se realizara el referendo independentista de Cataluña y todo lo ocurrido durante estas cuatro semanas indica que, tal como era de esperar y desear, el vértigo que produce el borde de los abismos ha producido sus buenos efectos en los ánimos de una gran mayoría de la población catalana.
En efecto, las filas de los sectores intransigentes han ido debilitándose, las dudas sobre la necesidad y conveniencia de perseverar en la causa independentista se han multiplicado y en esa misma proporción han crecido las corrientes más proclives a la moderación.
Las cifras de las encuestas muestran que al mismo ritmo al que aumenta el vigor de las corrientes favorables a la prudencia y la moderación disminuye el apoyo a quienes insisten en avanzar hacia la independencia. Ya la correlación de fuerzas es tan desfavorable a los independentistas que resulta comprensible la tenacidad con que se oponen a que sea a través de las urnas, en unas elecciones bien organizadas y vigiladas, y no como la consulta del pasado 1 de octubre, que la gente defina el futuro de Cataluña.
Es felizmente en esa dirección que avanza el proceso, de modo que a pesar de la resistencia de los intransigentes y la errada conducción del Gobierno español, el 21 de diciembre próximo se llevarán a cabo las elecciones autonómicas y de ellas saldrá, según todas las previsiones, un retorno a la plena vigencia de la Constitución y la legalidad sobre la que durante los últimos 40 años se ha sostenido la democracia española.
Sin embargo, para que esa fórmula termine imponiéndose no es suficiente que los independentistas atenúen sus originales expectativas. Es también necesario que las corrientes más conservadoras, las que con más tenacidad se aferran al centralismo madrileño, pongan su cuota de concesiones y despejen el camino hacia una reforma constitucional.
Felizmente, y más allá de las apariencias que proyectan los encendidos discursos, la fuerza de los hechos tiende a imponerse sobre las ilusiones y los mitos de los que se nutren las diversas corrientes del independentismo catalán. Se ha puesto en evidencia la fragilidad de la economía catalana si se la separa de España y ha quedado demostrada la firmeza con que todos los países de la Unión Europea saldrán al paso para bloquear cualquier brote de separatismo.
Si algo bueno se puede esperar de la crisis catalana, es que de ella salgan debilitadas las peores expresiones del nacionalismo, el populismo y las demás formas de demagogia.