Ante una enfermedad terminal
¿Qué hace una familia cuando descubre que uno de sus miembros tiene una enfermedad terminal y avizora problemas de diferente índole, que requieren decisiones difíciles? Mencionaré los desafíos más comunes.
La incredulidad sobre el diagnóstico, que suele asomarse, puede ser despejada con la opinión de otro especialista, incluso internacional, y por otros exámenes clínicos.
Viene después la indagación de las causas: que si fumaba, que si bebía, que si tenía una vida desordenada o demasiado sedentaria, que no se hizo chequear a tiempo por los médicos, y así.
Aparecen conflictos de comunicación y transparencia: qué y a quiénes comunicar la triste noticia, empezando por el paciente. Es una lucha de la verdad y la transparencia contra la privacidad y la prudencia. Son opciones que a veces llegan a dividir y enfrentar a los parientes.
Surgen retos económicos, especialmente si el enfermo solía aportar al sustento familiar. Disminuirán los ingresos y se incrementarán los gastos. Habrá que acudir al patrimonio familiar (si lo hay) o endeudarse y endeudar a la familia de hoy y de mañana.
Los fármacos agresivos no siempre son eficaces, tienen efectos colaterales y minan la calidad de vida del enfermo y de su entorno. El suministro de paliativos o placebos, o, incluso, de pócimas de la medicina popular, o la prueba de nuevas medicinas “milagrosas” puede ser otra causa de controversia, amén de cirugías mayores, prótesis o trasplantes.
Y, finalmente, no faltan discrepancias sobre el acompañamiento espiritual que suele dar al enfermo paz en la adversidad.
Todo lo anterior viene al caso como una metáfora de la enfermedad terminal que está sufriendo YPFB y el país. A partir de síntomas irrebatibles (caída de la producción, pérdida de mercados, déficit energético y financiero, hemorragia de divisas, subsidios ciegos y contrabando) hace tiempo se le ha diagnosticado una grave enfermedad: su envejecimiento precoz, fruto del fin del ciclo del gas. Hay unanimidad sobre la gravedad de la enfermedad, mas no en torno a su prolongación; se conoce las causas de esa enfermedad, pero no todos las admiten.
Existe un déficit de transparencia en el país: los que están a cargo del enfermo ocultan y manipulan datos e información; dizque para que los familiares “no sufran” o no reaccionen en contra de los que toman las decisiones, a veces irresponsables, a veces amparados en la genética heredada (la ley, la Constitución, el “gobierno de facto”, los oceanógrafos, y así).
Una vez aceptado que estamos ante el fin de un ciclo económico (los ingresos excepcionales del gas) y de un ciclo energético (el superávit de combustibles) se buscan los remedios. Se propone remedios caseros (caros y paliativos, como los agrocombustibles o la importación de petróleo crudo); otros que califican como placebos (la industrialización “con hipo” o los estériles incentivos creados a costa del “sagrado” IDH). No faltan “nuevas medicinas” que, dizque, reemplazarán la merma de divisas del gas. Sin embargo, al poner la esperanza en un nuevo ciclo económico, no se debe olvidar de que el gas es protagonista también del ciclo energético que alimenta la economía del país.
El único tratamiento científico, recomendado por los expertos, es detener la hemorragia mediante una cirugía mayor, aun a costa de sufrir los inevitables y dolorosos efectos colaterales, para lo cual el paciente necesitará terapia del dolor, fisioterapia, solidaridad económica y afectiva de toda la familia y, sobre todo, la aceptación de una vida más sana, con menos gas y más energía renovable.
Pero, eso implica convertirse, abandonar la arrogancia y el odio y construir un Plan, consensuado, de largo alcance y creíble por la población.
Columnas de FRANCESCO ZARATTI