Contrasentido neomalthusiano
Puedo aparentar un sabio y lamentoso cacique piel roja, que de praderas verdes plenas de búfalos caminaba con lo que restaba de su gente, resignado al destierro camino a alguna reservación, léase campo de concentración. Sin embargo, la cuasicelebración del nacimiento de un niño dominicano, seguro negrito con empleo asegurado cargando bolsas en algún campo de golf o sirviendo mesas en algún resort de turistas, por ser el 8.000 millonésimo en este planeta digno de mejor suerte, me recordó a Thomas Malthus, que al principio de la Revolución Industrial, allá en los albores del siglo 19, irrumpió con la teoría de que la capacidad de crecimiento de una población alcanza una progresión geométrica, mientras el ritmo de aumento de los recursos para sobrevivir sólo lo hace en progresión aritmética.
La población humana, a más de sesgada en ingresos, lo es en distribución de la riqueza. Existe un serio desequilibrio en distribución de la riqueza, y si hay un contrasentido actual es celebrar a un bebé con pañales y biberones por ser el ocho-millonésimo millar de sus ciudadanos.
Mientras Italia se lamenta del éxodo de sus cerebritos, vaticino que al ritmo que vamos, con la presión europea para abrir sus puertos a los migrantes, en el futuro el variopinto pasado de gentes europeas se enriquecerá, a pesar de la Meloni, con tintes africanos más pronunciados, lo que augura Sofías Loren más morenas, boconas y culonas, pero igual de exuberantes; el Festival de San Remo tendrá ritmos caboverdianos de Cesária Évora y menos de Gigliola Cinquetti. ¿No han notado que los migrantes africanos están cada día más “blancos”? Llegará el día que hasta algunos centroamericanos y sudamericanos se cuelen.
Roma lamenta la disminución de sus ciudadanos, al mismo tiempo que en La Paz (Sucre para ser exactos) postergan el Censo Nacional 2022 con otros veintisiete días de paro y aporreo de sus ciudadanos. Consideraciones politiqueras de representación congresal de acuerdo a población prevalecen para que polleritas hispanas y sombreritos ingleses dizque aymaras primen en una ciudad cautiva que no quiere soltar el hueso. Hacen caso omiso de que Colombia, con apenas cien mil kilómetros cuadrados más de territorio, cuenta con casi cincuenta millones de habitantes comparados con los once millones de bolivianos de ida a Estados Unidos, Brasil, Argentina o lo que sea. Hasta un país de inmigrantes como la potencia del norte renuncia a su pasado de robar a México la mitad de su territorio, y quiere impedir el flujo de “latinos”, quizá por prejuicios racistas. ¿Acaso los irlandeses no eran conocidos por borrachos y pendencieros y los italianos por mafiosos?
Quizá el destino de este conglomerado debido a una bala perdida en Ingavi, con derrotas en guerras y tierras enlutadas, sea convertirse en un santuario de animales y vegetales en un futuro lejano de especies salvadas de la extinción. Hasta un pedacito de mar de la Corriente de Humboldt sería devuelto; jaguares, tatúes, entre otros; miles de huevos de tortuga se salvarían de cocer en queques.
No insistan que Argentina es el único país blanco al sur de Alaska, como alardeaban en tiempos idos. No obstante, sus mayorías, especialmente futboleras, son mestizas, aunque desconozcan las “eñes” y resbale alguna letra vocal, o silben otras por ahí. ¿Cambiaría el tequila de charro mexicano y el tango argentino de bonaerense?
La controversia política boliviana respecto al censo tiene mucho de insensatez. Tal vez el meollo del asunto es político, pero se vuelve prejuicioso, sino racista, cuando se encierra en una categoría a los “cambas” por hablar “chuto”. Caeríamos en tal contrasentido si signáramos a los “chapacos” por hablar despacio, a los paceños por farsantes, a los cobijeños por “abrasileraos”. Me recuerdan a la “cunumi” que viajó un mes a la banda ribereña que separa Brasil de Bolivia y cuando retornó a Bolivia fingía el “cómo se dice” que había olvidado su idioma.
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO