Cochabamba sin primavera
De niña vivía en la zona de Las Cuadras. No pasaba de los tres o cuatro años, pero hasta hoy se presenta muy nítida una remembranza septembrina de esos tiempos.
Me encantaba ir en las tardes a la tienda de la esquina, flanqueada por los pasos lentos de mi abuelo materno. Los rayos de sol rebalsaban la puerta de mi casa invitando a cruzarla, y era tanta y tan dorada la luminosidad, que cegaba. Obnubilados como Alicia en el país de las maravillas (aunque sin Amanita muscaria), traspasábamos lo que parecía un mágico portal y ante nosotros se presentaba el más extraordinario de los paisajes de la primavera valluna. Surcando ambos lados de la acera, enormes jacarandás en flor, nos daban la bienvenida. Flores arriba y flores abajo, me impresionaba lo que asemejaba un psicodélico espejo donde el follaje lila de los maravillosos árboles, se reflejaba en el suelo a través de las decenas de flores desprendidas, dando la sensación de caminar sobre agua cristalina.
Años después, embebida por la nostalgia, pasé por esas calles añoradas. Me topé con las aceras casi desnudas. Algunos jacarandás habían sido reemplazados por ficus tristes, a los que no dejan crecer, y otros, simplemente, brillaban por su ausencia y por la falta de sombra. Las calles estaban peladas y sofocantes, proliferaba la basura y se respiraban los humos de ruidosos carros. Lamentablemente, esa es cabalmente la estampa de una Cochabamba con 2,58% de cobertura arbórea.
Algunos/as dicen que no hay que reclamar, ni denunciar, ni protestar, que eso es “negatividad”. Otros/as, apuntan a la incidencia ambiental como “elitista”, como si la inequidad en el acceso a los derechos y beneficios ambientales no fuera uno de los síntomas más terribles de la desigualdad estructural. Pues cómo deben adorar esas posiciones —cómodas con el poder— los permanentes abusivos/as que no dejan de vulnerar nuestros derechos ambientales más básicos… y nosotros bien calladitos/as y bonitos/as para no pasar por “negativos/as” y/o haciendo apología de los gobernantes de turno para no ser “elitistas”.
Mientras tanto, en Cochabamba, si no es el corredor Quintanilla es el tranvía metropolitano. Si no es Cercado, es Tiquipaya o Colcapirhua o Quillacollo o Sacaba. Si no hieren el Parque Tunari, apuntan a las pocas lagunas que le quedan a la mal nombrada Kocha Pampa. Si no son los verdes, son los azules, los morados, o el color político que se les ocurra. ¡El hobby generalizado de la gestión pública parece ser tirar árboles y eliminar áreas verdes con cualquier motivo, siempre las áreas verdes y los árboles son los sacrificados, los prescindibles! ¿Y con semejante ejemplo de la institucionalidad pública, qué se puede esperar de no pocos/as pobladores que creyeron que “progreso” es sobrevivir entre elefantes blancos de dudosa utilidad, ríos contaminados y aire viciado?
Entonces, si no es chic el reclamar, denunciar, protestar o incidir por nuestros derechos ambientales, ¿qué hacer ante una Cochabamba y una Bolivia cuya matriz de “desarrollo” se resume en entornos nocivos, ciudades pésimamente planificadas, áreas protegidas que se rifan al mejor postor, bosques quemados, culto al automotor, al agronegocio y a la minería irresponsable? ¿Qué hacer frente a nociones de “desarrollo” ecocidas, extractivistas, demagógicas, mercantilistas y que devienen de un racista trauma colonial, pero que son compartidas por todos los gobiernos, incluyendo los que se atribuyen el “cambio”, la “revolución”, la “descolonización” y el “amor a la Pachamama”?
Por mi parte, no quiero vivir en ciudades en las que el aire puro sea un lujo cada vez más inalcanzable, no quiero reptar en entornos donde nos arrebatan —como si nada— el árbol nuestro de cada día. No quiero vivir en ninguna Cochabamba sin primavera.
La autora es socióloga
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA