El acceso boliviano al agua salada
El 23 de marzo mi nietita Carolina cumplió tres añitos. Debería llamarse Marina, en vez de ser la tercera que lleva el musical nombre de mi madre y de la suya. Cuando repitió una imprecación de su abuelo cascarrabias el otro día, era muy tierna para explicarle que un valiente civil la había proferido en Calama, poco más de una semana después de que tropas chilenas ocuparan el puerto boliviano de Antofagasta. Su ¡ay, carajo!, se convirtió en mantra que la niña repetía cada rato, para horror de la “abushisho”, su abuela, y de su madre.
Otro 23 de marzo, Día del Mar. Soleado o lluvioso, fue tristón otra vez. Dudo que sacaran a los marineritos en esta enclaustrada ciudad a mojar sus albos uniformes en mediterráneo valle donde no podrán atracar barcos piratas. Tampoco interrumpirán el carnaval de algún mandamás, antes de una guerra en la que destacó, y sufrió, nuestro aliado. Sin embargo, La Paz se benefició de tren al secuestrado puerto peruano desde cuyo telégrafo avisaron de la invasión. El mar boliviano ni eso tenía.
Si en 1879 la sequía azotaba los campos bolivianos, en 2021 es la pandemia de Covid-19 la que tiene a la patria arrodillada mendigando vacunas gratuitas. En el Día del Mar, era pertinente preguntar: ¿qué fue de Puerto Busch? En un país llorón por un acceso marítimo perdido por descuido y negligente es una de las vías al océano que tiene Bolivia, que nació con tres. Perdió una en 1879. Otra se bloqueó por un canciller pachamamista al que se le ocurrió cuidar la Madre Tierra de sus ríos. Hoy es vice, y dudo se preocupe de que el país sea segundo en el mundo en importar mercurio para explotar oro. ¿Adónde se va el veneno luego de refinar el áureo metal? Pues a los ríos amazónicos.
Se hizo mucha bulla sobre el tercero: Puerto Busch. Lo hace posible el Triángulo Man Césped, única concesión territorial que se obtuvo de la Guerra del Chaco, donde el victorioso ejército paraguayo mondó la parte del león. Aparte de ser anegadizo, Puerto Busch fue encargado a las derrotadas tropas bolivianas, que entonces ni Armada invencible tenía.
Aún se gozaba de las vacas gordas por el auge de exportaciones. El Gobierno no había rifado las reservas internacionales en proyectos electoralistas sin licitación, odaliscas que trocaban contratos jugosos por entrepiernas interesadas (¿o al revés?), y millonarios elefantes blancos. Puerto Busch alcanzó cierta notoriedad cuando Bolivia chocó con la negativa chilena de mejorar el acceso al mar, aparte de empeorar cláusulas de libre tránsito por el puerto de Arica. Puerto Busch se veía como una opción para que el país fuese el último en aprovechar la Hidrovía Paraguay-Paraná y llegar al Atlántico.
El día antes de lamentos sobre el mar perdido se rememoró el Día Mundial del Agua. Bolivia es una potencia planetaria del agua dulce, del cual padece sed un 70 por ciento de los humanos. ¿Cuántos serán bolivianos? No es óbice para que el país alquile por migajas el derecho a flamear la tricolor por los océanos, en una flota naviera de otros. Como Panamá, dirá algún tonto, ignorando que esa pequeña nación tiene dos mares y un canal bioceánico.
Hasta ahora, el manejo del recurso agua dulce ha sido una historia de fracasos. Aparte del penoso ciclo anual de sequía y “agua al coto” en los llanos benianos; en Santa Cruz tienen un Piraí que es más real que “el río Rocha turbio”; por temor a una riada algún cocalero no lucirá su Lamborghini, un carísimo auto deportivo italiano; los vallunos seguirán comprando agua en turriles porque las cañerías parecen “baleadas”; los marinos en la Angostura nadarán en sedimentos barrosos.
El cambio climático dejará sin glaciares a la cordillera, el lago Poopó será un recuerdo, los cursos ribereños que alimentan el Pilcomayo, y los caudales amazónicos estarán contaminados por residuos minerales, entre ellos el mercurio, amén de plásticos y excrementos de aguas servidas vertidas a sus pútridas aguas. El país se unirá a la larga fila de subsaharianos del Sahel africano, víctimas de un desierto sin árboles que crece y crece sobre arenas yermas.
¿Para qué invertir en Puerto Busch si los cambas autonómicos tendrían mar? Ni los marcianos podrían explotar hierro del Mutún sin energía. A fines del siglo XIX, de poco sirvió bautizar el puerto fluvial con nombre presidencial: ¡encima los émulos bolivianos del héroe marino peruano Miguel Grau se hicieron meter los dedos a la boca al contratar barcazas chinas!
La pandemia mundial de Covid-19 recuerda ciertos cambios en las costumbres que países ricos y pobres deben internalizar. Entre ellos, el entrelazamiento de políticas de Estado. ¿No será tiempo que una estrategia del agua lleve a Puerto Busch?
El autor es antropólogo, win1943@gmail.com
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