Indignadas, no abnegadas
Las Heroínas de la Coronilla, esas mujeres que decidieron pasar del sometimiento a la rebelión, rompieron cadenas frente al patriarca autoritario que nunca las imaginó saliendo de sus hogares para luchar; pero ellas desafiaron el prejuicio sexista de debilidad y dependencia y demostraron que la sed de justicia no tiene género, que la libertad no se negocia; que el abuso de poder debe ser combatido, siempre. ¡Gran lección!
Didáctico e inspirador mensaje que encargó la tarea de cuestionar lo que aprendimos a replicar obedientemente; deconstruir el imaginario colectivo que atribuye la exclusividad de la fortaleza y del poder al ser humano masculino. Pero el siglo 21 nos sorprendió con la tarea inconclusa, porque aún hoy, entendemos con naturalidad que “hombría” es valentía; “pacto de caballeros” es palabra de honor, “llevar los pantalones” es fortaleza del decisor; etc.
Y aunque esas “cualidades masculinas” valentía, honor y fortaleza son invocadas a voz en cuello cada 27 de mayo para exaltar el valor de la madre, ese mismo día su familia le regala un electrodoméstico. Cariñosamente le recuerda su rol. La ve como los realistas de 1812.
Vivimos otros tiempos y hay nuevas luchas pero el opresor es el mismo: el patriarcado que somete al aborigen, a la mujer y a quien pueda, antes y hoy, siempre somete. Reafirma su poder en ideas conservadoras y preceptos religiosos. Ayer explotó al esclavo ignorando su cansancio y negando sus derechos humanos; ayer y hoy constriñe a la mujer enmascarando su explotación en el amor maternal con un adjetivo que, de tan altruista es tortuoso, inmolador y demoledor: “abnegada”.
La abnegación es un designio social que recae en la madre, sea ama de casa o trabaje fuera del hogar, y le impone un ampuloso pliego de especificaciones. La sociedad patriarcal, cual comisión calificadora y lápiz en mano, observa su vida y marca “cumple, o no cumple”.
La madre debe vivir por y para su hijo, encargarse personalmente del bienestar del bebé, luego del niño, del joven, y hasta del esposo antes que del suyo; debe ser la última en comer, dormir y la primera en despertar. Debe vivir aprisionada por sus interminables labores y aprender a amar sus cadenas más que al hijo mismo, porque a la sociedad opresora no le importa el hijo, le importa calificar a la madre en la medida en que ésta anula sus sueños de realización personal. Si no “cumple”, es mala madre y la censura le carga un pesado sentimiento de culpa.
Y la mujer que biológicamente no puede ser madre o legítimamente decide no serlo, sufre la invasión de su privacidad con opiniones que la estigmatizan y la aluden con adjetivos descalificativos simbólicamente violentos.
Esta realidad de opresión socialmente institucionalizada, colisiona frontalmente con el sentido libertario de una fecha conmemorativa que rinde homenaje a la mujer indignada, no abnegada, que prefiere morir antes que vivir sometida por el patriarcado.
Las Heroínas de la Coronilla representan a la mujer de alma libre, que es madre por decisión, no por imposición; que no es abnegada y ama a su hijo sin dejar de ser ella misma; que decide disfrutar de la maternidad, no sufrirla por mandato social.
Representan a esa mujer, que siendo madre biológica o no, es madre legítima y meritoria de las nuevas generaciones porque con el ejemplo, las educa en el valor de liberarse de prejuicios; representan a la madre de los nuevos ciudadanos intelectualmente emancipados que aprenden a pensar, no a obedecer.
La autora es politóloga y docente universitaria
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