El PRI boliviano
Siendo probable que continúe la hegemonía partidaria, para augurar un futuro habría que mirarnos en el espejo circular del pasado y recordar lo que aconteció con la hegemonía del MNR (1952-1964), o el caso de México (país que comparte con Bolivia muchas similitudes en su formación social), con la hegemonía del PRI (1920-2000), partido que tuvo la “capacidad” de modular tal maquinaria de poder, que subyugó el sistema político mexicano por ocho décadas (por favor, que no babeen algunos militantes del MAS).
El PRI nació como fruto de una revolución determinante en la alforja de las utopías más queridas de América Latina. Al procurar “institucionalizarla”, se configuró el PRI, un pragmático, corrupto, autoritario y funcional organismo. Los gobiernos del PRI supieron amoldarse para mantener el poder, transcurriendo entre postulados de “izquierda”, “centro” o “derecha” según la conveniencia y la coyuntura. Por ejemplo, mientras en la décadas de los 60 y 70 nuestros países flanqueaban la sombra de las dictaduras militares, en México se seguía el “normal” cauce constitucional dominado por el PRI, pero ello no impidió que la “Doctrina de Seguridad Nacional” dejara su huella y eso se evidenció en 1968, cuando las fuerzas gubernamentales masacraron a universitarios en Tlatelolco. Por eso, la hegemonía del PRI fue calificada cual la “dictadura perfecta” porque no tuvo la necesidad de recurrir a los cuartelazos para regir con tintes absolutistas.
Si analizamos las gestiones del MAS, existen pretensiones análogas para controlar el total del armazón estatal. Basta ver lo que acaece con el Poder Judicial, las FFAA, etc., sin contar que se hizo y se deshizo para que la mayor parte de los ámbitos territoriales intermedios y locales sean manejados por el MAS, al tiempo que las organizaciones civiles son constantemente intervenidas, cooptadas, divididas o compradas. Ni qué decir de los mecanismos legales con intenciones de criminalizar la disidencia y la protesta.
No obstante, seguramente debido a que los fantasmas de Santa Ana o Porfirio Díaz estaban demasiado frescos en la memoria colectiva mexicana, lo que sí se evitó en su diseño institucional, fue la reelección de la misma persona.
Esa sería la mayor diferencia entre el México del PRI y la Bolivia actual. En nuestro caso, recordando a las autocracias sultanistas que asolaron Centroamérica y El Caribe, es preocupante la omnipresencia de la figura de Evo Morales, sólo caer en cuenta que ostenta un museo personal construido con recursos del Estado. Igualmente, la testaruda imposición de la repostulación presidencial dice bastante de los atributos de un partido y gobiernos que, una vez más en la historia de este país, no se entienden, ni se proyectan, sin su caudillo.
Y como todo PRI, tiene su PAN (que más parecía un extemporáneo espectro funcional al PRI, al otorgar legitimidad a esa “democracia” sin que pudiera clasificarse como unipartidista), en la fragmentada Bolivia se tambalean múltiples partidos opositores, cuyos exponentes visibles parecieran pagados por el partido hegemónico, dadas las tamañas muestras de inteligencia y creatividad cada que abren la boca. Ello mientras el MAS, haciendo gala del pragmatismo funcional mencionado, celebra contubernios con lo más rancio de la burguesía agroindustrial (la hija, por esencia, del banzerato), lo que ilustra lo “indígena”, “obrero” y “revolucionario” que es este régimen.
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA