Tanto va el agua al cántaro, que lo rompe
Adivinen. Ayer era el cumpleaños de un digno capitán de barco en alta mar (almirante de siete mares, le digo yo, sardónico impenitente que soy). También era el Día de la Reunificación de Alemania. A la mañana siguiente era Día Mundial del Medio Ambiente. Esos días se festejaba otro Día de la Mujer, boliviana esta vez, y la mentada Pachamama o Madre Tierra se celebraba con otro baldazo de agua sucia y jabonosa de lavar autos “chutos” en el “cristalino” río Rocha.
¿Cuántos días durará el tira y afloja entre ucranianos y rusos? Imaginemos el extremo de que el atrevimiento ucraniano que, digamos, bombardea el Kremlin: la rabia de Putin aprieta el botón nuclear; Biden, preocupado por su imagen de “buenito”, reaccionará a lo John Wayne; lloverán las bombas atómicas. Luego vendrán las de Pyongyang a Seúl, de Teherán a Tel Aviv, de Karachi a Nueva Delhi; Finlandia echará el ojo a pinares perdidos a los soviéticos y del Palacio del Pueblo en La Paz saltará un cohetillo dirigido a La Moneda de Santiago de Chile. Centenares de cucuruchos nucleares de aquí para allá con cachuchas siniestras.
Los últimos serán los primeros, sentenciaba el Crucificado. También vale para el Medio Ambiente cuyo Día Mundial se celebraba el 14 de Octubre. Nadie acertó a la adivinanza, hecho que apunta al lugar que el cambio climático y los glaciares ocupan en nuestras prioridades. Quedan pocos cóndores y los tigres de Bengala serán alfombras con la boca abierta, con colmillos mordelones quizá de tobillos femeninos. Oruro se graduará de puerto seco a rada marina con el deshielo de los océanos y los Uru rescatarán sus balsas para pescar sardinas en vez de alevinos.
Con tanta remesa de armas, Ucrania será la Texas de la Unión Europea. Sin embargo, el cambio climático da para algo más que una niña sueca evadiendo una prueba de álgebra tal vez haciendo huelga de nalgas friolentas. ¿Sabía usted que algunas islas paradisíacas sólo sirven ahora para mirar arrecifes submarinos con peces multicolores?
No hay duda: existe una versión de la destrucción que lo mismo revienta puentes que unen partes hurtadas a Ucrania por una historia de conflictos rusos, que aterra viejitas o mata ancianos en Kyiv y otras urbes en represalias “putinescas”. Lo prueba la indiferencia sobre glaciares desaparecidos y polos helados convertidos en océanos; los mangos “espada” de sombra acogedora, que las vendedoras confunden con plátanos. Cada vez hay más dolencias desconocidas; aguaceros que inundan, sequías resquebrajando suelos y olas de calor que matan gentes y animales. Ni hablar de mares de plancton recalentado y redes de pescador que atrapan tortugas de mar, mantarrayas y tiburones sin aletas.
Otra forma de destrucción es la miopía humana de capitalistas que producen bolsas plásticas y clientes comodones que las prefieren regaladas por tiendas y supermercados. Todo se muestra en escandalosas arenas ensuciadas; playas atosigadas por olas y mareas; mares asfixiados por las excrecencias humanas (como si fueran poco los orines infantiles).
Tal vez el Universo del que somos una ínfima parte es una sucesión de desastres. Colisiones de la Vía Láctea y la galaxia de Andrómeda; resplandor de explosiones estelares; asteroides en número superior a los cohetes de la NASA, que faltarán después del festín bélico atómico. ¿Y los poco conocidos? Rayos cósmicos solares, andanadas de rayos cósmicos que tardaron millones de años en llegar. Yo que no los conocía, pensaba que los “miones” eran meones en Chile. La mesura me inhibe hablar de los “piones” chilenos.
La humildad socrática se manifiesta en astrónomos que remarcan saber poco del Universo. A mí me falta sabiduría e inspiración. Como dice el taquirari, “agüita fresca y mi sed”. Pocos saben que se refiere al cántaro familiar los que nunca bebieron agua de “paúro”, ese líquido impoluto de fuentes subterráneas cuando era puro y se enfriaba en tinaja en un rincón familiar, con su “caneco” al lado. Los gringos aún no habían inventado el “friyider”, ni auxiliaba el hielo a la chicha camba (o al whisky escocés). Hoy el agua que se ve en noticieros, viene en torrentes turbios que arrasan caseríos en Centroamérica o resecan ríos otrora navegables en Europa.
¿Qué me importa? Yo estaré en alguna parte en compañía de mis amigos José María Bakovic y Luis de la Reza, en tramo celestial no arrebatado por cocaleros a moradores del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (TIPNIS).
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO