2020 ¿año perdido para la educación?
Muchos consideran que este terrible 2020 es un año perdido para la educación boliviana, principalmente porque miles de estudiantes de amplios estratos del área rural prácticamente no recibieron educación presencial (era irresponsable darla dado el peligro de contagio) ni tampoco virtual a causa de la falta de acceso, tanto a equipos como a conectividad.
Esta situación vuelve a desnudar nuestras carencias. Los 14 años de “bonanza” no sirvieron para modernizar el sistema educativo dotando de los recursos necesarios para que habitantes de todas las regiones del país dispongan de acceso a Internet, como signo de inclusión, Y tampoco sirvieron para formar nuevos docentes en posesión plena del dominio de herramientas virtuales que hoy hubieran sido de enorme utilidad para sostener la educación del país. Supuestamente teníamos un satélite que costó millones y un sistema masivo de formación de maestros llamado Profocom (Programa de Formación Complementaria para Maestros y Maestras) que por lo visto sirvió tanto como el “Tupaj Katari” para la educación. El Ministerio de Educación, padres de familia y dirigencia del magisterio se debaten en inútiles confrontaciones que develan la enorme debilidad de respuesta efectiva frente a la crisis.
Sin embargo, un sector de instituciones, tanto privadas como fiscales, en zonas urbanas sí logró llegar a sus estudiantes virtualmente, aunque de manera desigual, algunos con gran sacrificio económico, entrega y trabajo por parte de sus docentes, otros muy discontinuada y precariamente. Si preguntáramos a los estudiantes de todas las edades y contextos si les llenaron esas clases, me atrevo a asegurar que la gran mayoría diría que no, porque lo que aprenden suelen ser los mismos contenidos rutinarios y sin conexión con la vida de una escuela presencial que de por sí los aburría.
¿De qué manera la educación virtual que logra impartirse está sosteniendo emocionalmente a niños y jóvenes que hoy viven en confinamiento la enfermedad y muerte de sus vecinos, padres o abuelos, el desmoronamiento de la economía familiar, su infancia y adolescencia en este momento histórico, la violencia y el acoso sexual, el alejamiento de sus amigos, la tragedia del país y del mundo que grita a todas horas desde los televisores, computadoras y móviles? ¿Contribuyen las clases a ver, hablar, escribir, pintar, leer para gestionar sus miedos y expresar sus percepciones? ¿Ayudan a comprender este momento de crisis global que vive el mundo? ¿Se recuperan las historias de vida y los aprendizajes que hacemos en los hogares cada día? ¿Cómo se aprovechan las clases de educación virtual, con sus enormes posibilidades, para informar y formar a las familias en la responsabilidad compartida de sobrevivir?
El problema no se reduce a no saber manejar programas y plataformas. Si la educación virtual sólo sirve para avanzar los temas de siempre sin relación con lo que vivimos, se habrá perdido muy poco y será cosa de resumir contenidos para hacer valer un año por dos, pero si el sistema y los maestros, aún en medio de las limitaciones, respondemos a estos desafíos, será un año ganado para una educación de verdad.
La autora es investigadora y docente universitaria
Columnas de MELITA DEL CARPIO SORIANO