Daño a la Madre Tierra enciende la hoguera electoral
Grandes fuegos arrasan la Amazonia en Brasil y Bolivia, superados solo por las llamas que consumen los bosques de África. El mundo pone sus ojos en esos incendios, seguramente, fruto de la intervención humana y de las necesidades de ampliar la frontera agrícola en búsqueda del maná terrenal: el alimento.
La lógica europea, expresada en el G7, revela una doble moral. Europa es el líder de la economía verde, ha sustituido sus cultivos y los ha convertido en praderas y bosques, pero importa gran parte de sus alimentos quitando la presión sobre su suelo.
La expansión de la agricultura comercial está detrás de la deforestación. Aceite de palma, soya, ganado y madera son el rostro de la pérdida de bosques.
La economía es el dios pagano que ordena sojuzgar la tierra hasta los límites suicidas. La soya, carne y aceite de palma son commodities a los que el mercado global asigna un valor privilegiado porque, a diferencia de los hidrocarburos, son insustituibles, empero, aún no se ha resuelto el problema de cómo alimentar a un mundo superpoblado sin comprometer el futuro del planeta.
En 1972, el Instituto de Tecnología de Massachusetts por encargo del Club de Roma publicó Los Límites del Crecimiento, un verdadero evangelio apocalíptico que, basado en cálculos de esa época, estudió, la interacción del crecimiento poblacional y económico versus su vinculación con los recursos finitos del planeta. Concluyó, hace 40 años, con la sentencia que si las tasas de crecimiento y el nivel de uso de recursos naturales se mantienen será inminente un colapso ambiental.
Hoy, en un mundo con más de siete mil millones de almas la presión sobre la naturaleza sobrepasa la capacidad de carga del planeta. Los procesos de concentración urbana dejan una huella ecológica indeleble.
Ese contexto global trasciende a nuestra realidad, puesto que al parecer la hoguera que ha consumido el bosque chiquitano ha sido gatillada por una serie de normativas destinadas a la expansión de la frontera agrícola para ampliar la producción de commodities en la búsqueda de recursos que permitan afrontar un incierto futuro económico. Empero esa decisión, que puede ser buena para unos y mala para otros dada la amoralidad de la economía y los mercados, ha colisionado con uno de los ejes del discurso gubernamental: los derechos de la Madre Tierra.
Hoy los ganaderos y los agroindustriales de la soya, aliados declarados del Gobierno, son los únicos defensores del decreto 3973 y la ley 741, que autorizan el desmonte y quema para la expansión de la frontera agrícola, fijada en tres millones de hectáreas hasta 2025.
Sin embargo, el incendio se ha convertido en una hoguera electoral para el candidato oficialista, pues, ha generado una apabullante reacción en las redes sociales y una intensa cobertura mediática que identifican el desastre con las normativas y la incompetencia de los funcionarios. Eso le ocasionará la pérdida de un caudal de votos, especialmente, en sectores de la clase media y jóvenes que creen en el discurso ambientalista.
Pero el fuego también ha arrastrado a su foco ígneo a los candidatos de la oposición que se han mostrado erráticos ante este evento, develando que no tienen nada que decir respecto de la propugnada expansión de la frontera agrícola y no definen su adscripción a alguno de los modelos de desarrollo económico.
Sin duda el poder transformador del fuego ha desencadenado la variante política que convoca a los candidatos a definir su posición. La ciudadanía ahora deberá conocer cuáles son los programas de gobierno, la visión económica y si alguien ha pensado en poner equilibrio entre el desarrollo económico, la seguridad alimentaria, la expansión agrícola y el medio ambiente.
El autor es abogado.
Columnas de JORGE ERNESTO IBÁÑEZ