La obediencia ciega y sus terribles peligros
El llamado "Experimento de Milgram sobre la obediencia a figuras de autoridad" fue el resultado de varias pruebas realizadas por el psicólogo Stanley Milgram en la Universidad de Yale. En el proceso se midió la disposición de los participantes del estudio (gente de amplia gama de ocupaciones y con diferentes niveles de educación) para obedecer sin discutir las órdenes de una figura de autoridad, que les instruyó realicen actos en conflicto con su conciencia personal. El experimento descubrió -inesperadamente- que una alta proporción alta de sujetos obedecería las instrucciones, aunque de mala gana.
Stanley Milgram (1933-1984) vio acicateado su interés en el tema con motivo del espectacular secuestro (1960) por un comando israelí del genocida alemán Adolf Eichmann, quien vivía en un suburbio de Buenos Aires bajo el falso nombre de Ricardo Klement. Eichmann, luego de ser juzgado por crímenes contra la humanidad, fue ejecutado en Jerusalén (1962). Milgram trató de probar que ante órdenes emitidas por autoridad competente muchas personas llegan al extremo patológico de cumplirlas, aunque sean aberrantes y entren en conflicto con la propia conciencia.
El investigador quedó intrigado por la manera en que un hombre de clase media aparentemente normal (como parecía serlo Eichmann) terminó siendo tenebroso partícipe de infames atrocidades. En sus experimentos, Milgram demostró -aunque en forma no concluyente ni definitiva- que una férrea autoridad se puede imponer sobre la manera de ser de una persona de poco carácter proclive a recibir órdenes y ésta obedecerá, sin importarle que las directivas violen sus propios códigos morales. En general, muchas personas y grupos humanos pueden ser capaces de acatar cualquier comando aberrante bajo la presión de la necesidad inmediata de obedecer. Entre sectores militares de diversas nacionalidades se han visto casos parecidos al experimento Milgram ocurridos durante combates, ocupaciones y acciones punitivas. Esta manera de ser podría explicar tragedias colectivas y hasta genocidios de pueblos enteros. Los testigos pasivos pretendían “ignorar” lo que pasaba y los activos eran totalmente amorales en su respuesta positiva hacia órdenes que ejecutaban con extrema indiferencia. Lo terrorífico: casos similares siguen sucediendo, ya en otro tiempo y en otro contexto. Es más, tras las matanzas turcas de armenios y kurdos, más el horroroso holocausto del pueblo judío en la Alemania nazi, hasta nuestros días seguimos siendo involuntarios testigos de múltiples escenas horrendas de desplazados, desaparecidos, muertos y refugiados, todos víctimas de órdenes o pautas globales que generan innumerables actos de crueldad colectiva e individual en lugares como Ruanda, El Congo, Medio Oriente, la ex Unión Soviética, El Salvador, el Estado Islámico, Al Qaeda, el terrorismo internacional, etc. Y la lista negra sigue, es larga...
En conclusión: hay que cuidarse mucho de los peligros de la obediencia ciega; se debe saber hasta dónde llegar y cuando decir ¡basta! cada vez que los jefes de turno ordenen acciones irracionales o actos de enorme perversidad.
El autor es ex Canciller de Bolivia, Economista y politólogo
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