El Sí y el No
Habré trabajado unos tres años en la gestión pública con la ilusa idea de “cambiar el mundo” y fue suficiente para que me percatara de que no tenía estómago para ello, ya que –obviamente salvando a valiosas excepciones de dulces y bien intencionados funcionarios/as y autoridades de todos los tiempos– hasta el papel higiénico “desaparecía” en las oficinas públicas. Eso sin contar las sórdidas y eternas guerras de poder que contaminaban cualquier intento de hacer una gestión pública decente.
Después de esa experiencia, juré nunca más meterme en política activa. A esas alturas, en lugar de soñar con quimeras, aprendí a priorizar la belleza del mundo a mi alcance: Contemplación, conocimiento, bellas letras, viajes, música sublime, cine sobrecogedor, amor, mar, árboles y pajaritos se convirtieron en mi norte.
No obstante, vivir en Cochabamba me hizo resquebrajar la burbuja. Residí en muchos barrios, siempre procurando que sean zonas arboladas. Pero en cada uno de ellos casi todos los días se talaban árboles, se avasallaba áreas verdes, el cemento cuadrado, destructor e insano fue engullendo la belleza y el equilibrio. Cada vez menos sombra, iban desapareciendo las aves y las luciérnagas, menos lluvia, más aire contaminado y los efluvios de un río que agoniza era la gloriosa bienvenida a Cochabamba. Caí (nuevamente) en la realidad. Después de acostumbrarme a pelear con un vecino arboricida casi todos los días, terminé volviendo a la política activa no institucional cuando con varios ciudadanos/as decidimos conformar un colectivo contra la tala de árboles en Cochabamba.
¡Realmente no sabíamos a lo que nos metimos! Quien diría que algo tan vital y básico como la defensa de árboles implicara tanta roncha, tanto malestar para algunos intereses y sea una lucha titánica, interminable y agotadora.
Empero, hoy no quiero hablar de eso. Esta semana es el quinto aniversario del Colectivo No a la tala de árboles en Cochabamba y eso me hace querer compartirles algo que me sacude existencialmente, lo inesperado de mi hallazgo en este tipo de activismo en países como Bolivia: Afabilidad, honestidad, bondad, generosidad, delicadeza.
Caetano Veloso en una de sus bellas poesías cantadas dice que el ser humano es “dueño del Sí y del No”, que tenemos un lado dulce y empático (el Sí), y otro oscuro, egoísta y violento (el No). Pues, por paradójico que suene, qué manera de hallar el Sí en un colectivo ambientalista que nació desde la rebeldía defensiva y, por tanto, cuyo nombre empieza con No.
Al Sí lo hallé en mis compañeros compañeros/as que, desde su contexto y cotidianidad, dan su granito de arena, su tiempo, sus conocimientos y experiencia desde cualquier campo, en una labor que es voluntaria y combatida.
También el Sí está en compañeros/as que han hecho de la contemplación de la naturaleza una forma de vida y que entregan todo para que aquello siga siendo posible, que dan batalla cotidiana para que ellos, y sus hijos y nietos, no se priven del maravilloso entorno que envuelve, aún, este valle.
El Sí es de los eruditos médicos/as de plantas y árboles, aquellos que saben de semillas, de brotes, de tallos y de hojas y de compañeros/as que han hecho de su amor por la naturaleza una profesión, batallando todos los días para que ello sea tomado con seriedad y profundidad en todos los ámbitos.
El Sí se perfila en los que llevan la rebeldía en las venas, aquellos compañeros irreverentes y bocones que tanta falta hacen, esos que alzan la voz y no se callan ante la arbitrariedad y la injusticia.
El Sí se encuentra en ciudadanos/as que hace décadas están en esta lucha sin que nada melle su espíritu.
A todos ellos/as, al azar y a la vida, mi agradecimiento público infinito. Gracias por haberme devuelto el Sí en el meollo de la rebeldía cuyo nombre empieza con No.
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA