¡Bien hecho!
Descansaban los titulares de esfuerzos populares en Santa Cruz, para que se respete la realización del Censo Nacional de Población y Vivienda, mientras los gobiernistas pretendían postergarlo, último medio demagógico para negar el derecho de representación congresal de acuerdo al número de habitantes de cada región. Se había desnudado una escisión en el partido de gobierno, salpimentada por un torneo mundial de fútbol que atraía más fans a la tele, (y a la cerveza, pensó mi sardónico alter ego).
Sin embargo, la noticia más relevante no eran los botes de goma de migrantes africanos naufragados en el mar Mediterráneo. Tampoco los miles de aspirantes al “sueño americano” amontonados en la frontera sur de Estados Unidos, esperando que abroguen una ley que evitaba de coimas a los “coyotes”. El peso de la justicia finalmente recaería sobre un narcisista millonario, evasor de impuestos, renuente de adversos resultados electorales y conspirador de arengar de “hacer grande a su país” y vejarlo con el asalto a su Capitolio.
Pero no fue la discriminación lo que sacudió mi consciencia. A pesar del mal rato en que abordé un bus público, y el chofer, blanco redneck (“coto colorau”), como llamaban allí a los prejuiciosos en Texas, me ordenó ir a la parte trasera destinada a negros y latinos. No le hice caso. Lo peor fue que no estaba conmigo mi amigo rubio “Pampa” Fernández y yo aún recuerdo mi vergüenza, exacerbada por la cobardía de apelar a mi léxico de sudamericano “universitario”, para corcovear el desaire.
Más madurito, hoy insisto que los estadounidenses de clase baja son racistas. Tal vez lo corrobora el escándalo de los “talegazos” árabes a divas de la incipiente democracia de Europa Unida (EU). ¿Guardará relación el grado de educación con la “viveza criolla” de la picardía de europeos del sur? Eso quizá pensaba el finlandés entrevistado el otro día sobre su actitud a la energía nuclear. Confiaba más en la regulación fiscal del Estado, que en la consciencia ciudadana sobre si están vacunados contra la corrupción de inmensas corporaciones privadas y de sus grupos de presión. Eso se nota en Estados Unidos, donde el dinero y las leyes reinan apareados, seguidos de cerca por la nobleza afluente de sus estrellas de la midia televisiva, el cine y los periódicos y revistas.
En efecto, hoy en día se observa la quebrada que separa al común de las gentes de las estrellas de fútbol, actores de la farándula, y cantantes de moda. Puede ser que se esté forjando una generación de hembras emancipadas y varones de delantal. Pero no me vengan con que no se habla en despectivo singular con los congéneres menos educados y hasta el “usted” se ha rescatado del baúl de antiguallas.
El mundo refleja la desigualdad social entre humanos ricos y pobres, algo que a veces tiene que ver con el nivel educativo. Se sienten los prejuicios racistas con que a veces reaccionan los menos instruidos, cuyo vengativo resentimiento se exhibe en descortesía y mala educación. El mal se agrava con el traslado a la politiquería como escalera al éxito corrupto. En Bolivia, por ejemplo, bastó un “dedazo” de un “originario” mandamás de turno para convertir en sabios a los burros; garabatear un remedo de firma les hizo letrados que ahora gritonean en pasillos congresales. Mientras más estridentes y agresivos, más cultos.
Sin embargo, “poderoso caballero es don dinero”, en La Paz, Doha o Timbuktú. En estos tiempos de cambio habría que añadir la corrupción a la lista de males humanos que urge erradicar, junto al contrabando de armas, drogas y mercaderías; el cambio climático, la desertificación debida a la tala de árboles y zonas protegidas; el basureo de playas, mares y caminos; la matanza de animales raros o en extinción; etc.
Por eso me solazo con que declaren convictos de varios delitos penales a Donald G. Trump et al, y Eva Kaili, et al. Arreen también a los agentes del desmadre en Catar y Marruecos. Los “maletazos” de dólares o euros no deben ser sinónimo de delitos o culpas impunes, en Washington y Bruselas. ¡Bien hecho!
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO